Con tal de no leer
La concesión al cantautor del galardón ha desatado la polémica
¿Merece Bob Dylan el premio Nobel de Literatura? Él sí; nosotros no. Dicho de otra forma: la respuesta corta es “sin duda, tanto como Dylan Thomas (que no lo tuvo)”; la respuesta larga es “vayamos por partes”.
Letra y música. Por un lado, el Comité Nobel no ha hecho más que, felizmente, saltarse el criterio de agua dulce que identifica literatura con ficción, algo que ya hizo el año pasado con Svetlana Alexiévich. Por otro, ha vuelto a unir algo que en su origen estuvo unido: la letra y la música. La poesía —y con ella toda la literatura— nació para ser cantada (y representada). Se han perdido muchas composiciones de la antigüedad clásica, pero la mayoría de los poemas medievales que conocemos surgieron como una melodía: las palabras venían después, a veces incluso en un idioma que el compositor no dominaba. En esto, el heavy alemán y cierto indie español no fueron nada novedosos.
Principios y finales. Además de demostrar una amplitud de miras poco usual, la Academia Sueca ha sido coherente con los propios estatutos del Nobel y con los matices que tomó el premio a partir de los años setenta. Si el galardón nació para reconocer “no solo trabajos puramente literarios sino también otros escritos que por la forma de presentarse posean valor literario” (una puerta abierta a la no ficción que ha terminado beneficiando a Dylan), hace 40 años nació el Nobel global, decidido a “señalar géneros literarios, idiomas o ámbitos culturales tradicionalmente postergados”. Varios escritores del llamado tercer mundo y alguno del primero —el juglaresco Dario Fo— llegaron al Olimpo escandinavo gracias a la puesta al día del único galardón por el que suspiran incluso aquellos que lo desprecian.
Literatura de estadio. En el fondo, la cuestión no es si Dylan merece el reconocimiento mayor de las letras universales: sus discos contienen más poesía que la mayoría de los libros de poesía. La cuestión es si la, digamos, música popular es un género postergado, algo difícil de defender tratándose de una literatura que llena estadios y, en su variante de best seller, ascensores y supermercados. Los ilustres vecinos de la calle Källargränd suelen decir que su veredicto sigue la filosofia de los besos —no pedir permiso antes ni disculpas después—, pero esta vez han renunciado a una de sus grandes virtudes: ser impopulares. Y decirle al mundo una vez al año que el teatro, la poesía y la narrativa más experimentales no son todavía lenguas muertas. Con tal de no leer...
El valor de los galardones a una trayectoria puede medirse con una pregunta: ¿es más grande el premio o el premiado?
Más grande que el Nobel. El valor de los galardones a una trayectoria puede medirse con una pregunta: ¿es más grande el premio o el premiado? Hasta este jueves, el Nobel de Literatura había sido más grande que sus elegidos. Dylan es el primero en invertir la relación (prueben a buscarlos en Google). Es lo que va de la música a los libros a la altura de 2016. La literatura es mucho más antigua que la literatura escrita, cierto. Puede que ahora sea también más moderna. El premio a Dylan certifica que vivimos tiempos de oralidad renovada, una nueva edad media con raperos en lugar de rapsodas.
Los tiempos no están cambiando. Se ha dicho que el Nobel de este año es la consagración de la música popular como alta cultura, pero más que una consagración parece una derrota. Durante décadas, el rock (y sus variantes) fue, además de una estética, una ética, un espacio de contestación en el que millones de personas (jóvenes al principio) vislumbraron la posibilidad de un mundo distinto, de una vida distinta. Un mundo sin dioses ni reyes ni moqueta. Bob Dylan se merece el Nobel. Nosotros nos merecíamos que lo rechazara.
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