Oscar Wilde renace en París
Una exposición en el Petit Palais reivindica al escritor como precursor de la modernidad
Desde esta semana, Oscar Wilde revive en París. Una exposición en el Petit Palais de la capital francesa reevalúa, hasta el 15 de enero, la figura del escritor irlandés a través de cuadros y fotografías, documentos históricos y objetos personales que permiten trazar un retrato distinto al habitual de este esteta decimonónico, hasta el punto de reivindicarlo como figura precursora de la modernidad. Salpicada de sus citas más ingeniosas, la muestra inspecciona todas las aristas de un personaje más complejo de lo que reza la leyenda. “El objetivo era demostrar que es un autor de una obra literaria y filosófica considerable, más allá de su imagen de hombre mundano con talento para los juegos de palabras”, sostiene el comisario, Dominique Morel.
Nacido en Dublín en 1854, hijo de un prestigioso oftalmólogo y de una poetisa feminista y nacionalista, Wilde se formó en Oxford junto al gran historiador del arte John Ruskin. Convertido en crítico de arte, emprendió una vida dedicada a ejercer un culto a la belleza, que lo llevará a pronunciar 140 conferencias sobre la estética en Estados Unidos, donde se presentó ante mineros de Colorado y mineros de Salt Lake City vestido con pantalones de seda y chaquetas de terciopelo. Las caricaturas homófobas, recogidas en esta exposición, no tardaron en multiplicarse. “Inglaterra nos ha hecho llegar muchas cosas raras, pero esta las gana a todas. ¡Que se lo lleven!”, exclama un cowboy en una viñeta de 1882. Al regresar a casa, Wilde se vengará con su siempre afilada lengua: “Nada nos separa ya de América. A excepción, claro está, de la lengua”.
Arte en la cárcel donde cumplió condena
La muestra en París coincide con otro homenaje a Oscar Wilde en la cárcel de Reading (Inglaterra), donde cumplió una condena de dos años de trabajos forzados por haber practicado la sodomía, tras la denuncia del padre de su amante.
Cerrada en 2013, la exprisión acoge ahora una exposición donde una treintena de artistas rinden tributo a Wilde hasta el 30 de octubre. Entre ellos, nombres tan estelares como Ai Weiwei, Nan Goldin, Marlene Dumas, Wolfgang Tillmans, Roni Horn, Doris Salcedo o Steve McQueen. Los actores Ralph Fiennes y Ben Whishaw también se han sumado al homenaje, igual que el novelista Colm Tóibín y la cantante Patti Smith.
Seducido por el decadentismo de sus cenáculos literarios, Wilde desembarca en París en 1883. “Colocaba el francés por encima del resto de lenguas, junto al griego clásico”, sostiene su biógrafo Pascal Aquien, profesor de Literatura Inglesa en la Sorbona. “Era muy famoso en Francia y había visitado frecuentemente París, con el objetivo de estrechar lazos con escritores de renombre”. Entre otros, con Victor Hugo, André Gide o Stéphane Mallarmé. “En París, la tolerancia respecto a las llamadas faltas de conducta era mayor que en Londres”, apunta el comisario.
La muestra se detiene en el tramo final de su vida, a partir de su relación con Lord Alfred Douglas, alias Bosie, hijo de un marqués que lo denunció por sodomía. Wilde contraatacó llevándolo a juicio por difamación, en un momento en que las relaciones entre hombres estaban castigadas con penas de cárcel. “Antes de ser mártir de la homosexualidad, lo fue de la candidez”, afirma el escritor Charles Dantzig en el catálogo de la muestra, recordando que la propia reina Victoria mantenía relaciones ambiguas con algunos de sus favoritos, aunque siempre lejos de la mirada pública.
‘Punk’ antes de tiempo
Si Wilde terminó hundido, fue por dinamitar esa norma social. “Esa era la esencia de la época victoriana: todas las formas de vida estaban autorizadas, siempre que fuera a escondidas”, ironiza Dantzig. Fue en la capital francesa donde murió en la miseria, en el otoño de 1900, tras cumplir su condena de dos años de trabajos forzados en Inglaterra. Hoy sigue enterrado en el cementerio parisiense de Père-Lachaise.
La muestra recalifica a Wilde como una figura casi vanguardista: homosexual casado y padre de familia, predicador del individualismo y la sensualidad en un tiempo que defendía el puritanismo y la conformidad a la regla. “Fue un punk antes de tiempo”, afirma su nieto, Merlin Holland, asesor científico de la exposición. “Su imagen de dandy superficial le ha hecho mucho daño, porque ha provocado que no se le tomara en serio ni durante su vida, ni después”.
El Petit Palais lo recalifica ahora como “el impertinente absoluto”. Y también como símbolo de un tiempo lejano aunque extrañamente familiar. Como incide el comisario, “fue un momento de puesta en duda, en el que acaba un mundo y empieza otro, donde un siglo que termina se extingue y el siguiente empieza a balbucear”.
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