Muertos a pie de página
Desde el alto el fuego de ETA la literatura y el cine se han centrado en las víctimas

A veces la diferencia entre la actualidad y la historia está en un pie de página. En un capítulo de El eco de los disparos titulado ‘Silencios’ Edurne Portela comenta el soberbio cuento homónimo que Jokin Muñoz incluyó en Letargos (premio Euskadi 2004). Llegado a un punto, la ensayista remite a una nota al pie para explicar qué era Jarrai, la “organización juvenil de apoyo a ETA”, un nombre hasta hace nada habitual para cualquier lector de periódicos. Puede que algún día el terrorismo necesite tantas notas como las guerras carlistas, pero ahora estamos en el tiempo de dar con un relato que haga justicia a las víctimas y convenza a los verdugos y cómplices. Andrés Trapiello suele decir que los que ganaron la Guerra Civil perdieron la historia de la literatura. El terrorismo etarra no fue ni guerra ni civil pero su idea ayuda a entender a Fernando Aramburu cuando dice que “la derrota literaria de ETA sigue pendiente”.
Tal vez por eso la ficción se ha sumado con vehemencia al trabajo que la historia lleva años haciendo para desmontar los clichés de la propaganda política. Desde que el 20 de octubre de 2011 ETA anunciara el “cese definitivo” de su actividad criminal, la literatura, el cine y la novela gráfica han puesto el foco en las víctimas, hasta entonces personajes principales solo en casos contados y secundarios en una mayoría de novelas bienintencionadas en las que el terrorismo era “el conflicto” y los terroristas, “la organización”. Buena parte del citado relato –labor de narradores- debería consistir en limpiar la lengua de eufemismos, un laberinto terminológico retratado con gracia por Borja Cobeaga en Negociador, el filme que hace dos años recreó a su manera algo que poco antes había documentado Ángel Amigo en Memorias de un conspirador y sobre lo que ha vuelto Justin Webster en El fin de ETA, presentada este lunes en el Festival de San Sebastián.
Películas como Lejos del mar (de Imanol Uribe), Asier y yo (de Aitor Merino); Lasa y Zabala (de Pablo Malo), De Echevarría a Etxeberría (de Ander Iriarte); cómics como He visto ballenas (de Javier de Isusi) o Las oscuras manos del olvido (de Cava y Seguí) y novelas como Twist (de Harkaitz Cano), Martutene (de Ramon Saizarbitoria), El comensal (de Gabriela Ybarra) o Patria (del propio Aramburu) son piezas recientes –posteriores al alto el fuego- de un puzle todavía plagado de huecos y lleno para siempre de ausencias. La ficción ha entrado definitivamente en juego. El humor, también. En paralelo a la política y a la historia, sin pararse a pensar pero sin dejar de hacerlo. El duelo y la risa pueden ser dramáticamente compatibles. Jon Juaristi, autor de ensayos de referencia sobre el nacionalismo, es también el irónico autor de estos versos: “Yo me la llevé a la playa / la noche de Aberri Eguna, / pero tenía marido / y era de Herri Batasuna”. Los publicó en 1986. Ese año ETA asesinó a 41 personas.
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