Los maestros de Herlinda
Herlinda Cabrero es restauradora en el Museo del Prado. Por sus manos han pasado obras maestras de la pintura española
Cuando llegamos, Herlinda Cabrero está agachada en un forzado escorzo dando pinceladas al Tríptico de la Redención. Al entrar en el taller de restauración del Prado una se siente inmersa en un santuario. Ver obras tan valiosas desprovistas de sus marcos, apoyadas en un caballete, es como una revelación: las imaginas no como piezas museísticas sino en el estudio del artista que las creó.
Herlinda, nieta de un pintor simbolista, José Cabrero, que aparece retratado en La Tertulia del Café Pombo, supo que quería dedicar su vida al arte cuando a los 10 años, en visita escolar, se encontró delante de Las Lanzas, de Velázquez. Aún recuerda aquella sacudida emocional. No quiso ser artista, como el abuelo, sino artesana. Deseó poner su habilidad en el dibujo al servicio de los grandes maestros. Se siente privilegiada por trabajar aquí, tres pisos por encima de donde ahora mismo el público visita la exposición de El Bosco. Aunque humilde, siente un legítimo orgullo porque una de las obras, La Adoración de los Reyes Magos, ha pasado por sus manos. De vez en cuando, baja a la exitosa muestra, más de 500.000 visitantes, para escuchar los comentarios del público. Dejando a un lado el abrumador proceso técnico, deseamos que nos cuente qué le han aportado tres de los grandes artistas que ha restaurado. Velázquez, por ejemplo:
"Cuando tuve su primera obra en mis manos, una cabeza de ciervo, estaba que casi no me atrevía a tocar el cuadro. Restauré luego El enano Sebastián de Morra. Este personaje tiene una mirada poderosísima. Lo sentía cuando le estaba limpiando los ojos. La dignidad que Velázquez otorgaba a sus personajes menos agraciados, el respeto, me hacen pensar en el pintor como alguien de gran categoría humana. Percibes que quería disimular lo defectuoso, las manos, por ejemplo, que las tiene cerradas, y que la postura de las piernas hace menos evidente su cortedad. Quiso que el espectador se fijara, sobre todo, en una mirada inteligente, con carácter. Dicen que Velázquez era interesadillo pero lo que a mí me transmite es que fue bondadoso, muy austero, sencillo; aunque sólo sea por cómo trató a los enanos era sin duda una buena persona.
Pregunta: De Goya, ¿qué impresión te quedó?
R. De Goya toqué las pinturas negras. En el momento de sentar el color es cuando percibes la personalidad de su pincelada, gruesa, decidida, admirable. Goya pinta con toda la fuerza y la pasión de su mundo interior. Es una pincelada que asombra, que le hace siempre contemporáneo. Cuando estaba trabajando en Saturno devorando a su hijo me impactaba esa fuerza del rostro, es sobrecogedora. Dicen que tenía mal carácter, pero yo lo encuentro alguien muy auténtico, que ponía el corazón en todo, que sufrió lo indecible por la guerra.
P. Y El Bosco, ¿cómo te enfrentaste a él?
R. Es una obra difícil, muy delicada. No puedes ir mecánicamente, porque la pincelada de El Bosco es milimétrica, llena de matices. De El Bosco te emociona la misma técnica. Es un superdotado. Lo siento como un hombre divertido, vivaz: por un lado, nos muestra el pecado, aquello que nos pierde y arroja al infierno; por otro, está atento a la vida cotidiana y todo lo expone en clave humorística. Los mil detalles de sus cuadros están llenos de gracia, parece un cómic, una historia en viñetas. Es un hombre asombrosamente original.
P. ¿Y qué cuadro crees que puede inspirar más horas de conversación?
R. Las Meninas, sin duda. También El jardín de las delicias. Puedes pasarte una vida hablando de esos dos cuadros.
Y allí se queda Herlinda, dialogando con unos maestros a los que siente vivos. Un ejemplo de amor al arte, al oficio, de amor propio. No está de más que pensemos de vez en cuando en este trabajo suyo que ha de ser sutil, respetuoso con lo que ella llama la piel del cuadro.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.