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CRÍTICA | SUBURRA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ciudad sin dios

El segundo largometraje de Sollima hijo, 'Suburra', adapta la novela homónima de Carlo Bonini y Giancarlo De Cataldo

Tráiler del filme 'Suburra', dirigido por Stefano Sollima.

SUBURRA

Dirección: Stefano Sollima.

Intérpretes: Pierfrancesco Favino, Claudio Amendola, Greta Scarano, Elio Germano.

Género: thriller.

Italia, 2015

Duración: 130 minutos.

Partiendo del libro de Roberto Saviano Gomorra (2008), Matteo Garrone marcó un punto de ruptura con respecto a los tradicionales protocolos narrativos de la saga mafiosa. La película proponía un relato sin centro, ni protagonismo definido, ajustando la herencia del neorrealismo a la descripción de un microcosmos orgánico de naturaleza tóxica. Gomorra era, en definitiva, una de esas películas que aportan argumentos de peso para desarticular ese insistente lugar común que afirma que el mejor cine está en televisión: la radicalidad formal y narrativa de la película de Garrone jamás podría ser televisiva. Cuando, años más tarde, el mismo libro de Saviano inspiró una serie, los interesados en el debate tuvieron una buena ilustración de las diferencias, sustanciales, entre un lenguaje y otro: en cuestiones narrativas, Gomorra, la serie, necesitaba ser más conservadora que Gomorra, la película, apostando por el relato cerrado y centrípeto frente a una narrativa abierta y centrífuga, a fin de afirmarse como serial adictivo. Entre el equipo reunido para levantar la serie destacó el realizador Stefano Sollima, hijo del Sergio Sollima que firmó extraordinarios spaghetti westerns politizados –Cara a cara (1967)- y contundentes policiacos –Revolver (1973)-.

Segundo largometraje de Sollima hijo, Suburra adapta la novela homónima de Carlo Bonini y Giancarlo De Cataldo y, en el proceso, el cineasta no parece haberse planteado restituir a su mirada sobre la ciudad corrupta lo que se perdió en el camino entre la Gomorra cinematográfica de Garrone y la televisiva que él contribuyó a forjar. Hay en Suburra una decisión narrativa cargada de significado: la acción transcurre durante los días en que, al parecer, las dudas de Benedicto XVI fueron desembocando en la firme decisión de renunciar a su papado. Lejos de toda maldad política, la función de esta subtrama parece limitarse a la del recurso enfático, destinado a subrayar que lo que estamos viendo no es más que la deriva pre-apocalíptica de un mundo sin tutela espiritual.

Los placeres de Suburra –película donde los planes de un joven mafioso, enfrentado a un clan gitano, para construir una suerte de Las Vegas en Ostia se cruzan con la caída en pecado de un político corrupto- son, pues, los de un sensacionalismo, ético y estético, digno de mejor causa. “Cuando se acaba la carne, hay que aprovechar lo que queda. ¿Pillas la metáfora?”, afirma el capo gitano mientras despieza un cabrito. Sollima no es menos obvio que su personaje.

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