Muere Michel Butor, figura esencial del ‘Nouveau roman’
El novelista falleció ayer en un hospital francés a los 89 años.
Tengo muy presente el rostro de Michel Butor, aquella vez que apareció de visita, en una residencia de escritores en Niza. Corría el año 2002. Un hombre alto, muy fuerte, de barba larga y clara, con la mirada chispeante, en la que había algo de río agitado o de amor herido. Entre todos los representantes de la vanguardia literaria nouveau roman (novela nueva, en francés), fenómeno que aparece en los años cincuenta como una crisis de la novela en la etapa de la posguerra, Michel Butor fue la pieza que no encajaba. Tal vez demasiado escéptico para entender el materialismo de la novela-objeto, más próxima a un Alain Robbe-Grillet, otro de sus pilares.
Michel Butor murió el miércoles en un hospital de Contamine-sur-Arve, en el oeste de Francia, cerca de la frontera Suiza, a los 89 años.
Butor nació en 1926 cerca de la ciudad norteña de Lille. Estudió Filosofía y Literatura y dio clases en Egipto, Inglaterra y Grecia. En 1958 regresó a París y construyó una obra inclasificable de libros, ensayos y poemas, muchas veces inspirados en sus viajes. Nunca dejó de interrogarse sobre el sentido fundamental de la escritura y por eso siempre pareció un diletante no admitido en los círculos literarios convencionales.
Uno de sus últimos libros, acerca de Víctor Hugo, buscaba valorizar la figura del escritor polivalente, inquieto con su época, que trata desesperadamente de establecer un vínculo con los lectores, ser leído y no considerado como un escritor para escritores, como se le encasilló con cierto desdén desde que su novela La modificación fuese premiada en 1957 con el premio Renaudot. Este libro, marcado por el uso gramatical de la segunda persona del plural, es un monólogo inclemente que se mantiene todo el trayecto en tren desde París a Roma. Otro libro importante es Pasaje Milán (1954), donde escenifica la vida en un edificio a partir de las seis de la tarde hasta el día siguiente.
Butor exploraba también el teatro, de ahí que nunca abandonase esa obsesión por el tiempo y el espacio. Cuando la novela se convierte en un fenómeno de reproducción social (los mismos modelos, los mismos protagonistas, incluso el mismo lenguaje) Butor se refugia en la poesía. Como poeta lo que le importaba era el poder trascendental de la mirada y de las palabras más que el resultado inmediato de lo que se escribe en un momento en que la novela buscaba sobre todo el éxito inmediato en cifras de ventas.
Con el tiempo, Butor se convirtió en una figura discreta, alejada del tumulto parisino. El gran viajero se refugió en su casa de la Alta Saboya donde salía a dar largas caminatas. “Ningún viaje me ha decepcionado”, relató a EL PAÍS en 2014. “Aunque sean por trabajo, como profesor, o precisamente gracias a ello, siempre te permiten ver desde el otro lado de la frontera”.
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