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CRÍTICA | DIOSES DE EGIPTO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Simulacro aventurero

Un filme que se toma demasiado en serio a sí mismo, que dura 127 minutos que caen como 127 mojones

Javier Ocaña
Brenton Thwaites y Nikolaj Coster-Waldau, en el filme.
Brenton Thwaites y Nikolaj Coster-Waldau, en el filme.

Resignados a la imposibilidad de que en los tiempos que corren (casi) nadie se atreva a construir una película de aventuras adulta, que plantee dilemas de mayores que sorprendan a los críos, que no recurra a la acción como el arte de una eterna lucha de patadas ejercitada a golpe de botón, hay que conformarse con subproductos como Dioses de Egipto. Pero subproductos, simulacros de cartón piedra, ahora en forma digital, ha habido toda la vida. E incluso las películas disparatadas pueden ser tan malas que, llegado un punto de locura y de falta de rigor, de espontaneidad y de efervescencia, se conviertan en ese placer culpable que para algunos fueron, por ejemplo, los peplums italianos de Vittorio Cottafavi. No es el caso.

DIOSES DE EGIPTO

Dirección: Alex Proyas.

Intérpretes: Gerard Butler, Nicolaj Coster-Waldau, Brenton Thwaites, Geoffrey Rush.

Género: aventura. EE UU, 2016.

Duración: 127 minutos.

La película de Alex Proyas, otrora esperanza de la ciencia ficción comercial con toques de trascendencia en trabajos como Dark city (1998), se toma demasiado en serio a sí misma: en el metraje, 127 minutos que caen como 127 mojones; en el presupuesto, unos 125 millones de euros; en la convicción de que los efectos digitales son el camino hacia la credibilidad y el espectáculo cuando en determinados planos son tan falsos como una columna jónica de cartón. En ciertos aspectos, por la reunión de dioses y mortales, y por su estructura a base de continuas pruebas y encuentros con seres a medio camino entre lo animal y lo monstruoso, Dioses de Egipto puede recordar a una joya de la serie B: Jasón y los argonautas (Don Chaffey, 1963), y no sería extraño incluso que la hubieran tomado como referente. Pero la comparación, que suena a sacrilegio, es la demostración de lo que separa la artesanía entusiasta de la aparatosa nadería.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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