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La biografía intelectual de García Lorca

Luis García Montero perfila al autor de ‘Poeta en Nueva York’ a través de las lecturas y escritores que lo formaron.

Luis García Montero era un adolescente cuando, en Granada, se acercaba con frecuencia a la casa de Federico García Lorca (1898-1936). Habían pasado más de tres décadas del asesinato del poeta y la casa, en la Huerta de San Vicente, permanecía cerrada, “como si fuera una metáfora de una ciudad que había sido liquidada por la Guerra Civil”, dice ahora. El futuro poeta entabló entonces amistad con María y Evaristo, los cuidadores de la vivienda, y ellos lo dejaban pasar. Así que el muchacho llegaba con la devoción del que va al lugar sagrado y entraba con mucho cuidado, “y un respeto casi reverencial”, al dormitorio del autor de Romancero gitano. “Me ilusionaba pensando en que ahí Lorca había escrito sus poemas. Todo estaba como él lo dejó: su escritorio, sus libros, los dibujos de Picasso, de Alberti… sus cosas.”

Unas décadas después de esas visitas, quizá influido por los libros que vio en la estantería de aquella habitación (y los misterios de un personaje al que siempre ha admirado), García Montero (Granada, 1958) acaba de publicar Un lector llamado Federico García Lorca (Taurus) en el que, a través del repaso de los textos y escritores que formaron a su paisano, traza un perfil intelectual del autor cuyos restos mortales todavía no han sido encontrados. “Somos aquello que hemos leído”, afirma el poeta y ensayista. Por eso se ha acercado a los libros que leyó Federico García Lorca: “para entender mejor los motivos de su escritura y el equipaje de su formación literaria. Desde que oyó por primera vez a su madre leer en alto a Víctor Hugo hasta que encontró una voz sazonada con las Suites y el Poema del cante jondo, el joven escritor fue buscándose, preguntándose por sus palabras como un modo de entender su propia identidad, las relaciones de su yo con el mundo en el que vivía. Como es lógico, los libros y los autores que fue habitando le ayudaron a situar los conflictos de su intimidad.”

A partir de un ensayo de Pedro Salinas, titulado Defensa de la lectura, García Montero identifica a Federico García Lorca como un lector y no como un leedor (“alguien que resbala con prisas sobre un libro”). “García Lorca fue un autor culto, buscó con pasión los libros que le ayudaron a ser dueño de su voz”, subraya y enseguida recurre a cartas, biografías, ensayos y estudios filológicos para demostrar esa tesis y comprender “las raíces de su formación estética, el valor que la lectura tuvo a la hora de asumir los conflictos de su identidad, su relación con la sociedad y las características de su propio mundo literario.”

La educación literaria de García Lorca fue producto de sus constantes visitas a bibliotecas y librerías y de las recomendaciones que le hacían. “Si la lectura de Hesíodo, Platón o Shakespeare le sirvió al poeta para establecer la dinámica de sus conflictos en el escenario de la alta cultura, la apuesta por Ibsen, Maeterlinck y Verlaine le permitió, además, adentrarse en el mundo simbólico y en poder de lo callado. Estas lecturas, como las de Oscar Wilde, Rubén Darío, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, facilitaron un diálogo íntimo en el que Federico García Lorca encontró su sentido a la hora de escribir. El joven habitó sus libros para negociar consigo mismo y con el mundo su propia identidad.”

De la suma y la mezcla de esos libros y autores estaba hecho el hombre que fue asesinado en 1936. Porque, como dice el propio Luis García Montero en este ensayo de más de 200 páginas, “una persona hace suya la literatura cuando busca en ella los sentimientos y las razones que le sirven para comprender el sentido de la verdad en su vida. Un poeta busca en la tradición el abono que le sirve para nutrir su propio mundo.”

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