Archibaldo de la Cruz escocés
Carlyle es incapaz de levantar una película negra de muertes y amputaciones, de demencias y frigoríficos
Las comedias negras se pueden afrontar de dos formas básicas. Primera, como el que no quiere la cosa, sin subrayados en la interpretación, en la puesta en escena y en los elementos formales (sonido y música, principalmente), dejando que sean el guion, las situaciones y los personajes en sí mismos los que provoquen la gracia y el sarcasmo. O segunda, acumulando actuaciones histriónicas, recursos de dirección que deformen el plano, la imagen, el relato (todo un arsenal de grandes angulares), con el continuo empuje de la música y el sonido, y la acumulación de canciones de contraste. La leyenda de Barney Thomson, ópera prima del actor Robert Carlyle, elige la segunda opción, la que se suele utilizar cuando no se confía del todo en la grandeza del libreto.
LA LEYENDA DE BARNEY THOMSON
Dirección: Robert Carlyle.
Intérpretes: Robert Carlyle, Emma Thompson, Ray Winstone, James Cosmo, Ashley Jensen.
Género: comedia. Reino Unido, 2015.
Duración: 94 minutos.
Aun así, Carlyle es incapaz de levantar una película negra de muertes y amputaciones, de demencias y frigoríficos, de esas que podrían llevar como subtítulo aquella bella traducción de los años 90: Tú asesina, que nosotros limpiamos la sangre. Una obra que, quizá no por casualidad sino como referencia, echa mano de aquel maravilloso Archibaldo de la Cruz de Luis Buñuel, el asesino en serie de Ensayo de un crimen (1955) que no mataba por querencia sino por casualidad. También con la navaja barbera como esencia, La leyenda de Barney Thomson apunta instantes de cierta fuerza, casi todos relacionados con el discurso social, pero incluso el personaje que interpreta Emma Thompson, que parece recién salida de Little Britain, se le marcha vivo más allá de la actuación.
Carlyle, que parece haber estudiado el uso del gran angular de Danny Boyle en Trainspotting, éxito del que formó parte el actor escocés, confía tanto en Thompson (y en sí mismo) que incluso es capaz de montar el reparto alrededor del recurso seguramente más gracioso de la película: que Thomson, de 57 años, sea la madre del propio Carlyle, de 55.
Babelia
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