20 años de la muerte de Ella Fitzgerald
Gracias a ella el jazz entró en los grandes auditorios populares. Una voz prodigiosa que ilumina el siglo XX
No poseía el glamur de una Lena Horne. Ni la voluptuosidad de una Dina Washington. Ni tampoco arrastraba ese aura de dolor y tormento -aunque su infancia no había sido un lecho de rosas- que flotaba alrededor de Billie Holiday. Parecía tenerlo todo en contra, físico, estilo, actitud, todo, salvo su voz. Ella Fitzgerald (1917-1996) convirtió el jazz en un genero popular llevándolo a los auditorios y teatros de todo el mundo; un itinerario artístico distinguido por un legado de más de 25 millones de discos vendidos. La construcción de una carrera musical a lo largo de más de medio siglo, desde un estrellato marcado por la naturalidad y la timidez.
Aunque el título de La voz, hoy popularizado por los concursos de talentos, ha acabado en manos de Frank Sinatra, a Ella Fitzgerald le corresponde por meritos propios, el usufructo de esa titularidad al cien por cien Una voz, como el propio Sinatra definirá, cristalina, milagrosa, proyectada de una manera natural, que desde el jazz, el swing, acabará abriéndose con éxito y sensibilidad a otros territorios: Blues, Góspel, Rhythm and blues, pop, bossa-nova, etc. alumbrando un poderoso legado sonoro y una herencia reclamada cada cierto tiempo por alguna nueva y emergente intérprete.
Desde su Virginia natal, Fitzgerald se había traslado a la ciudad de Nueva York, creciendo en el barrio de Harlem en compañía de una tía que hace las funciones de madre. Un padre desaparecido después de nacer y la prematura muerte de su madre señalan una infancia llena de penurias. Su primera vocación siendo todavía adolescente es convertirse en bailarina de claqué. Los deseos de triunfar como estrella del baile nunca llegarán a materializarse. A cambio, gracias a un concurso musical, pone de relieve sus excepcionales dotes interpretativas para la música.
Sus primeras presentaciones con la orquesta de Chick Webb en el mítico Savoy Ballroom de Harlem despiertan la curiosidad y el asombro de los críticos sorprendidos por el potencial todavía virgen de su voz. Más de una vez tiene que escuchar los reproches de Web que le recrimina su torpeza y su falta de estilo sobre el escenario. No es ninguna vampiresa ni femme fatale delante del micrófono, pero a cambio, posee unas dotes extraordinarias a la hora de recrear una canción, un fraseo y una entonación que la distinguen a años luz de los otros intérpretes.
Esa habilidad o maestría a la hora de improvisar vocalmente que se conoce con el nombre de scat, acabará siendo uno de sus signos identitarios. Como Louis Armstrong, el otro “practicante” de scat, Fitzgerald hace de este modo de cantar interpretaciones únicas, excepcionales. Esos diálogos onomatopéyicos con la orquesta que dejan al público fascinado y con la boca abierta.
A partir de los años cuarenta emprende una carrera en solitario guiada por dos hombres que conocen a fondo la escena del jazz, el productor Milt Gabler y el empresario y representante Norman Granz. Bajo su dirección y guía la cantante se abre a nuevos proyectos: Colaboración con Dizzy Gillespie, presentaciones en los más prestigiosos escenarios y festivales de jazz; las famosas sesiones y giras, Jazz At The Philarmonic promovidas por Granz, grabación de sus álbumes para el sello Verve con sus legendarios songbooks dedicados a Cole Porter, Rodgers and Hart, Duke Ellington, Johnny Mercer o la bossa nova de Antonio Carlos Jobim.
La voz de una intérprete en el súmmum de su arte que en colaboración, entre otros, de arreglistas como Nelson Riddle reconstruye la historia de la música popular americana del siglo XX desde los acentos del jazz transformando cada uno de sus álbumes en obras maestras. En estos años la cantante colabora con Louis Armstrong, la otra gran estrella popular del planeta jazz, un encuentro histórico señalado por el álbum Ella and Louis, al que seguirán otros dos registros discográficos. Como otras cantantes negras su carrera chocará en más de una ocasión con el racismo y la discriminación racial de la época. La actriz Marilyn Monroe, una de sus fans más populares, consigue la cantante actué en el Mocambo, uno de los clubs más populares del Hollywood de los años cincuenta hasta entonces vetado a los artistas afroamericanos. A cambio, Marilyn se compromete a asistir todas las noches en que la artista actúe al local.
Bajo la dirección de Norman Granz, Ella Fitzgerald se convierte en la primera y gran dama del jazz. Su nombre no falta cada año en el cartel de los festivales más distinguidos que se celebran a uno y otro lado del Atlántico. Su figura tampoco falta en los programas musicales y shows televisivos al lado de Frank Sinatra, Tom Jones, Nat King Cole o en el popular Ed Sullivan Show. Junto a Sinatra y la orquesta de Count Basie protagoniza unos conciertos históricos en Broadway y en Las Vegas en el año 1975.
A partir de los años ochenta su carrera musical se ralentiza por problemas de salud, una progresiva ceguera ligada a la diabetes que padece y que acaba con la amputación de sus piernas. Retirada en su residencia de Beverly Hills, los últimos años de su vida transcurren con discreción, la misma reserva con la que había preservado su intimidad a lo largo de su trayectoria artística. El 15 de junio de 1996 moría a los 79 años. Como señala uno de los obituarios que se le dedican: Ella había nacido sólo para cantar.
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