“Es de una arrogancia suprema ocupar el puesto de Jorge Luis Borges”
Manguel, discípulo de Borges, es el nuevo director de la Biblioteca Nacional, cargo que ocupó el maestro
Alberto Manguel es uno de los grandes fichajes del Gobierno de Mauricio Macri. Intelectual respetado, erudito, trotamundos, experto en la historia del libro –tiene una biblioteca personal de 30.000 títulos en Canadá- vuelve a su país después de 40 años para dirigir la Biblioteca Nacional, puesto que ocupó Borges, el hombre que le enseñó cómo leer. Llega en medio de una gran polémica por los despidos en ese organismo. Algunos despedidos trataron de boicotear con pancaras su discurso inaugural en la Feria del Libro de Buenos Aires. Pero él prefiere no hablar de eso y centrarse en su pasión: los libros, la literatura, y Borges.
Pregunta. Usted leía para Borges, ya ciego. Él dirigió la Biblioteca Nacional entre 1955 y 1973. Ahora usted será el director. ¿Es como cerrar un círculo?
Respuesta. Fueron cientos las personas que le leyeron a Borges. Borges cuando quedó ciego, a mediados de los años 50, le pedía a cualquiera que le leyera, un portero, un amigo, un periodista. Yo fui una de esas personas. Cuando me ofrecieron este puesto ¿cómo no pensar que Borges lo había ocupado? Sentía que íbamos de lo sublime a lo ridículo. Por un lado es de una arrogancia suprema ocupar el puesto de Borges. Por otro veo esto como un desafío que me permitirá poner en práctica muchas de las cosas sobre las que he escrito en relación con libros, lectura, bibliotecas. Vamos a ver qué pasa. Fue difícil. Decidí hacerlo porque tal vez sea esta mi última aventura.
P. ¿Cómo era Borges cuando le conoció?
R. Borges fue uno de los lectores más formidables de la historia de la literatura. No porque leyese extensamente, había grandes áreas de la literatura que no le interesaban. Pero era un lector formidablemente agudo. Había decidido ponerse a escribir cuentos, pero antes de ponerse a escribirlos, quería ver como los cuentos que a él le parecían magistrales habían sido escritos. Entonces me pedía que le leyes cuentos de Kipling, de Henry James, de Stevenson... y los analizaba. Y era como escuchar a un mecánico que desarmaba un motor y explicaba que tal tubo va en tal lugar, que tal tornillo va con ese tornillo. Para mí, como adolescente fue una lección de lectura, de literatura, de escritura, que en ese momento no supe apreciar, porque los adolescentes somos arrogantes y yo pensé que estaba ayudando a un pobre viejito ciego.
P. A 30 años de su muerte, ¿cuál es la influencia de Borges?
R. Borges determinó una influencia enorme en el mundo. No se puede escribir en castellano sin referencia al castellano de Borges y no se puede escribir simplemente sin referencia a Borges. La literatura existe antes y después de Borges y la de antes de Borges es también influida por la literatura de Borges, que dijo que cada escritor crea a sus precursores. Yo recomiendo a los escritores jóvenes no leer a Borges antes de escribir porque es tan contagioso el tono, el estilo, que inevitablemente la escritura será una suerte de parodia de Borges. Manuel Mújica Laínez escribió un pequeño cuarteto: Inútil es que te forges/ la idea de progresar/ porque aunque escribas la mar/ antes lo habrá escrito Borges.
P. Borges se consideraba heredero de Paul Grossac, que dirigió la biblioteca en los años de esplendor de la Argentina. ¿Usted quiere entroncar con esa tradición?
R. A lo largo de nuestra bastante triste historia, de una sucesión de dictaduras con apenas unas pequeñas interrupciones de intentos democráticos, la Biblioteca Nacional tuvo sus altos y sus bajos. Toda biblioteca refleja la historia del país que la contiene. Creo que aún tiene un prestigio importante y un rol simbólico que debe justificar.
P. Borges llegó cuando derrocaron a Perón y se fue cuando volvió el peronismo. Usted llega también cuando se va el peronismo ¿Comparte la crítica de Borges?
R. Hay un paralelismo. Borges sufrió mucho ciertos efectos del peronismo. Dejó la biblioteca municipal cuando le cambiaron a director de pollos del mercado. Desde entonces nunca le tuvo mucho cariño. Yo llevo muchos años fuera de la Argentina. La historia no es lo que sucedió sino lo que contamos. Mi cuento desde afuera es distinto. Cuando lleve unos años tendré una opinión más formada.
P. Tiene nostalgia de esa Argentina que usted vivió?
R. Todos somos nostálgicos. Y la nostalgia hace que nos inventemos un país ideal, una personalidad ideal, amigos ideales que tuvimos en el pasado y que nunca existieron. Pero la nostalgia crea geografías imaginarias espléndidas. Sé que no voy a encontrar esa Argentina ahora porque nunca existió. Existió solo en mi imaginación y en la construcción de mi memoria.
P. En la era digital, ¿tienen sentido las bibliotecas?
R. Cada tecnología decreta la muerte de la anterior. La tecnología digital aún no tiene su propio discurso. Como biblioteca tenemos que tener todos los elementos de soporte de un texto. El manuscrito, el libro impreso y el libro digital tienen que coexistir en el espacio de una biblioteca, sobre todo en una biblioteca nacional. No somos una biblioteca porteña y tenemos que ofrecer material a lectores que no pueden venir y los fondos digitales servirán para eso.
P. Unos 400 intelectuales de todo el mundo, incluido el premio Nobel Coetzee, han criticado los 240 despidos en la biblioteca. ¿Qué les dice?
R. Yo respeto a muchos de esos nombres. Cada persona debe actuar según su conciencia. Los intelectuales no son distintos en ese sentido a cualquier persona de la sociedad, que reacciona emotivamente.
P. ¿Le preocupa llegar en ese ambiente?
R. Nunca esperaba que el cargo fuese fácil. No solo porque implica una enorme responsabilidad sino porque la Argentina es un país muy complejo, con sus fuerzas políticas, sus pasiones y no me sorprende que haya habido pasiones opuestas. Me hubiese gustado que hubiese habido más diálogo racional.
P. La crítica fundamental es que usted se mantiene en silencio por los despidos
R. Yo no soy el director de la biblioteca oficialmente hasta el primero de julio.
P. ¿Comparte la crítica de Borges al nacionalismo argentino?
R. Todo el nacionalismo es infecto, porque parte de la premisa que una nación es mejor que otra; que un grupo de gente tiene privilegios que otro grupo no tiene; que una bandera, un rótulo, un símbolo otorga ciertos privilegios a un grupo que otro no tiene. Eso me parece abominable. Chesterton dijo que decir mi país vivo o muerto es como decir mi madre borracha o sobria (risas). No podemos evitar que un país sea nuestro porque lo diga mi pasaporte, pero yo descreo de los pasaportes, como descreo de cualquier rótulo. Decir "la literatura argentina" es decir que el Martin Fierro, Cortázar y las memorias de Evita pertenecen a la misma categoría literaria, lo cual es absurdo.
P. ¿Cree que el nacionalismo es un problema en Argentina, en Latinoamérica?
R. Es un problema del mundo. Los ingleses se creen mejores porque son ingleses, los franceses, los chinos. Es un grito, no un pensamiento.
P. ¿El Quijote, del que habló en la apertura de la Feria del Libro, sirve para analizar el mundo actual?
R. Don Quijote reconoce que es un mundo infame, violento, difícil, y que a ese mundo se enfrenta con una noción del deber del ciudadano que es luchar contra la injusticia, sería formidable que nos sirviera de ejemplo.
"Internet mata la práctica de la curiosidad"
Manguel presenta en Buenos Aires su último libro, Una historia natural de la curiosidad (Siglo XXI). Planteado en 17 capítulos, que son a su vez 17 interrogantes -¿Qué es la curiosidad?, ¿quién soy?, ¿qué hacemos aquí?, ¿qué hay después?, entre otros- Manguel invita a ejercitar la memoria y el poder de reflexión en un mundo en el que "los medios electrónicos nos dan la ilusión de tener toda la información a nuestra disposición".
Pregunta. ¿Vamos perdiendo la curiosidad con los años?
Respuesta. Creo que no. Como individuos debemos sobrevivir en el mundo y para sobrevivir debemos preguntar. Pero los adultos en el caso de la niñez ponen barreras a la curiosidad. No preguntes eso, no debes saber eso, esa puerta no se puede abrir. La sociedad necesita protegerse de esa curiosidad que cuestiona las leyes, las reglas, las disciplinas. Una sociedad existe en la tensión entre la curiosidad del ciudadano y la imposición de reglas de las autoridades y ha sido siempre así. Ha cambiado el tema: en la Edad Media no podía el ciudadano hacer preguntas sobre lo que la iglesia consideraba del dominio de Dios. Ahora el ciudadano no tiene que hacer preguntas sobre el funcionamiento del Gobierno o de ciertas medidas comerciales o sociales, pero las preguntas siguen haciéndose. No sabemos cuáles serán los límites que la sociedad del futuro impondrá sobre nuestra curiosidad.
P. En la era digital en la que toda la información está accesible...
R. ¿Toda la información?
P. Ahora que tenemos la sensación de que hay mucha información que está accesible, ¿somos menos curiosos?
R. Séneca dijo que la acumulación de conocimiento no es conocimiento. Es cierto que los medios electrónicos nos dan la ilusión de tener toda la información a nuestra disposición. La impresión hace que no nos preocupemos por hacer las preguntas debidas y por ejercitar nuestro poder de reflexión y nuestra memoria. Decimos: ¿para qué vamos a recordar una fecha, un nombre, una información si puedo buscarla después cuando la necesite?. Como todo músculo que no usamos, se atrofia y ahora tenemos problemas de memoria.
P. Entonces ¿ahora somos menos curiosos?
R. No somos menos curiosos, pero quizás nos falte la práctica de la curiosidad. Todo ser humano se hace preguntas. Todo ser humano se pregunta qué hago aquí, cuáles son mis responsabilidades, si el universo tiene sentido.
P. ¿Internet mata la curiosidad?
R. La práctica de la curiosidad, que no alentamos por un motivo muy práctico: nuestra sociedad es una sociedad de consumo. El consumidor ideal no tiene curiosidad activa, porque sino se pregunta ¿por qué voy a comprar un par de jeans rasgados por 500 dólares?. Es absurdo. La curiosidad activa no se alienta en los sistemas de educación, que evitan el diálogo. Hacen en las pruebas preguntas en las que hay que marcar verdadero o falso, sí o no, y la mayoría de preguntas interesantes no tienen esas respuestas. Hay un sistema que se instala en los métodos educativos que es contraproducente a la curiosidad y al conocimiento. Y creamos espacios sociales en los que el diálogo se evita, las conversaciones se evitan... En Nueva York no puedo encontrar un restorán o un café que no tenga la música tan fuerte e imágenes de televisión que permita conversar. Tengo una gran nostalgia por los cafés de mi adolescencia donde nos reuníamos y cambiábamos el mundo y redescubríamos las ideas platónicas y éramos los genios intelectuales de esa época.
Babelia
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