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CRÍTICA | MI AMOR
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Rómpeme, mátame

El desenlace deja la puerta abierta a debatir si Maïwenn tiene claro que cuenta una película de terror o si cree en esa seducción

Emmanuelle Bercot y Vincent Cassel, en el filme.
Emmanuelle Bercot y Vincent Cassel, en el filme.

Según ha dejado entrever la propia directora en algunas declaraciones recientes, la relación sentimental que una Maïwenn de quince años inició con el cineasta Luc Besson –y que se prolongó durante cinco años- está en el sustrato de esta película desgarrada, furiosa y visceral sobre la toxicidad de las relaciones medularmente descompensadas.

MI AMOR

Dirección: Maïwenn.

Intérpretes: Emmanuelle Bercot, Vincent Cassel, Louis Garrel, Isild Le Besco.

Género: drama. Francia, 2015.

Duración: 124 minutos.

En Mi amor, Georgio –el personaje interpretado por Vincent Cassel- es alguien que entiende una relación sentimental como un circo de tres pistas, que dosifica sus pirotécnicas representaciones entre largos tramos de desapego, ausencia e incapacidad para entender que quizá una pareja requiera de otras necesidades que una platea atiborrada de público entusiasta. Su figura, su peligro, pero también, ay, su acorazado encanto están contemplados a través de los ojos de Tony, una abogada que parece haber venido a este mundo para encarnar esa ley según la cual el ser humano es el único animal capaz de tropezar dos veces –y hasta doscientas- en la misma piedra. El complejo, contradictorio y castigado personaje de Tony, que rememora esta historia pasional desde un literal y metafórico estado de convalecencia, está encarnado por Emmanuelle Bercot, que ya estuvo presente en el anterior trabajo de Maïwenn –Polisse (2011)- y recibió el premio a la mejor actriz por su papel en Mi amor en el pasado festival Cannes, una edición que precisamente había abierto su cuarto largometraje como directora, La cabeza alta.

Bercot y Cassel, convenientemente azuzados a improvisar por Maïwenn, son, directamente, la piel y la energía de esta película algo agotadora –uno se siente como si llevara 30 años casado con el extenuante Georgio-, pero cargada de significativos matices. El desenlace deja la puerta abierta a debatir si Maïwenn tiene claro que nos ha contado una película de terror o si cree en la patente de corso de la seducción.

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