Semyon Bychkov se lanza a ‘Parsifal’ “en cuerpo y alma”
El maestro de San Petersburgo dirige la ópera de Wagner en el Real
Cuando Richard Wagner compuso Parsifal, confesó a Cósima, su última esposa, que vivía la época más feliz de su vida. Pero al estrenar este monumento a la trascendencia universal, las cosas cambiaron un poco y regresaron los nubarrones. Su protector, Luis de Baviera, renunció a acudir al debut en Bayreuth. Por si fuera poco, Molly, su perrita, murió.
Semyon Bychkov (San Petersburgo, 1952) guarda en su teléfono móvil las confesiones del compositor. A cada respuesta en su camerino del Teatro Real, las esgrime. Puede que necesite prepararse psicológicamente para las cinco horas de ensayo que le esperan en un día tan propicio para dicha ópera como el Viernes Santo. O puede que, sencillamente, esté obsesionado con él. “Cuando entras en Wagner, debes encomendarte a él en cuerpo y alma”, asegura este director, riguroso, concienzudo y grave, a quien le cuesta esgrimir de vez en cuando la normalidad de una sonrisa.
El ocaso de Wagner no fue tan tremendo como sus glorias, derrotas y persecuciones. Aquel hombre que se bebía la vida como si se tratara de un superviviente perpetuo a todas las tempestades llevó sus fuerzas al límite en esta obra tras haber concluido años antes las 16 horas repartidas en cuatro títulos de El anillo del Nibelungo. Lo hizo encomendándose a divinidades menos existenciales que las sufrientes arremetidas de la cuadrilla que hizo sucumbir todo bajo sus pies en El ocaso de los dioses. Buscando un nuevo lenguaje musical acorde con la propuesta teológica y filosófica que deseaba legar como testamento.
"Antes que compositor, Wagner fue poeta y concebía sus óperas como un todo, donde la palabra y el mensaje resultaban fundamentales"
“Lo lleva a cabo, en este caso, inspirado por la piedad y la compasión, centrado en la sabiduría que debe curar la herida de un personaje como Anfortas”, comenta Bychkov, dispuesto a estrenar el 2 de abril la ópera en el Teatro Real. El creador ensayó un cierto axioma posmoderno, antes incluso de que fuera alumbrada la modernidad de las vanguardias. “Musicalmente, buscó las esencias. Pero no debemos olvidar que antes que compositor fue poeta y concebía sus óperas como un todo, donde la palabra y el mensaje resultaban fundamentales. Para que la interpretación cuadre, la mejor manera de acometerlo es casi hablándolo. Cada cantante necesita su propio ritmo para ello y al final debes asegurarte de que funcione el conjunto en base a la claridad”.
Wagner quiso unir en Parsifal esa consecuencia. “La música lleva en cada motivo, en cada definición repetitiva de los personajes a cierta idea de la reencarnación. Su búsqueda y su interés por el budismo no habían concluido”. En esta ópera, Wagner ensaya un muy adelantado ecumenismo. “Trata de unir la trascendencia oriental que tanto le fascinaba con el cristianismo”.
Entre las esencias musicales hacia las que mira, emerge Bach. A lo largo de la composición de la ópera, anduvo estudiando La pasión según san Mateo, aparte de los preludios, fugas y las cantatas. Para él, representaba la perfección misma. E influyó determinantemente en todo el periodo. Pero con la intención de alejarse más aún de los mortales, según Bychkov. “Cada tonalidad en la ópera se nos presenta como una galaxia, a su propia velocidad. Y todas dibujan un universo interconectado. Consigue así que la música supere la dimensión del tiempo para adentrarse en la del espacio. Es así como vuelve a crear un mundo nuevo, pero coherente con lo que necesita plantear”.
De ahí la felicidad. La ópera fluía con demasiada naturalidad en su propio estado de ánimo antes de concluirla en 1882, un año antes de morir. Persigue una sencillez genuina, en contraste con la voluptuosidad y el simbolismo figurativo de El anillo…. “Y logra de nuevo algo diferente”, añade el director musical. “Una simplicidad que no deja de combinarse con otro tipo de cromatismo y otorga un carácter preciso a sus criaturas. Cuando necesitan tormento, lo aprecias, cuando requieren bondad, también, claramente”.
Sin embargo, pese a la nueva audacia lograda dentro de ese camino final de espiritualidad, Bychkov observa una cristalina coherencia respecto al resto de su obra: “Parsifal es una suma de lo anterior. Cada gran creador acaba por revelar la obra que su estado vital necesita. Y esa cercanía de la muerte no es casual”.
Lo va descifrando el director en cada experiencia con cualquiera de sus óperas. “Cuando dirijo Lohengrin, Tannhäuser, Tristán e Isolda o Parsifal, soy el hombre más feliz del mundo. Ahora, requiere entrega. He oído a algunos decir que Wagner resulta tóxico. A mí es una palabra que no me gusta, pero sí puedo asegurar que se convierte en una presencia completamente invasiva. Te levantas con él, te lleva de la mano día y noche, sueñas con él. Lo quiere todo de ti, pero también, al mismo tiempo, representa un regalo”.
Algo parecido experimentaban los maestros que debían trasladar su música a las orquestas en vida de Wagner, como el judío Hermann Levi –que estrenó Parsifal- o Hans von Bülow. “Yo tengo una ventaja. No vivo su tiempo. Por tanto no tengo que aguantar sus borderías, que en muchos casos resultaban inaceptables. Hablo del Wagner persona. El músico es otra cosa”.
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