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Muere el percusionista brasileño Naná Vasconcelos

El músico que dominaba el instrumento del berimbau, fallece en Recife de un cáncer de pulmón

El percusionista brasileño Naná Vasconcelos, en una imagen de 2012.
El percusionista brasileño Naná Vasconcelos, en una imagen de 2012.Sebastião Moreira (EFE)

Para Naná Vasconcelos todo era percusión. Decía hacer sonidos, no ritmos, y tocar más cuando no tocaba. Cuenta Vinicius Cantuária, que estuvo de gira con él, que durante un concierto de ambos en Bélgica se produjo un corte de electricidad y Naná dijo al público que iba a hacer el sonido de la lluvia cayendo sobre los árboles: fue atribuyendo a grupos de espectadores distintos sonidos y empezó a dirigirlos de tal forma que Cantuária casi se puso a correr para no mojarse. Según David Byrne, “Naná podía continuar haciendo su show aunque no hubieran llegado los instrumentos… y, aun así, seguía siendo grande”.

En la mañana del miércoles 9 de marzo, en un hospital de Recife, falleció el percusionista brasileño. Estaba internado desde hacía diez días a consecuencia de un cáncer de pulmón. El entierro está previsto para las 10h del jueves tras el velatorio en la Asamblea Legislativa de Pernambuco.

Juvenal –Naná era el apodo que le había puesto su abuela- de Holanda Vasconcelos nació en 1944 en la capital del estado de Pernambuco. En 1970 estaba tocando en Río de Janeiro con Milton Nascimento –al que impresionó haciendo sonar unas cacerolas y sartenes mientras éste cantaba Sentinela- cuando Gato Barbieri le propuso irse con él a grabar a Nueva York. Tras una gira con el saxofonista argentino decidió quedarse en París. Allí pasó cinco años, antes de volver a Nueva York, en los que grabó su primer disco Africadeus y trabajó con música en una clínica psiquiátrica para niños: “Aprendí mucho más de ellos que ellos de mí. Tuve que desarrollar el trabajo con el cuerpo porque tenían dificultades de coordinación motora y debía pensar cómo ayudarles”. Naná siempre creyó en la música como una vía para transformar y mejorar la vida de las personas.

En 1979 fundó el trío Codona, con el trompetista de jazz Don Cherry y el también percusionista Colin Walcott. Tres discos publicados por el sello alemán ECM que han quedado para la historia. También los grabados a dúo con el pianista y guitarrista Egberto Gismonti, como el celebrado Dança das cabeças. Los sonidos característicos que hacía con la boca –su marca registrada- pueden encontrarse en grabaciones del Pat Metheny Group –del que formó parte un tiempo-, Talking Heads, B.B. King, Jan Garbarek, Jean-Luc Ponty, Jack DeJohnette, Trilok Gurtu, Arto Lindsay… Y su nombre aparece en bandas sonoras de películas como Buscando a Susan desesperadamente, de Susan Seidelman, Down by law, de Jim Jarmusch, o Amazonas, de Mika Kaurismäki. Un estudiante de música norteamericano que le contactó hace unos años tenía una lista de más de ochocientos discos en los que Naná había participado.

Desde María Bethânia, Joyce o Marisa Monte hasta Caetano Veloso y Gilberto Gil contaron con él en Brasil. Junto a Gil, fue director artístico de las primeras ediciones del Percpan (Panorama Percussivo Mundial), festival ideado en Bahía por la antropóloga Beth Cayres. También dirigió en la ciudad colonial de Olinda el proyecto ABC das Artes ‘Flor do Mangue’ con niños que están en la calle, como una forma de incentivar la educación y la cultura. Lo financiaba con dinero ganado en sus conciertos por Europa. Él fue un niño pobre, pero recordaba que en su época no había niños viviendo en las calles. Creció con la música en casa: allí puso sus manos por primera vez en la piel de un tambor y allí asistía a los ensayos del padre. Con 14 años ya era baterista en una orquesta profesional. Tocaba en bailes, con una autorización del juez de menores, pero no podía bajar del escenario.

Era habitual que revistas musicales de Estados Unidos como Down Beat le eligieran mejor percusionista del año. Si bien tocaba todo tipo de instrumentos de percusión, lo que más impresionaba era su dominio del berimbau –hecho de una vara flexible, un alambre y una calabaza hueca-. Aseguraba que lo que él hacía con el berimbau de la capoeira, tocado como instrumento solista, venía de haber escuchado a Jimi Hendrix. Contador de historias sonoras, igual podía grabar un disco para berimbau y orquesta sinfónica (Saudades) que otros combinando percusión acústica y electrónica (Bush Dance o Rain Dance). Y sabía que hacer que el silencio se convierta en música es todo un aprendizaje.

Hace menos de un mes había participado una vez más –fueron trece en total- en la espectacular abertura del Carnaval de Recife, dirigiendo el tradicional maracatu pernambucano, al frente de 400 percusionistas. Decía que su manera de pensar música iba a continuar viva después de él.

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