La evolución humana a través del arte de un androide
Goshka Macuga presenta en la Fundación Prada de Milán su proyecto de mayor envergadura
Un androide acoge el visitante en la enorme sala central de la Fundación Prada de Milán. Lo rodea un conjunto de obras maestras: dos bronces de Lucio Fontana, una enorme esfera dorada de James Lee Byars y otras piezas de Phyllida Barlow, Robert Breer, Ettore Colla y Alberto Giacometti. El cuerpo del androide revela los mecanismos que lo mueven, pero la naturalidad de su rostro asombra. Su voz, humanizada por la tecnología japonesa más puntera, declama un discurso formado por fragmentos de textos de grandes pensadores de la historia, como un compendio simbólico de la excelencia intelectual de la humanidad. El montaje forma parte del último proyecto de Goshka Macuga (Varsovia, 1967), artista polaca afincada en Londres, considerada una de las voces emergentes más interesantes del panorama contemporáneo, desde que en 2008 fue nominada para el premio Turner, aunque contra todo pronóstico no lo ganó.
Hace tiempo que los artistas rechazan las etiquetas y en la búsqueda de nuevas definiciones para sus prácticas han abrazado el mestizaje, la hibridación y la transdisciplinariedad. Todas palabras que en relación a Goshka Macuga, adquieren un significado inédito, porque pese a considerarse artista, es también comisaria, coleccionista, investigadora y teórica de trabajos que cruzan épocas y disciplinas. Lo confirma el proyecto que acaba de inaugurar en los flamantes espacios que Rem Koolhaas ha diseñado para la Fundación Prada en una antigua destilería de Milán. Abierta hasta el 19 de junio, la muestra lleva un título bíblico, To the son of man who ate the scroll, Al hijo del hombre que se comió el rollo de papel, que alude al conocimiento y a las formas que utilizamos para aprehenderlo y conservarlo, pero también a la velocidad compulsiva con qué nos desplazamos con el cursor por la información que nos proporciona Internet.
“La retórica y la memoria artificial basada en el ars memorativa de los antiguos, son dos instrumentos interconectados capaces de hacer progresar el conocimiento”, asegura Macuga, que crea una línea temporal continua enlazando las épocas a través del saber y de las más excelentes obras de arte. El discurso del androide, que ha sido creado a imagen y semejanza del compañero de la artista, sirve como introducción y a la vez herramienta para la comprensión del proyecto que revela todo su potencial intelectual en la segunda planta.
Allí el complejo universo artístico y filosófico de la artista se despliega en seis largas mesas industriales, recubiertas de rollos de papel, sobre los cuales los robots del francés Patrick Tresset dibujan imágenes relacionadas con la historia del hombre y el arte. Un sello mesopotámico, flechas amazónicas, esculturas de De Chirico, la Línea de Manzoni, los amantes hiperrealistas de John De Andrea, los libros intervenidos por Dieter Roth, dos esqueletos abrazados de Marzia Migliora, un ídolo contemporáneo de Sherrie Levine y la carta que Einstein envió a Freud, publicada en el libro Why War? de 1933, son algunas de las obras que en un juego de enlaces y referencias explican la evolución de la humanidad y su posible colapso. Conceptualmente atractiva, la perspectiva del desarrollo histórico del saber según Macuga, también resulta visualmente fascinante.
El recorrido continúa en la Galería Sur, en el marco de la muestra An Introduction. Allí en un estudio en madera labrada del siglo XIV, rodeado por grandes telas monocromas de Walter de Maria, Mario Schifano, Lucio Fontana y Enrico Castellani, Macuga ha colocado una performer que cada domingo lee en voz alta La teoría de la evolución de Darwin en esperanto. “El fracaso de la idea de un lenguaje universal refleja la decepción por la dificultad de crear un conocimiento compartido”, indica Macuga, cuyo trabajo no tiene nada de aleatorio, sino que se basa en rigurosos sistemas de clasificación, capaces de transmitir el conocimiento en una época de constante evolución tecnológica y absoluta saturación de informaciones. Una práctica que ya utilizó en el proyecto para la Whitechapel Gallery, desarrollado a partir de la presentación del Guernica en Londres en 1939. “Para preparar una muestra investigo y organizo informaciones durante meses”, añade la artista, que inaugurará en abril su primera gran individual en Nueva York, en el New Museum.
La muestra milanesa termina en la Cisterna, uno de los espacios históricos de la fundación, donde por primera vez Macuga se mide con un gran proyecto escultórico: un conjunto de constelaciones o estructuras moleculares según se vea, formado por 73 cabezas de bronce de personajes que la artista considera imprescindibles. Es el International Institute of Intellectual Co-operation que reúne pensadores y artistas de todos los tiempos, como Ramon Llull, Socrate, Copernico, Freud, Touring, Ada Lovelace, Bacon, Aby Warburg, Tagore, Lovecraft y Marx, pero también Stephen Hawking, Gagarin, las Guerrillas Girls, las Pussy Riot y Edward Snowden. El único personaje de ficción es Frankenstein, que también presta a Macuga su dramática frase What was I?, ¿Qué era yo?, para una obra en neón, casi escondida, que cierra la muestra con una inquietante pregunta para todos los humanos o según la definición del androide, los eternos alumnos de la venerable Madre.
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