Viaje al inconsciente colectivo
Matteo Garrone apuesta aquí por un artificio tan deslumbrante como gélido, que obvia los modelos de Fellini y Pasolini

Considerado por los hermanos Grimm como “la mejor y más completa [colección de cuentos] que haya encontrado una nación”, el Pentamerón, conocido originalmente como El cuento de los cuentos, o el entretenimiento de los pequeños, escrito por el napolitano Giambattista Basile y publicado póstumamente por la hermana del autor en 1634 y 1636, marcó un hito decisivo en el proceso de preservación de las tradiciones populares. Entre la oralidad y La Fontaine, Perrault, los Grimm y Hans Christian Andersen, estuvo el gesto pionero de Basile, compilador de historias recogidas en los alrededores de Creta y Venecia inmortalizadas en un dialecto napolitano que intentaba ser fiel al origen de esas ficciones en tanto que palabra dicha y no escrita. En los cuentos de hadas está cifrado el inconsciente de una comunidad y el modo en que las historias recogidas por Basile pueden seguir hablando, de manera directa, a nuestro presente parece haber sido el principal motivo que ha llevado a Garrone a realizar, con El cuento de los cuentos, la película más desconcertante de su carrera.
EL CUENTO DE LOS CUENTOS
Dirección: Matteo Garrone.
Intérpretes: Salma Hayek, John C. Reilly, Toby Jones, Vincent Cassel, Alba Rohrwacher, Jonah Lees, Christian Lees, Shirley Henderson, Renato Scarpa.
Género: fantasía. Italia / Reino Unido, 2015.
Duración: 125 minutos.
Adaptado ya por Francesco Rosi en Siempre hay una mujer (1967), Basile es leído por Garrone como visionario anticipador de obsesiones que hoy han adoptado modulaciones un tanto monstruosas y patológicas, tales como el imperativo maternal (el relato protagonizado por Salma Hayek), el ensimismamiento fetichista (la historia de Toby Jones y la pulga) o el culto a la belleza y la juventud (el cuento que enfrenta a Vincent Cassel con una anciana de voz seductora). Interesado hasta ahora en poner a prueba la herencia del neorrealismo –diluyendo fronteras entre documental y ficción (Gomorra) o introduciendo la subjetividad paranoica en la ecuación (Reality)-, Garrone apuesta aquí por un artificio tan deslumbrante como gélido, que obvia los modelos de Fellini y (sobre todo) Pasolini para componer una serie de pulcras estampas condicionadas por la grave suplantación de la musicalidad napolitana por el funcional inglés.
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