Sónar se despide de América Latina con una fiesta caribeña en Bogotá
El festival culmina con The Chemical Brothers, Hot Chip y una representación local
La gira latinoamericana de Sónar culminó la noche del lunes en Bogotá. Por primera vez, el festival de música avanzada pisó Colombia en una demostración de que en estas tierras el reinado de la cumbia, la salsa y otras manifestaciones folclóricas no solo es compatible con diversos géneros, sino que también pueden convivir hasta fusionarse en grandes experimentos.
“Bomba Estéreo es el referente local y el ejemplo de cómo se pueden hacer las cosas bien aquí”, decía Enric Palau, codirector del Sónar. La banda del Caribe colombiano subió al escenario Amanecer, su último trabajo, en el que han dado un paso más en su mezcla de electrónica y ritmos tropicales como la cumbia y la champeta. Esta fórmula les permitió mirar de frente a Hot Chip y The Chemical Brothers, cabezas de cartel, con un espectáculo en tecnicolor orquestado por Li Saumet, cantante de la banda, y su túnica de flecos que se dividía en mil colores. El mismo número de versiones con las que modula su voz: rap, aullidos caribeños y un tono melódico que calmó, "pero con calorcito", a los asistentes cuando cantó Somos dos.
“La escena electrónica en Bogotá sufrió mucho durante la década de los noventa y principios del año 2000 por la denominada ley zanahoria”, contaba Philippe Siegenthaler, director de booking de Absent Papa/T310, una asociación de jóvenes promotores responsable de que este festival haya hecho escala en Bogotá. Los locales se cerraban pronto y se constriñó un género que necesita de la madrugada para liberarse. Con el cambio de la ley, la electrónica respiró. La presencia constante de DJs internacionales en la noche Bogotá sedujo a los locales. El público de nicho, reducido, pero fiel, responde desde entonces.
Ese mismo séquito estuvo acompañado de una prole variopinto que llegó al recinto de Corferias a disfrutar de un espectáculo nuevo para ellos. La pista de cómo Colombia recupera el aliento y vuelve a aparecer en las agendas de los promotores de las grandes citas internacionales. “Es un nuevo público para nosotros, pero al mismo tiempo muy participativo y conocedor del festival”, opinaba Palau. “Han encontrado en Internet un medio masivo para descubrir nuevos tipos de música”.
Un patrón aplicable a Philippe Siegenthaler y sus compañeros de Absent Papa/T310. Comenzaron siendo espectadores del Sónar en Barcelona, para convertirse en los organizadores del festival en su ciudad. “Un sueño”, decía, que se cumplió de forma natural cuando los directores de la cita idearon la gira latinoamericana y se encontraron en el camino con un grupo de jóvenes promotores y amantes de la música que les enseñaron qué se cocía en su país por debajo del cegador mainstream. Cuentan con el aval de siete ediciones de uno de los festivales más importantes de Colombia, Estéreo Picnic, y pueden presumir de haber conseguido la concesión, también por primera vez, para que Lollapalooza llegue a Bogotá el próximo año.
Constituidos casi como un consejo de sabios, ambos equipos fueron conformando un cartel que repite los cabezas que ya tocaron en la edición barcelonesa del pasado junio y los mezcla con bandas locales. “Nos traían propuestas, teníamos discusiones y llevábamos a cabo una aprobación conjunta”, relataba Palau. “Nunca hubo duda con Bomba Estéreo y nos intrigaron mucho los descubrimientos que nos hicieron y que forman parte del cartel”.
Dany F desveló la intriga a primera hora de la tarde. El joven DJ de 22 años, colaborador de Matías Aguayo y reciente fichaje del sello Cómeme, soltó sus bases de house mezcladas con sonidos locales ante medio centenar de asistentes y delante de una cortina negra que daba pistas de para quién iba a ser el despliegue la noche. A Las Hermanas, el proyecto de Diego Cuéllar que desempolva vinilos de Camilo Sesto y Raphael para fusionarlos en la mesa de mezclas, le concedieron, en el segundo escenario, una pantalla para que los visuales intencionadamente mal grabados de guateques terminaran de ambientar esa dulce previa al estallido tropical que estaba por llegar.
El estudioso de la cumbia Frente Cumbiero recogió el guante con una propuesta menos efectista en la forma al vestirse de DJ -se dejó en casa al grupo que acostumbra a acompañarle-, pero contundente en el fondo. Entre el público, las parejas se amarraban y el Sónar se estrenaba en un nuevo tipo de baile. Con el tono ya cogido, Hot Chip entregó a los bogotanos su último disco y también su última actuación del año. Cumplieron con esa norma que les rige desde hace 15 años: poner a la gente a bailar sin mirarse las costuras ni olvidarse de sus galones.
Entonces llegaron The Chemical Brothers con sus juegos de láser y un contundente sonido que liberó esa rabia contenida, el desenfreno de los de la capital que por fin podían resarcirse de todas esas veces que tuvieron que escuchar a los británicos en casa o con suerte en un bar. Los aproximadamente 9.000 asistentes que habían pagado 89 euros por entrar, encontraron por fin una nave donde brincar. Un alarido entre espasmos y bofetadas electrónicas resumió la noche: "Gracias hijueputas, por fin".
Babelia
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