Insolación de influencias
Existe un método más o menos infalible para detectar el grado de sinceridad o impostura de un supuesto heredero de Robert Bresson, dispuesto a recoger el testigo del maestro en su muy particular concepción de la dramaturgia cinematográfica. En un momento clave de su carrera, Bresson decidió que no quería actores, sino lo que él llamaba modelos: presencias no profesionales, verdaderas tabulas rasas de la expresión, a través de cuya opacidad lograba convocar palpables verdades espirituales. El rechazo a todas las convenciones sobre la interpretación se convirtió en hallazgo y punto de ruptura, pero también creó una escuela demasiado permeable a la intrusión de la pose hueca. El adjetivo bressoniano iguala, así, descendencias consecuentes y afectaciones capaces de dar gato por liebre. Es fácil identificar a estas últimas (pese a que jurados de festivales y autoridades críticas suelan caer de cuatro patas bajo su hechizo): si el espectador no logra olvidarse de la estrategia, si, inevitablemente, no deja de pensar en que a esos actores les han inyectado formol en las venas o (con perdón) les han metido un palo por salva sea la parte, es evidente que se encuentre frente a una ganga sub-bressoniana.
ARDOR
Dirección: Pablo Fendrik.
Intérpretes: Gael García Bernal, Claudio Tolcachir, Alice Braga, Chico Díaz, Julián Tello, Jorge Sesán, Iván Steinhardt, Lautaro Vilo.
Género: western.
Argentina-México-Brasil-Estados Unidos-Francia, 2015,
Duración: 101 minutos.
Algo parecido ocurre con la no menos prolija herencia que, en el ámbito del western, han tenido las influyentes modulaciones que, en su día, aportaron dos autores tan distintos como Sam Peckinpah y Sergio Leone. Enfáticos recursos formales (primeros planos extremos, estratégicos usos del ralentí) y una apuesta por el más acentuado laconismo expresivo son, también, una tentadora puerta abierta para el simulacro falaz, tal y como ilustra punto por punto “Ardor”, tercer largometraje del argentino Pablo Fendrik.
El modo en que el operador Julián Apezteguia retrata los paisajes selváticos de la zona de Misiones, dotándolos de espesor sensorial y casi identidad propia, es el único elemento redimible en este trabajo que no fracasa por el esquematismo de su planteamiento narrativo, sino por la pura incapacidad de afirmar una razón de ser entre la impostación de ecos ajenos y un sospechoso afán de trascendencia que delata una profunda incomprensión de la orgánica flexibilidad de los respectivos lenguajes de Leone y Peckinpah. Quizá Jodorowsky también esté presente en la hoja de referencias: la condición chamánica del personaje interpretado por Gael García Bernal en esta historia que enfrenta naturaleza y depredación capitalista también es pura enunciación en un trabajo huérfano de magia, perturbación y misterio.
Babelia
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