Entre la bruma, escultura mexicana
Cuatro artistas mexicanos de primera fila intervienen con su obra en las calles de Londres
Una mujer que adora las esferas. Otra que estetiza desechos urbanos. Un hombre que le da bocados metafísicos a la materia. Otro que ha creado los dedos índices más grandes del planeta. Escultura mexicana en Londres. Cuatro artistas de primera fila reunidos por la casa de proyectos de arte público Art4 para exponer sus obras en las calles de la capital inglesa dentro del Año Dual México-Reino Unido. EL PAÍS entra en sus talleres en México DF.
Yvonne y Santo Tomás
Yvonne Domenge (Ciudad de México, 1946) ha llevado un coral a Canary Wharf, el nuevo distrito financiero de Londres. Coquino coral, 16 pentágonos de fibra de vidrio ensamblados con precisión matemática, se encuentra en la plaza de Bank Street. Domenge es la escultora mexicana de la esfera. “Es la forma que más me gusta, un sólido geométrico que gasta muy poca energía, perfecto, precioso. Para mí representa la búsqueda de la perfección”. Su padre, Enrique Domenge, era abogado, pianista y filósofo tomista, e inyectó en sus siete hijos el patrón de perfección geométrica del pensamiento de Tomás de Aquino. “Unos dicen que la esfera es la parte femenina de Dios, otros que el origen. Puede que sea todo eso, pero para mí es la relación más profunda que tengo con mi padre, al que tanto adoré”, comenta Domenge, que en su formación escultórica estudió “geometría sagrada” y “radioestesia”.
Es activa. Nada más empezar la entrevista se echa al suelo y se pone entre algunas de sus piezas: le pide al fotógrafo que la saque “enredada entre mis obras”. Después se sube descalza a una mesa del taller. A primera vista puede parecer una señora de té a las cinco, pero a una señora de té a las cinco no le pasan este tipo de cosas: “En Alaska trabajé a 40 bajo cero con motosierras y hachas y al volver mi nana me tuvo un mes con las manos envueltas en lodo. También me corté un dedo con un esmeril, pero me lo pudieron coser”.
La artista que cosió una nube
En Canary Wharf también ha plantado su imaginación Paloma Torres. Nacida en la macrópolis de Ciudad de México en 1960, se define como “una flor de asfalto”. Al mismo tiempo, es una maestra de las técnicas artesanales. Para su escultura londinense tuvo que afrontar el reto de construir una nube con más 300 kilos de malla metálica. Contó con ayuda de un sastre. El resultado es de una ligereza inversamente proporcional a su peso, y con una funcionalidad que conecta la obra con la gente. La nube, sostenida por postes de madera, opera como un paraguas que, si bien no tapa toda lluvia, “la hace caer decantadita”.
“Para mí era clave no poner un objeto en un espacio público, algo sólo para admirar, sino una escultura que interactuase”, explica. Hija de una ciudad tan compleja como el DF, Torres recalca la importancia de que el arte ayude a humanizar las urbes: “Los espacios pueden crear sociedades marginadas o ciudadanos librepensadores”. Su nube tiene el reto de hacer más agradable una plaza de un espacio aséptico, Canary Wharf, que Torres define como un “no lugar que podría estar lo mismo en Nueva York que en Londres que en Dubai”. “Y a estos no lugares”, dice, “hay que generarles un aura para poder habitarlos y no volvernos locos”.
Yazpik, sacabocados de la materia
Roca volcánica, madera, mármol, metales, obsidiana, jade, cristal, papel. Jorge Yazpik (Ciudad de México, 1955) abre la materia con una herramienta que se llama “sacabocados”. Y se va metiendo por sus vericuetos y cortándola y puliéndola con un sinfín de herramientas: disco de diamante, cincel, martillos, limas, hojas… Yazpik, un hombre grave, come materia para abrir el vacío.
Su intervención en la materia es tan contundente como leve. “Mi relación con los materiales es una experiencia más sensorial que estética. Se trata de investigar mis sensaciones”. En Londres ha ocupado un espacio regio: los Jardines de Grosvenor en Westminster. Es una roca de tres toneladas socavada hacia dentro en una rigurosa exploración geométrica. En cuanto la interacción con el espacio público, no se puede decir que sea una pieza juguetona: “Tampoco es que tire chispas”, dice con severidad. “Es una pieza que está ahí y la gente tiene que verla. Es una cuestión de interés. Hay gente que tiene interés en el espacio y gente que no”. Él abre los huecos. Tú te metes o no.
Los macrodedos de Rivelino
Rivelino (Jalisco, 1973) es el más joven de los cuatro escultores mexicanos que exponen en esta muestra en Londres. Su obra, You, están en un lugar mítico de la capital inglesa: Trafalgar Square. Tiene unas dimensiones que sólo una plaza imperial puede asumir: son dos dedos índices de bronce (el molde es el índice izquierdo del artista) de siete metros y medio cada uno, contando sendas bases de hormigón que los mantienen en el aire. Porque los dedos de Rivelino flotan en horizontal señalándose el uno al otro. En total, la escultura, que recuerda al gigantismo de Ron Mueck, pesa 25 toneladas.
“El tema de la obra es la igualdad”, dice. “¿Qué significa ser señalado?”. Rivelino explica que la interacción de la gente con sus macrodedos genera un recorrido pronominal: un recorrido por las variantes de la interrelación humana. “Cuando te pones entre los dedos, eres tú el señalado, y si tocas con tus dedos las puntas de los dos dedos escultóricos cierras el circuito del nosotros. Además, el tamaño de la escultura implica que no te puedas hacer un selfie, porque no logras que aparezca entera la obra. Así que tienes que recurrir a que alguien te tome la foto. Necesitas al otro; la ayuda del otro”.
Babelia
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