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TIPO DE LETRA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La novela perfecta para mañana

La acción de 'La caída de Madrid', de Chirbes, transcurre horas antes de la muerte de Franco

Javier Rodríguez Marcos

Si mañana es 19 de noviembre, la novela perfecta para leer en una fecha así es La caída de Madrid, de Rafael Chirbes. ¿Por qué? Porque su acción transcurre tal día como mañana pero no un 19 de noviembre cualquiera sino el de 1975, a 24 horas de la muerte de Franco, cuando para no hablar de agonía se hablaba de "indicios de vida" en el dictador. Ni que decir tiene que todos los personajes del libro —franquistas, antifranquistas y mediopensionistas— saben que aquel hombre bajito que salía de perfil en las pesetas posando como Caudillo de España —"por la gracia de Dios", maldita la gracia— se estaba deshaciendo por dentro en una habitación del Hospital de La Paz. Ni que decir tiene que eso otorga a sus actos una trascendencia que no habría sido tal en cualquier otro momento. Todos, así, se escuchan mientras hablan y actúan como si los estuvieran mirando. Todo era provisional. Lo que más, en la línea Marx (Groucho), los principios. Y no solo los del Movimiento.

Más que la idea clásica de que la novela es la vida privada de las naciones, a Chirbes le gustaba recordar que la novela te lleva al psiquiátrico y la historia, a la cárcel. En La caída de Madrid una y otra convergen de forma natural. Publicada en 2000 por Anagrama, Chirbes decía que, con todas las dudas, su mejor obra era ese retablo roto formado por un comisario de la brigada político-social, un empresario enriquecido con el estraperlo, un universitario progre con mala conciencia de clase o un trabajador del metro que conoce en la cárcel a un abogado leninista que se las sabe todas. Por ejemplo, que la historia la escriben los que saben que existe algo llamado historia. En palabras de Chirbes: "Lo difícil no era conseguir tu parcela de poder, sino mantenerte fuera". Adiós a lo posible, bienvenidos a lo probable. Hagan juego porque todo vale. España entraba en la posmodernidad sin pasar por la modernidad.

La caída de Madrid no es la mejor novela de su autor —ese lugar lo ocupan Crematorio y Los disparos del cazador—, pero tiene la virtud de —situada entre La larga marcha y Los viejos amigos— servir de bisagra para un mundo en el que los antiguos dioses todavía no habían muerto y los nuevos aún no habían nacido. El relato incorpora literalmente frases de Cela, Ortega o Tolstoi pero todo él está atravesado por esa incertidumbre que volcó Dostoievski en Los hermanos Karamazov: "Si Dios no existe, ¿qué clase de capitán soy yo?". Irónico, el escritor de Tavernes —del que la revista Turia acaba de publicar unas notas inéditas— lo dice por boca de un personaje: "Un guardia sin Dios es un espía ruso".

Cuando a Picasso le reprocharon que Gertrude Stein no se parecía al retrato que le había hecho, el pintor respondió: "Ya se parecerá". Cuando a Rafael Chirbes le recriminaban que la gente no era como salía en sus historias, él, con cierta amargura, contestaba: "Ya se harán". Baste pensar en el retrato del pelotazo y la especulación que aparece en sus últimas novelas para comprobar que "se hicieron". O que nos hicimos.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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