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anales cervantinos
Columna
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El español de la historia

Aunque el elegido fue el rey Juan Carlos, el segundo puesto fue para Miguel de Cervantes

Miguel de Cervantes, visto por Eduardo Arroyo.
Miguel de Cervantes, visto por Eduardo Arroyo.

Hace casi diez años, Antena 3, calcando un modelo de la BBC, encargó una encuesta para averiguar quién era considerado entre nosotros “el español de la historia”, vale decir, el más importante. El primer lugar le correspondió a Juan Carlos I; el segundo a Cervantes; el tercero al italiano Cristóbal Colón.

En la fase previa a la publicación de los resultados en un programa especial, a unos cuantos dizque expertos se nos pidió que expusiéramos brevísimamente las razones a favor de nuestro candidato. Yo me limité a invocar un hecho: “Cervantes ha sido el español que durante más tiempo ha dado más felicidad, sobre todo haciéndolas reír, a más gentes de más varia condición”.

En algún momento posterior, tuve la oportunidad de mostrarle a don Juan Carlos, ambos con una copa en la mano, hasta qué punto me parecía improcedente el resultado en cuestión. No creo que entonces se me viniera a la memoria la quijotesca observación de que en los concursos hay que aspirar al “segundo premio, porque el primero siempre se le lleva el favor o la gran calidad de la persona” (II, 18). Como fuera, por ahí iban mis tiros. El Rey admitió la injusticia del caso, pero también que aun así estaba encantado con el veredicto... No tiene el hombre un pelo de tonto.

Me consta que don Juan Carlos ha leído El Quijote, porque en leerlo y comentárselo consistían mayormente las lecciones de literatura que le daba los jueves por la mañana nuestro común maestro Martín de Riquer. Pero desde 1960 ha llovido mucho, y ahora que S. M. goza de una jubilación merecidamente amena me atrevería a proponerle: “Señor, vuelva a menudo al Quijote, para picar a capricho aquí y allá. Garantizo que lo pasará estupendamente”.

El rey de España que más atención ha dedicado a la obra maestra de Cervantes es sin duda Felipe V, pues no en balde en 1693, todavía Duque de Anjou, redactó en su lengua materna un pequeño Tome V de Dom Quichote de la Manche. El jovencísimo Felipe conocía admirablemente el original (en una traducción en cuatro volúmenes) y lo extiende con nuevas aventuras y episodios tan inesperados como el de la irrupción de Maritornes en el camaranchón de la venta para emprenderla a porrazos con don Quijote y Sancho. Pero en el cuadro de honor cervantino de la monarquía le sigue de inmediato José Napoleón I, con la iniciativa de buscar los restos del escritor en el convento de las Trinitarias y depositarlos “en un monumento con su estatua”.

No se juzgue casual que Felipe V y José I fueran franceses. La verdad es que el gran aprecio y la gran difusión del Quijote que han hecho de Cervantes “el español de la historia” deben bastante más a Francia e Inglaterra que a la propia España. En la España de los siglos XVII y, en buena parte, XVIII, el Quijote no provocó comentarios ni secuelas de una mínima sustancia, por mucho que se vendiera aceptablemente bien. En Francia y en Inglaterra, tuvo además una vivaz presencia y operó como vigoroso impulso de la literatura. La primera gran edición en castellano (Londres, 1738) fue iniciativa de un prócer inglés, Lord John, barón de Carteret. En España el éxito masivo no lo consiguió hasta que el barcelonés Juan Jolis no importó de más allá de los Pirineos la fórmula de la edición de bolsillo en cuatro tomitos.

Así se convirtió Cervantes en quien sigue siendo, “el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y, finalmente, el regocijo de las Musas” (Persiles, pról.), que ha divertido y emocionado a generaciones y generaciones, y emparejado en una admiración común a moros y cristianos, a defensores de la leyenda negra y apologetas de la España rancia. Carme Riera exhumó las palabras de un gran catalán, don Antonio Rubió y Lluch, que en el 2015 sugieren una coletilla: Don Quijote, es decir, Cervantes “es hoy también el que nos une a todos los españoles en un estrecho abrazo de amor y concordia que ojalá no se desate jamás”. Amén.

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