Zenobia Camprubí sale de la sombra de Juan Ramón Jiménez
Se editan los 'Diarios de juventud. Escritos. Traducciones', textos inéditos que revelan la independencia de la poeta y traductora
Su voz nítida sale del escondite. Se llama Zenobia Camprubí Aymar. Y aunque en el recuerdo colectivo es la esposa y sombra de Juan Ramón Jiménez, fue, en realidad, la luz y guía del gran poeta español. Era una mujer fuerte que sabía lo que quería para ella y para él. Lo revela ella misma en unos inéditos de sus diarios de juventud y en poemas, relatos y artículos de diferentes épocas que aclaran aspectos de su vida personal, sentimental y literaria, hasta crear un autorretrato desconocido.
“La vida es vana, / Un poco de amor, / Un poco de odio, / Y luego buenos días…”, dice en uno de sus poemas, escritos al principio con su letra cuidada, aunque ese trazo se haría más rápido con los años y se esparciría de palabras casi indescifrables.
Es el nuevo retrato que emerge en Zenobia Camprubí. Diario de Juventud. Escritos. Traducciones, con edición e introducción de Emilia Cortés Ibáñez, publicado por la Fundación José Manuel Lara, y colaboración de Carmen Hernández-Pinzón, sobrina nieta y representante de los herederos de JRJ y Camprubí. La obra llega hoy a las librerías y amplía la exposición Zenobia Camprubí, en primera persona, en el sevillano Museo de la Autonomía de Andalucía.
“Este libro es para que la veamos a ella. Para que nunca más esté escondida. Siempre hemos visto a Zenobia en función de Juan Ramón. Aquí se le ve a ella sola, porque antes de conocerlo a él ya era ella. Se casó y siguió siendo Zenobia. No le hacía falta ser De Jiménez. Fue una mujer inteligente, autónoma, fuerte, directa, clara y práctica. Y lo siguió siendo al lado del hombre que amó y la amó”, afirma Emilia Cortés, tras casi 15 años de investigación. Esta obra se suma a los tres diarios de correspondencia de Camprubí, a sus textos Juan Ramón y yo (1954) y a las traducciones que hizo de Rabindranath Tagore.
El primer destello de su personalidad es de 1896. A los nueve años Zenobia Camprubí se hizo mayor. Acompañaba a su madre en un viaje a Estados Unidos donde esta iba a dejar instalado en la Universidad de Harvard a su hermano mayor, José Benjamín. Ese día, a la niña le permitieron llevar a pasear a dos primas de 5 y 3 años, sin la compañía de un adulto. ¡Sola! Como una persona grande. “En este caso yo era mayor y más responsable y ello dejó en mí un indeleble recuerdo. Me parecía que me había hecho adulta”, escribió en uno de sus relatos.
A partir de entonces, Zenobia Camprubí (1887-1956) empieza a tomar conciencia de la vida, a intuir lo que quiere. Y lo conseguirá. Dejará a un lado ciertas veleidades, como ella decía, para cumplir su misión de apoyar a Juan Ramón Jiménez (1881-1958), con quien se casó en 1916. Una decisión ensombrecida por el silencio o la incomprensión a su amor por él.
Ahora es ella quien habla. Sale de la sombra de JRJ. Se ve a una niña responsable, a una adolescente que ayuda a organizar el hogar y pide a su madre que no le dé tantos mimos, a una joven con inquietudes literarias, a una persona que reivindica a la mujer en la sociedad, a alguien no solo enamorado, ha descubierto que la felicidad de su amado es la suya también.
Su voz primera es la de Diario de juventud, de 1905 a 1911. Son sus años en Estados Unidos, los anteriores al amor de su vida. Lo empieza a escribir por sugerencia de su madre el 25 de septiembre de 1905. Los primeros cuadernos son en inglés. Tiene 18 años. Ha vuelto a EE UU a vivir con su madre que se ha divorciado. En muchos momentos es un diario telegráfico. Da cuenta de sus quehaceres domésticos, de su figura como pilar de la casa, alternados con actividades sociales, estudiantiles y culturales de una joven educada en su casa. Pero en 1906 dice: “Puede que escriba más en el futuro. ¿Tengo suficiente energía y determinación? Las páginas que queden en este libro responderán”.
Tres años después respondieron. De vuelta en el barco a España, ya está la verdadera Zenobia: “No es España, ni América, ni patriotismo, ni memorias, ni resoluciones, ni deseo. No soy sino un deseo: ‘Oh, irse lejos de este bloque Azeldema de tristeza’. No puedo llegar a la meta. Es ‘agua, por todas partes y ni una gota para beber’ o aceptar las consecuencias”, escribe citando a Coleridge.
Escritora singular
Su voz poética es novedosa. Hay 27 poemas inéditos. Desde los cándidos sobre un perro, hasta existencialistas y, claro, amorosos (“Brindo por ti, amor / Brindo por mi amor por ti, amor / Brindo por las hazañas que haré, amor / Para mostrar que mi amor es verdadero amor”). O de sueños idos (“Qué cosa hermosa hubiera sido tener un hijo. / Despertar de la siesta con la sorpresa tierna de su / Tenderse serena a soñar en el placer de su éxito, abrazo logrado…”).
Su voz de narradora sencilla se confirma en medio centenar de relatos. Pasajes de su vida e impresiones entradas en la ficción para crear relatos y estampas. También sus percepciones sobre la Guerra Civil o su exilio con JRJ. Y en ellos también sus percepciones y opiniones más allá de lo cotidiano. Como este titulado Madrid, y escrito en inglés: “De repente, el conflicto de la guerra y la revolución irrumpió. De manera que, como si se enrollase una alfombra mágica, la paz y la belleza de la ciudad desaparecieron. Todo quedó erradicado y marcado por el feroz resplandor de los edificios ardiendo, por el espantoso desmoronamiento de los sórdido escombros, por el hedor de las sucias calles sin agua y, por encima de todo, por la crueldad de los hombres. Parecía haberse extendido un manto de horror sobre los lugares que más habíamos amado y nos lo ocultaban. Fuimos a esos lugares y no los vimos. Fue mucho tiempo después y muy lejos cuando una noche, en un lugar totalmente distinto, el perfume de los jazmines en un jardín tropical trajo el medio olvidado encanto de Madrid en días de paz”
Su voz dio voz a la de su poeta en inglés. Le tradujo varios textos. Aparecen los borradores de una veintena de poemas y decenas de aforismos y conferencias, más 12 fragmentos de Platero y yo.
Su voz sobre su relación tan especulada con JRJ, sobre si él la manipulaba o maltrataba, la aclara Carmen Hernández-Pinzón, heredera del legado de los dos: “Fue una mujer segura y enamorada que dejó lo que ella describió como ‘veleidades literarias’ para apoyar a quien creía que tenía más talento. Se impuso esa misión. Zenobia tiraba de él. Si no es por ella no le hubieran dado el Nobel. No hubiera aguantado ningún tipo de maltrato. En esa casa se hacía lo que ella quería”.
Su voz la apagó un cáncer el 28 de octubre de 1956. Tres días después de ver cumplida su misión con la concesión del Nobel. Siempre supo quién era ella y lo que deseaba. Su voz llega transparente en Epístola aclaratoria de la misma a la misma:
“Es el actor no la acción, / Lo que cuenta en cada actuación. / Los poetas en este mundo son más raros / Que los artistas aunque los últimos sean más bellos. / No soy un poeta, como ves / sino / Zenobita Camprubí”.
Babelia
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