El misterio de Tutankamón y el amante de Alejandro Magno
Mientras sigue sin desvelarse si existen cámaras desconocidas en la tumba del primero, arqueólogos griegos creen haber dado con la del segundo
Momentos excitantes en el mundo de la arqueología –por si no lo fueran ya los del mundo en general-. A la noticia de la búsqueda de cámaras ocultas en la tumba de Tutankamón, una de las cuales se especula que acaso guarde la momia de Nefertiti, nada menos, se ha sumado la de que podría haberse encontrado el sepulcro de Hefestión, el amante de Alejandro Magno. El gran amigo y amor de la vida del rey macedonio, que le acompañó en todas sus campañas como uno de sus generales (acabó dirigiendo su caballería y siendo quiliarca, una especie de visir o segundo al mando), sería finalmente el personaje al que estaría consagrada la gran y misteriosa tumba de Anfípolis, bajo un túmulo gigantesco, la colina de Kasta, al noreste de Tesalónica.
Dicha tumba sensacional, que los arqueólogos llegaron a pensar que era la del mismísimo Alejandro (su cenotafio macedónico: el cuerpo es sabido que se encontraba en un sepulcro en Alejandría, hoy desaparecido), fue localizada en 2012 aunque los trabajos en el túmulo y los hallazgos arqueológicos se remontan a los años cincuenta. La monumentalidad de la tumba estaría en consonancia con la épica pena que se nos dice que sintió Alejandro al morir Hefestión y las conmemoraciones realmente extravagantes que dedicó al amigo muerto, incluyendo la dedicación al amante de un culto heroico.
De momento toca ser prudentes y aguardar el desarrollo de las investigaciones, en ambos casos. No se tomó Troya en un día, y valga la frase especialmente en este contexto.
La hipótesis lanzada este verano por el reconocido especialista británico Nicholas Reeves, uno de los mayores especialistas mundiales en la época de Amarna (la de Akenatón y su familia), de que la famosa tumba de Tutankamón en el Valle de los Reyes (Lúxor), uno de los monumentos más conocidos, estudiados y visitados del planeta, podría albergar cámaras desconocidas hasta ahora, desató una oleada de emoción y escepticismo a partes iguales. La idea, comparable a decir que hay otra sala desconocida en Altamira o en la Capilla Sixtina o que se ha dilucidado la muerte de JFK, parecía una locura: ¿cómo iban a no haberse dado cuenta de la existencia de esas cámaras el descubridor de la tumba, Howard Carter, que pasó años dentro estudiándola (y vaciándola) con su equipo y los millones de personas que desde el hallazgo en 1922 la han visitado?
Reeves apoya su hipótesis de que hay concretamente una cámara perteneciente al enterramiento de Tutankamón sin descubrir (y que almacenaría aún parte de su ajuar funerario) y otra que sería realmente un pasaje que conduciría a una tumba anexa desconocida (¡la de Nefertiti! –madrastra de Tutankamón-) en la existencia de ciertas anomalías en los muros oeste y norte de la cámara funeraria del faraón. Esas anomalías, fisuras ocultas tras las pinturas que sugieren la existencia de puertas, se habrían revelado durante el minucioso escaneado de la cámara mortuoria efectuado por la empresa Factum Arte para la posterior realización de una copia facsímil del sepulcro.
Lo de Nefertiti, cuyo paradero es uno de los mayores enigmas de Egipto junto con el de Cleopatra, Reeves lo sostiene basándose en una docta relectura iconográfica de las pinturas de la cámara funeraria (la única decorada de la tumba) que según él mostrarían no a Tutankamón sino a la reina entronizada como faraón.
Pese a que todo está muy traído por los pelos, sorprendentemente Reeves ha sido autorizado a estudiar la tumba con una celeridad asombrosa, y no solo eso, sino que el ministro de Antigüedades Egipcias, Mamdouh El Damaty, arqueólogo y egiptólogo solvente, ha estado junto a él durante las primeras inspecciones oculares realizadas ya esta semana in situ. Todo ello parece indicar que se da total credibilidad a las teorías de Reeves y que quizá haya otros indicios o pruebas que no han sido hechos públicos. Sería raro que el Gobierno egipcio –por no hablar del propio Reeves que, recordémoslo, pasó mucho tiempo investigando en el Valle de los Reyes hasta que lo echó el entonces todopoderoso responsable de las antigüedades Zahi Hawass- se embarcara en una aventura semejante si pensara que va a salir con las manos vacías y el prestigio dañado. Aunque no hay que descartar el beneficio que para el mermadísimo sector turístico puede significar toda la atención mediática de la operación.
De momento, la primera entrega del serial se ha saldado con un anticlímax. Tras la inspección y la primera rueda de prensa, el jueves, estamos donde estábamos: las puertas podrían existir, y los misterios ocultos, pues también.
Se ha anunciado que se realizarán estudios con radar y otras técnicas no intrusivas para averiguarlo. Mientras eso ocurra, mientras no veamos qué hay (si hay algo) al otro lado del muro, todo lo demás es pura especulación, un saludo al sol, y valga de nuevo la referencia (en este caso a Akenatón). El timing del desvelamiento no está claro: se habla de unos meses y se ha comentado ya que la noticia, cualquiera que esta sea, podría darse a conocer en coincidencia con la fecha del aniversario del descubrimiento de la tumba, el 4 de noviembre. Esperemos que la cosa no se demore como aquel show que fue la investigación de los conductos de ventilación de la Gran Pirámide. En fin, todos los amantes de la egiptología y de la arqueología y el arte y la historia en general (y de los misterios), permaneceremos en ascuas hasta que se aclare el asunto (aunque yo me como el salacot –y lo haría muy a gusto- si resulta que Nefertiti está de verdad en la tumba de Tutankamón).
Lo de la tumba de Hefestión no tiene el mismo morbo, pero no está mal. Hefestión era el hombre al que Alejandro amaba (sabemos por las fuentes que era atractivo y más alto que él: la reina persa los confundió), su favorito. Se decía, con antigua sorna, que Alejandro solo había sido derrotado una vez y lo había sido por los muslos de Hefestión. Su relación se moldeaba –Alejandro era un mitómano- en la de Aquiles con Patroclo (¡qué peligro tiene leer la Ilíada al pie de la letra!), aunque en este caso al parecer el querido era de mayor edad que el rey. El sexo entre Alejandro y Hefestión se da por seguro entre los estudiosos, aunque, como señala el magistral Robin Lane Fox, “no sabemos exactamente quién hizo qué a quién”, lo que es una fórmula muy británica de decir las cosas.
Hefestión, compañero de infancia, luchó mucho y bien junto a Alejandro, fue herido en Gaugamela, tuvo que tragarse el sapo de los amores del rey con el persa Bagoas y su boda con Roxana (fue padrino), apoyó siempre a su jefe incluso en los momentos más difíciles de la carrera de este y la rebelión del ejército, le secundó en sus planes de unir los imperios macedónico y persa (se casó con la hija pequeña de Darío, convirtiéndose en cuñado de Alejandro) y acabó como hiparca, jefe de la caballería y posiblemente el hombre al que el rey habría visto como sucesor.
Durante las inacabables campañas asiáticas, en Hamadán, al oeste de Irán, Hefestión cayó enfermo con fiebres, probablemente tifoideas. El médico le recetó dieta, pero él se comió un pollo regado con vino y se puso peor. Durante siete días permaneció en cama y murió. Alejandro, destrozado, se entregó a una pena desmesurada como él mismo. Ayunó, se cortó el cabello y las crines de todos los caballos, y al final decidió honrar al amigo con despliegue jamás visto. Los funerales fueron espectaculares, fuera de toda mesura.
Según las fuentes clásicas, el monumento que proyectó dedicarle a Hefestión, encargado al arquitecto Dinócrates, medía sesenta metros, constaba de varios pisos y estaba decorado con estatuas como una especie de gigantesca falla. Se habrían empleado veinte toneladas de oro. Hay estudiosos que dudan de que llegara jamás a realizarse, pues Alejandro murió solo un año después que Hefestión. Tampoco está claro si lo diseñado respondía a una pira -¿fue Hefestión cremado a la manera macedónica (y homérica) o quizá se conservó su cuerpo como el del propio Alejandro?- o a una construcción duradera, pero en todo caso, los restos del amado amigo, al que se le consagró un culto semidivino, deberían reposar en última instancia en una tumba regia. Puede que se hicieran las dos cosas: una pira fenomenal –según algunos testimonios se quemó a Hefestión en Babilonia y hubo que desmontar una parte de la muralla para dar cabida al dispositivo- y una tumba en la patria macedónica a escala del afecto y la pena de Alejandro.
La tumba de Anfípolis, la más grande de Grecia, con 30 metros de altura y rodeada de un muro de mármol de casi 500 metros de largo y tres de alto, podría haber sido construida en memoria de Hefestión. La directora de las excavaciones, la arqueóloga Katerina Peristeri, así lo cree tras el descubrimiento de unas inscripciones en las que aparece lo que interpreta como el monograma del personaje. Aduce también en beneficio de su hipótesis la cronología de la tumba (que establece en el siglo IV antes de Cristo) y la presencia de un monumental león de piedra (hallado en 1912 a 2 kilómetros) que según ella habría estado colocado sobre el túmulo y que remite a la misma estatua que sabemos hizo tallar Alejandro en Hamadán en memoria de su amigo y que allí se conserva. En todo caso, en la tumba, que posee tres cámaras y está decorada con esfinges, cariátides, frescos y mosaicos, se han encontrado restos de al menos cinco personas. A lo largo de las excavaciones, la tumba ha sido atribuida a Alejandro mismo, a su madre Olimpia y a alguno de sus generales. De momento las evidencias claras de que pudiera ser la tumba de Hefestión son, de nuevo, ay, más bien escasas.
Babelia
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