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Laurie Anderson, la muerte os sienta tan bien

La artista habla sobre el fallecimiento de los seres queridos en ‘Heart of a dog’

Gregorio Belinchón
La artista y directora Laurie Anderson.
La artista y directora Laurie Anderson.XAVIER TORRES-BACCHETTA

A Laurie Anderson se le murieron seguidas su perra Lolabelle, su madre y su pareja, Lou Reed. El músico, víctima de un cáncer, falleció literalmente en los brazos de su esposa. No es fácil encajar uno de esos puñetazos que la vida va dando –obligatorios, porque sin muerte no habría vida, no existiría la comparación- como para soportar tres de ellos seguidos. Anderson (Glen Ellyn, Illinois, 1947) exorcizó demonios con Heart of a dog, otra de sus producciones visuales repletas de animación, videos caseros de su propia infancia, sonidos, palabras… Por supuesto, su voz y su música: “La película arranca con mi perro, y después intento describir qué es la muerte, y por tanto la vida, y por eso encadeno historias. No tienen por qué tener sentido narrativo, pero sí emocional. De ahí que pase a mi infancia y que reflexione sobre cómo los recuerdos impregnan y alteran los hechos pasados”.

Anderson parece, acurrucada en un sillón, un duendecillo travieso. Sonrisa desarmante, uno no puede dejar de pensar que es complejo hacer una película sobre la muerte, pero aún más torturador tener que hablar de ella en un festival tras otro, porque la película ya se proyectó en la Mostra de Venecia. A ella le gusta definirse como contadora de historias, y habla de los diferentes procesos que desarrollan otros contadores como los periodistas y los políticos, sobre las necesidades de obtener titulares: “Creo que la gente no es tonta, que sabe ver cómo le intentan colar titulares. Yo en la película prefiero usar epigramas, que voy soltando por ahí. Como ese maravilloso de David Foster Wallace: ‘Todas las historias de amor son historias de fantasmas’. O diversas indicaciones acerca de la diferencia entre estar triste y ser triste. Mis imágenes no son tristes, aunque empujen a la melancolía”.

A veces se nos olvida que la muerte marca solo un cierre, que hay que recordar los años de vida, la huella que ha dejado esa persona a su alrededor: “Sí, y que en sus familiares y amigos sigue presente, ¿verdad? Por eso en Heart of a dog hay pequeñas historias, relatos que pueden parecer anecdóticos o remarcarte quién eres, en qué crees. Me interesa la reflexión ulterior sobre hacia dónde van esas historias, hacia dónde se encaminan los vivos y los muertos en el futuro”. La estadounidense divaga, vuelve sobre sus palabras con un inglés pausado, con un tono que de bajo parece casi monocorde. Dibuja verbalmente retratos y filosofa acerca de este concepto, sobre cómo nos ve la gente que nos rodea y nos quiere.

Sus frases son una bella tela de araña, como la película. Empieza a envolverte y a apretarte. Es farragosa, jaleosa y a la vez bellísima. Rehúye referencias a Lou Reed; por mucho que el periodista enrevesa las preguntas, Anderson escoge otro camino. Finalmente, se permite un pequeño chiste sobre su pareja fallecida, tras un largo recorrido acerca de la huella dejada y la sencillez de las imágenes más poderosas. Igual que en su película, que acaba con Turning time around, de Reed. “A mí también me gusta el disco de la banana”. Y no por ello pierde la risa.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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