Carmen
Hay noticias que descalabran, que entran en uno como un estilete que hurga sin piedad… Diez minutos después de morirse ya sabía que Carmen se acababa de ir. Quien llamó en mi nombre para hablar con ella se encontró de pronto con el silencio de su impetuosa voz y el aviso de sus colaboradoras de que había fallecido hacía unos minutos. Un puñado de migajas de tiempo entre las manos y un antes y un después definitivo entre ambos. Sí, Carmen, cuánto lo siento porque todavía nos quedaban algunos detalles ínfimos por cerrar desde la última vez que nos vimos para comer en tu casa de la Diagonal y formalizar definitivamente la adquisición del resto de tu archivo. Fue el pasado mes de julio y, como otras veces, me acompañaste hasta el ascensor envuelta con aquella aureola de papisa laica que deslumbraba a quienes tenían la dicha de aproximarse a ti. Te dije que estuvieses tranquila y que todo iría bien. Me respondiste quedándote debajo del quicio de la puerta y saludándome con esa sonrisa intensa que ponía firme a quien estuviera delante de ti. Cerré la puerta del ascensor y, al ponerse en marcha, escuché de fondo, como si cayeran desde el cielo, unas palabras de advertencia que ahora atraviesan mi corazón como un recordatorio: “Mira que quiero que mis papeles los tengas tú, ¿eh? Que me llamen, que hay que verlos y llevarlos a Madrid. José María, no te olvides…”.
No me olvidé, Carmen, no lo hice y atendimos unos días después tu petición de que el archivo que lleva tu nombre pudiese estar íntegramente en manos del Estado, de manera que la parte adquirida en 2010 se completara con lo que quedaba pendiente. Nos dejaste y no viste cumplida tu voluntad de que todos los papeles estuvieran físicamente juntos. Cerramos el acuerdo, sí, pero las cosas de palacio van despacio y la maquinaria administrativa no iba nunca al ritmo de tu arrolladora personalidad. Cómo me hubiera gustado que esa maquinaria se hubiera enfrentado a ti y que la hubieras puesto en su sitio con el látigo afilado de tus palabras de negociadora implacable. Cómo me hubiera gustado disolver definitivamente la ansiedad que te cercaba por la venta de tu agencia y por ese horizonte de las elecciones del 27 de septiembre que vivías con gran inquietud. Querías que tus papeles estuvieran todos juntos y en manos del Estado porque no te reconocías en aquella Cataluña que gritaba en la calle que quería vivirse separada de España y, por eso, querías que la memoria escrita que acumulaste como la agente literaria que hizo posible el éxito de la cultura en español en el siglo XX, estuviese bajo el recaudo del Gobierno de todos los españoles. Y es que, ¿cómo no iba a ser así? ¿Acaso Vicente Leñero no puso en boca de Carlos Fuentes aquello de que cuando "Cervantes nació, Carmen Balcells ya estaba ahí?" Pues que así sea, Carmen, que sea así, porque ya estabas ahí y sigues morando ahí: en el corazón de la patria espiritual cervantina que renació universal en el siglo XX gracias a ti. Ojalá que los vivos sepamos respetar tu voluntad, tu inequívoca voluntad. Ojalá que sepamos estar a la altura de quien eras y lo que representas ahora, ayer y mañana.
José María Lassalle es el secretario de Estado de Cultura.
Babelia
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