La risa de Carmen Balcells
Un recuerdo personal de una insólita visita a la casa de la gran agente literaria, fallecida este 21 de septiembre, a los 85 años
Carmen Balcells está en el fondo del pasillo, sentada en la silla de ruedas que empuja su hijo. Avanza vestida con su traje largo color verde menta suave, su tez blanca y su pelo corto blanquísimo la hacen ver como una aparición gracias a las paredes blancas y la luz brillante de una mañana de comienzos de marzo de 2012 que lo inunda todo al entrar por las puertas balcones de su casa en Barcelona.
Sí, es la “mamá grande”… A medida que se acerca, la sonrisa de adolescente tímida que se veía a lo lejos se transforma en la de una veinteañera. Avanza en su silla de ruedas por uno, dos y tres salones, con toda esa luz a su izquierda. Se detiene delante de una mesa de cristal repleta de sus papeles, de sus documentos, de los manuscritos pendientes de leer. Sonríe. Se le ve contenta. No suele recibir a periodistas en su casa, pero la felicitación a Gabriel García Márquez por sus 85 años, el 6 de marzo, en un vídeo que emitirá EL PAÍS, la ha entusiasmado y la ha hecho romper su propio reglamento.
- Aquí me tienes. Qué tengo que hacer.
Y ríe con confianza, mientras mueve suavemente la cabeza. Su voz pausada, nítida y ligeramente temblorosa da un sonido vanidoso a la letra S, casi como sh. Solo casi. Era su S. De modales suaves, Carmen Balcells se pone el micrófono de solapa en el vestido, toma el libro de cuentos de García Márquez y lo abre en la página por el que más le gusta, levanta la cabeza...
- ¿Has visto como estoy?
Sonríe de nuevo. Y empieza a leer Muerte constante más allá del amor.
- “Al senador Onésimo Sánchez le faltaban seis meses y once días para…”.
Tres minutos después de leer y decir emocionada por qué era su cuento favorito del escritor colombiano, Carmen Balcells se convierte en la periodista. Pregunta por Colombia ("¿Ha mejorado la situación?"), pregunta por EL PAÍS (“Siempre lo he comprado”), pregunta por las cuentas del Grupo PRISA (“A mí me dicen muchas cosas y uno no sabe qué creer”), pregunta por el mundo de Internet y la información digital (“A mí me gusta, yo estoy explorando cómo llevar los derechos de los libros electrónicos”), pregunta y pregunta; luego habla de rumores del mundo del libro. Susurra, cuenta historias como si fuera una travesura.
- ¿Qué te apetece tomar?
Ella bebe un vaso de agua. Señala las diferentes cajas que están en el suelo y que revisa y ordena esos días, y tras señalarlas se lleva con cierta teatralidad una mano a la cabeza. Documentos, manuscritos, algunos de ellos los vendió al Gobierno.
Habla de la lectura. Dice que para ella es primero la palabra, algo así como que “la palabra es la que fija lo que pensamos. Por eso hay que ser muy cuidadoso. Las palabras tienen vida”.
- ¿Y la lectura?
- Es más importante de lo que la gente cree. Hay que empezar pronto en ese hábito. Hasta hacerlo cotidiano. Yo empiezo mis días con la lectura del periódico. Y leer un libro ya es la apoteosis…
Y habla de cómo empezó en este mundo, de cómo dio con García Márquez (“Gracias a un poeta llamado Caballero Bonald”), de cómo descubrió a Mario Vargas Llosa (“Y le ayudé con una beca para que se dedicara a escribir”) y por qué le gustó tanto la literatura latinoamericana de los sesenta (“Era una cosa no vista, extraordinaria”). Habla de algunos jóvenes escritores que está leyendo, que le recomiendan.
Esa mujer que dicen inexpugnable está ahí. Habla con el entusiasmo del adolescente que acaba de leer una buena novela, o conocer el amor, y no se lo puede callar. Ella lectora de libros y de periódicos. Y de la vida. Lo hace allí, en el 580 de la Diagonal de Barcelona donde vive, y donde una planta más abajo tiene su agencia literaria que tanto prestigio le ha dado. A ella y a la literatura. Es la inventora de esa figura del agente literario en español, y de buena parte del mundo.
El 6 de marzo cuando vio el vídeo en la edición digital del periódico llamó.
- Muchas gracias.
Dijo que había reído al verse. Hablaba como si no fuera ella.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.