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CRÍTICA | B: LA PELÍCULA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La punta del iceberg

La cinta contextualiza lo que en escena era confrontación abstracta en un espacio realista

Fotograma de 'B: La película'.
Fotograma de 'B: La película'.

El 15 de julio de 2013, en su segunda comparecencia ante el juez Pablo Ruz en la Audiencia Nacional, el ex-tesorero del Partido Popular Luis Bárcenas emprendió el sistemático desmantelamiento de sus propias afirmaciones en la primera declaración. El radical cambio en su estrategia de defensa fijó uno de los momentos culminantes en la narrativa de la corrupción que determina todo relato político sobre la España reciente. El potencial dramático de la situación -con un acusado dispuesto a tirar de la manta en una cuerda floja autodestructiva y un juez en tenso estado de alerta ante las zonas de sombra del discurso- no le pasó por alto al dramaturgo Jordi Casanovas, que, a partir de un concienzudo trabajo de poda y construcción dramatúrgica, convirtió la transcripción sumarial de la declaración en Ruz/Bárcenas, montaje teatral bajo dirección de Alberto San Juan, que se estrenó en el madrileño Teatro del Barrio antes de girar, con notable éxito, por el resto de la península.

B: LA PELÍCULA

Dirección: David Ilundain.

Intérpretes: Pedro Casablanc, Manolo Solo, Patxi Freytez, Celia Castro, Carlos Olalla, Eduardo Recabarren, Enrique Benavent, Ramón Ibarra.

Género: drama.

España, 2015

Duración: 80 minutos.

Probablemente, del material en bruto de esa transcripción se podría destilar una arquitectura dramática con la resonante elocuencia del discurso de Marco Antonio en el Julio César de Shakespeare o con la eficacia narrativa del Frost/Nixon de Peter Morgan, pero Casanovas tomó la decisión de manipular lo mínimo ese ígneo punto de partida: ·No se ha añadido ninguna información que no esté contenida en la transcripción. Solamente se han modificado, recortado o reestructurado algunos fragmentos", se podía leer en el programa de mano. Un ejercicio, pues, de algo aparentemente paradójico –teatro documental–, pero, a la vez, cargadísimo de sentido. Tal y como escribía Marcos Ordóñez en este periódico: "Un texto que leído puede resultar tedioso, pese a su evidente interés, apasiona al subir a un escenario: por los silencios, las pausas, la gradación de la tensión. Esas cifras y esos nombres adquieren otro peso a través de la narración actoral, y trazan un dibujo corpóreo y tremendo. Aquí te educan en la escucha, y la escucha te hace ver. Ésa es la esencia del teatro, desde su etimología griega: el lugar donde se hace ver".

Y, precisamente, lo que más se hace ver en la película que el debutante en el largo David Ilundain ha realizado a partir del montaje original son la desbordada expresividad de Pedro Casablanc (Bárcenas) y la tensa contención de Manolo Solo (Ruz), fuego y hielo en un pulso dialéctico que funciona como punta de iceberg de un patológico estado de la cuestión. La película contextualiza lo que en escena era confrontación abstracta en un espacio realista. Desafortunadamente, en ese cambio comprensible hay una contrapartida: Ilundain contrapuntea el cuerpo del discurso con irrelevantes y rutinarios planos de reacción de los asistentes, que restan contundencia al conjunto.

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