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CRÍTICA | UN CINE ARDE Y DIEZ PERSONAS ARDEN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un incendio interior

Un joven e incandescente elenco madrileño prende la sala Nave 73 con una pieza cáustica de Pablo Gisbert

Javier Vallejo
Grupo de actores de 'Un cine arde y diez personas arden', que se representa en Nave 73.
Grupo de actores de 'Un cine arde y diez personas arden', que se representa en Nave 73.

Sorpresa. Un grupo candeal de actores recién horneado en la escuela de Nave 73, un texto incisivo inédito (con el que Pablo Gisbert cosechó el accésit del Premio Marqués de Bradomín 2011) y una dirección de Carlota Gaviño e Íñigo Rodríguez-Claro que pone en planos paralelos lo trágico y lo humorístico, los genocidios y los juegos de niños, del mismo modo que el propio autor equipara la ceguera de los pueblos ante los crímenes de sus dirigentes más abyectos con la necesidad que el amante tiene de ignorar la traición de la persona amada.

Un cine arde y diez personas arden

Autor: Pablo Gisbert. Dirección: Carlota Gaviño e Íñigo Rodríguez-Claro. Intérpretes: Estefanía Marín, Cristina Martín, Álvaro Molero… Madrid. Nave 73, los miércoles de septiembre.

La pareja rectora contrapuntea los diálogos de Un cine arde y diez personas arden con alegorías (por ejemplo, de la deformidad moral, cuando los coreutas se lían las caras, como redondos de ternera listos para asar, con las gomas elásticas con las que segundos antes se enfrentaban a pelotillazo limpio) y con una partitura cinética en la que caben desde los cuadros vivientes (para recrear, con ironía, los dos vía crucis que Gisbert propone) hasta la coreografía paródica, sembrada –donde asoman la cabeza, algo ebrios, Pina Bausch y Lindsay Kemp–, con la que los actores acompañan la reproducción de los tres minutos finales de la Obertura de Guillermo Tell.

Gaviño y Rodríguez-Claro desentrañan admirablemente la pieza de Gisbert: la hacen suya, en el mejor sentido. Sus intérpretes, en el papel de espectadores cinematográficos, ocupan la grada del teatro, y el público, el escenario donde supuestamente se está proyectando el Wilhelm Tell de Heinz Paul, de modo que, ya de entrada, unos y otros se sitúan fuera de eje, como el autor, que en esta pieza observa las relaciones familiares y afectivas con desconfianza manifiesta, un bidón en la mano diestra y una cerilla en la zurda, dispuesto a hacer luz de manera expeditiva.

Formidable, la incandescencia con la que Esteban Balbi, Adela Bértolo, Carlos Hermayz, Estefanía Marín, Cristina Martín, Álvaro Molero, Javier Rojo, Axel Florencio (un Tomás Pozzi más temperado) y Laura Morán (ni un terremoto podría sacarla del lugar mental donde se coloca), actores recientísimos todos ellos, encarnan las ideas del autor, las figuras de las que se sirve para expresarlas y las corrosivas sugerencias de ambos directores. Hace tiempo que no veía un elenco amplio tan compacto, con su energía tan bien sopesada y tan concentrado en lo concreto y en lo simbólico. Aunque Gisbert no la haya estrenado con El Conde de Torrefiel, su compañía, Un cine arde y diez espectadores arden no es menos cáustica ni menos certera que cualquier otra de sus mejores piezas (de hecho, hay un par de pasajes de esta que retoma en Observen como el cansancio derrota al pensamiento; uno de ellos, la diatriba contra los viajes de estudios y de ocio a Londres) ni que las piezas de referencia de Rodrigo García o de Angélica Liddell.

 

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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