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“El cine latinoamericano no es un accidente”

Lorenzo Vigas y Pablo Trapero, premiados en Venecia, personifican el triunfo de la nueva ola llegada de América Latina

Álex Vicente
Fotograma de la película 'Desde allá', ganadora del León de Oro en Venecia.
Fotograma de la película 'Desde allá', ganadora del León de Oro en Venecia.

Latinoamérica arrasó anoche en el palmarés de la Mostra de Venecia. Contra todo pronóstico, el debutante venezolano Lorenzo Vigas se llevó el León de Oro por Desde allá, mientras que el argentino Pablo Trapero ganó el premio al mejor director por El clan. Pese a las numerosas diferencias temáticas y de estilo existentes entre ambas películas, no costó ver en esta doble victoria un encumbramiento definitivo de la nueva ola del cine latinoamericano, surgida hace más de una década y con una representación cada vez más asentada en los grandes festivales internacionales.

“Es la confirmación de que los años pasados no fueron simples accidentes. El cine latinoamericano no es un accidente que pasa cada tantos años. Estamos haciendo películas que comprometen a públicos distintos en festivales y en las salas, cintas que cruzan países e incluso océanos. Los premios en Venecia son una señal de que este cine es una realidad”, afirmaba Pablo Trapero (San Justo, Argentina, 1971) a EL PAÍS pocos minutos después de recibir el premio, todavía eufórico, en un pasillo del Casino del Lido veneciano. El cineasta no esperaba premio: había regresado el miércoles por la noche a Buenos Aires. El viernes por la mañana el festival volvió a llamarle: tenía que regresar a por su galardón como mejor director por El clan, donde reconstruye la historia real de la familia Puccio, que a principios de los ochenta practicó secuestros y asesinatos a las órdenes de un temible patriarca. “Es un festival por el que tengo mucho cariño. Aquí presenté mi primera película, Mundo grúa, hace los 16 años, y me he formado viendo cine italiano”, explicó.

Imagen de 'El clan', dirigida por Pablo Trapero.
Imagen de 'El clan', dirigida por Pablo Trapero.

A finales de los sesenta, el movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano agrupó a una serie de realizadores –Glauber Rocha, Fernando Birri, Tomás Gutierrez Alea, Miguel Littín o Raúl Ruiz– que se oponían al mercantilismo de las grandes producciones y abogaban por un cine “imperfecto”, según el manifiesto que firmó Julio García Espinosa, donde defendía que una puesta en escena cuidada y una técnica relamida eran síntomas de “un cine reaccionario”. Ese cine tuvo también una misión: no solo describir el mundo en que vivían, sino incluso cambiarlo. Los tiempos de la utopía han quedado atrás, y la nueva ola del cine latinoamericano parece preferir una descripción desencantada de esa realidad social, a menudo acompañada de una estética árida y una falta de estilización voluntaria. Pero tampoco renuncia a la politización y a impulsar un cambio.

“La mejor manera de combatir la condescendencia es haciendo buenas películas”, dice Pablo Trapero

El vencedor del León de Oro, Lorenzo Vigas (Mérida, Venezuela, 1967), dijo al recibir el premio que esperaba que su película provocara “un diálogo” entre sus compatriotas, aludiendo a la falta de comunicación entre clases sociales (y, suponemos, clanes políticos) como uno de los problemas de la actualidad venezolana. Su historia de amor y dependencia malsana entre un hombre maduro y acomodado y un joven delincuente caraqueño admite lecturas sociopolíticas, que el mismo director ha alentado en Venecia. “Hacer una obra de arte es una responsabilidad. No hice esta película para que gustara a todo el mundo, sino para que la gente pudiera hablar de problemas sociales, políticos y económicos muy graves que tenemos en Venezuela, y que compartimos con otros países latinoamericanos”, expresó Vigas. “El cine puede servir para eso y también para entretener, pero si vienes de un país o de un continente con problemas fuertes, es una responsabilidad crear debate sobre esos problemas”. Sin oponerse al cine de entretenimiento, Vigas afirmó haber rodado la película “para crear discusión”.

Trapero también enmarca su historia familiar en la convulsión del final de la dictadura argentina, utilizando imágenes de archivo y dejando claro que un personaje como Arquímedes Guccio pudo actuar impunemente porque se benefició de la permisividad de quienes formaron parte de ese régimen. “El cine, por naturaleza, tiene la capacidad de emocionarnos y hasta de modificarnos. Eso hace que, cuando uno hace una película, tenga una responsabilidad. El cine es entretenimiento y es espectáculo, pero también reflexión”, sostuvo ayer Trapero.

“En Latinoamérica no estamos culturalmente conectados. Es una lástima”, sostiene Lorenzo Vigas

Aquel viejo cine utópico que surgió en los sesenta tenía otro objetivo, además de remodelar la conciencia del espectador y aspirar a un mundo más justo. Se trataba de un movimiento cinematográfico a nivel continental, como lo fue el sueño bolivariano de la Gran Patria, que aspiraba a conectar a todos los países que formaban parte de él. En ese sentido, fracasó. ¿Logrará funcionar esta vez? “Deberíamos estar más conectados”, reconoce Vigas. “En Venezuela es difícil ver películas de Colombia, pese a ser un país vecino, o de Argentina. No estamos culturalmente conectados y es una lástima”, expresó el cineasta, que ha rodado la película con productores mexicanos, una montadora brasileña y un protagonista chileno, el actor Alfredo Castro. “Esta película es un esfuerzo común por juntarnos. Es algo que deberíamos hacer más a menudo”, sostuvo Vigas.

Ambos directores esperaron que la doble victoria en Venecia logre terminar con el paternalismo respecto al cine latinoamericano, que a veces se observa en Europa. “La mejor manera de combatir la condescendencia es haciendo buenas películas que hablen por sí solas”, afirmó Trapero. Pese a las diferencias que separan sus películas, el director argentino siente que todos forman parte de una causa común. “Me enorgullece formar parte de este equipo de directores que anda por el mundo mostrando películas latinoamericanas”, concluyó.

Desde allá es la primera película venezolana que compite en Venecia, y el primer filme latinoamericano que se alza con el León de Oro. Solo cuatro títulos llegados de América Latina habían ganado, hasta ahora, el primer premio de uno de los tres grandes festivales europeos (Cannes, Venecia y Berlín): El pagador de promesas, del brasileño Anselmo Duarte, vencedor de la Palma de Oro en Cannes en 1962; Estación Central de Brasil, de Walter Salles, que ganó el Oso de Oro en la Berlinale de 1998; Tropa de élite, de José Padilha, vencedora en el mismo festival de 2008; y La teta asustada, de la peruana Claudia Llosa, que triunfó en Berlín un año más tarde. Con el León de Oro para Desde allá, Latinoamérica tiene, desde ayer, los primeros premios de los tres grandes festivales en su haber.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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