_
_
_
_
PATIO DE COLUMNAS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

En el Marítim

Cada mesa del bar Marítim es un mundo, o al menos un pequeño escenario, la representación de alguno de los estadios de la vida. No hay mesa en la que no haya estado sentada. A la derecha, en una de las mesas más cercanas a la playa hay tres yonkis, son atractivos como lo es (al menos para mí, al menos todavía, de momento) todo lo frágil y decadente, todo lo que está a punto de desaparecer. Son las diez de la mañana y beben cerveza. Uno de los jóvenes sale repentinamente de su sopor y abre una boca sin dientes que me da un susto. En la mesa de al lado hay uno de los habituales de Cadaqués (nos hemos visto millones de veces, nos conocemos sin habernos dirigido jamás la palabra, nos parecemos como se parecen las personas que frecuentan un mismo lugar a lo largo de los años) con un niño precioso encima de las rodillas y una pareja mayor encantadora que deben de ser los abuelos. Una niña, vestida con un kimono de flores que la brisa agita y un sombrero rosa, juega encima de una barca varada en la playa. La gente lee periódicos de papel. Podría pasarme todo el día aquí, pienso. Pero entonces llega un señor sin camiseta (no muy joven, no muy delgado), y se enciende un purito. Y aparece una pareja de modernos, barba y manga larga, él, cara de adorar a Frida Kahlo, ella, con un bebé rechoncho y rosado que parece un cerdito, y, el padre se pone a bostezar sin taparse la boca. Mientras, la yonki que hace un rato me había parecido atractiva, saca un cortauñas y empieza a cortarse las uñas de los pies. Pienso que tal vez haya llegado el momento de irse a perder el tiempo a otro sitio. Pero me quedo media hora más, por curiosidad, por pereza. Y entonces veo que el tío asqueroso sin camiseta tiene la mirada más triste del mundo. Y que el bebé de los modernos en realidad es muy mono y que los padres (aunque seguro que son unos fanáticos del reciclaje) tampoco están mal. Para el cortauñas en el bar no logro encontrar explicación. En fin, que si esperamos lo suficiente, todos (incluso los que nos tapamos la boca para bostezar) nos condenamos y nos redimimos varias veces al día. Acabo el café y pido una cerveza.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_