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La segunda muerte de Sazatornil

El desaparecido diario 'Pueblo' lo dio por fallecido unas 20 horas en los años setenta

José Sazatornil (derecha) en 'La escopeta nacional'.
José Sazatornil (derecha) en 'La escopeta nacional'.

Ayer falleció Jose Sazatornil, Saza, un actor muy popular que nos dejó tres actuaciones memorables, muchas buenas, don Mendo y algunas menores en el cine de los últimos 40 años y que incorporó al antihéroe, al español medio sometido al sistema, en el que muchos se reconocían.

Era la antiestrella, dicen algunos. Incorporó en La escopeta nacional el empresario catalán torpe que se hace querer, por su frustrado dispendio de cohechos impropios, pues lo gasta todo y no consigue nada en la cacería, salvo preguntar “por lo mio” y desesperar. En Amanece que no es poco, de Cuerda, elevó el tricornio al ateneo y superó con creces un personaje que no era imaginable.

Lo que no muchos saben es que Saza murió dos veces. En el diario Pueblo, de finales de los sesenta, se le dio por muerto unas 20 horas. El tabloide sindical se encargó de desmentirlo en primera plana, con un gran tipo de letra: “Que no me he muerto, leñe”.

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Esa primera muerte de Saza, desmentida, leñe, fue el día en que en España empezaron a dispararse los rumores, ya sin cesar hasta noviembre de 1975. Estuvo el país (unos y otros) oyendo, rumoreando y desmintiendo que no se había muerto. Algunos futuros felipólogos interpretaron que don José, aquel día de la falsa muerte de Saza, hablaba por boca de El Pardo: que no me he muerto, leñe. Tanto a partidarios como detractores del régimen, les quedaba esperar a Godot, les faltaba un magnicidio a pocos metros de la embajada, una tromboflebitis, Solchaga y el equipo médico habitual.

Menos mal que aquel día de 1970 no se murió Saza. Nos habríamos quedado sin su Escopeta nacional, sin su guardia civil faulkneriano de Cuerda. Muchos no habrían echado de menos sus películas rijosas del destape, pero el país no habría sido el mismo. Siempre resulta emocionante ver a Buñuel desafiando a la censura en todas y cada una de sus escenas. En cambio, el desafío de Sazatornil fue el de la normalidad: españoles reprimidos buscando el escote imposible, buscando una venta de porteros automáticos en una cacería, un guardia civil ilustrado a la altura de Luis Ciges en su surrealismo natural. Saza, que por fortuna no murió aquel día de 1970, nos dejó una sensación de normalidad, cordialidad, de catalán amable y educado que se dedica a los negocios pero que nunca se mete en política, sólo en cacerías. Por fortuna, hoy los políticos catalanes sólo se meten en política, pero no hacen negocios. En San Feliú de Guíxols, frente a un bacalao, se resumía el secreto de la vida: ¿Más azúcar o más sal en la salsa de tomate?

La de cosas que se hubiera perdido Saza si no hubiera tenido que desmentir a toda plana su falsa muerte. Menos mal que no murió la primera vez y que nosotros disfrutamos de su buen hacer y sus creaciones cinematográficas que un alemán llamaría rutina de lujo y un catalán, con ese acento que tanto nos gusta y seduce, brutales.

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