Las cosas de Jota Jota
José James le canta a Billie Holiday en el centenario de su nacimiento
Hasta ahora, en el mundo del jazz, solo había un “Jota Jota”: J. J. Johnson, el extraordinario trombonista fallecido en 2001. Hasta que llegó José James y le robó la exclusiva. El jotajotismo es lo que tiene.
Este Jota Jota resulta bastante desconcertante. Uno no sabe a qué atenerse con él. El mismo que un día aparece convertido en el rey del pollo frito, versión bajos del Bronx, al día siguiente está cantando My one and only love. Su último invento se llama Yesterday I had the blues. Jota James le canta a Billie Holiday en el centenario de su nacimiento; seguramente, el mejor de los homenajes que se le han rendido a la cantante de voz ratonil con motivo de tan brillante efeméride. La cosa, que James respeta la materia prima, sus versiones son discretas y humildes; demasiado, seguramente, para un auditorio ansioso de panem et circenses. Jota James, en la noche del miércoles, segunda del festival vitoriano, les dio todo eso, y más. Claro que tampoco los músicos eran los del disco y, qué quieren que les diga, se notó. De la discreción y la humildad, nos olvidamos. Al tercer tema, Billie Holiday había dejado su lugar a Come to my door, composición del susodicho en la línea soft-soul que también le caracteriza. Aviados estamos.
Un Tenderly, que de tierno tuvo poco, y un Loverman un tanto levantisco, dieron paso a la traca final. Por dónde, no se le ocurrió al protagonista de la noche cosa mejor que fundir una de sus composiciones, Park bench people, con el clásico entre los clásicos: God bless the child; en versión funk, además. ¡Estas cosas no se hacen, Jota Jota!.
Y entonces, sucedió. Salió James a escena para el bis en la única compañía de sí mismo y el consabido aparatito que, debidamente accionado, permite al cantor multiplicar su voz cuantas veces sea necesario; una cosa como el Orfeón Donostiarra, en versión Jota Jota. Y arrancó:
Southern trees bear strange fruit,
Blood on the leaves and blood at the root…
Olvídense de Sting, Annie Lennox, Cocteau Twins o UB40 (de estos, sobre todo). Si el lector no conoce la versión de James de Strange fruit, no sabe lo que se está perdiendo. Fue el momento de la noche, puede que del festival todo. Diez minutos en los que tocamos el cielo, si es que puede hablarse de tal cosa tratando de lo que trata la canción. Después de algo así, podríamos habernos vuelto tranquilamente a casa con la satisfacción del deber cumplido, pero resulta que aún faltaba la segunda actuación. Hiromi, la pizpireta pianista japonesa, al frente de su “Trio Project”, en su ascenso de categoría, de la sección “jóvenes promesas”, en la que debutó en este mismo festival, al escenario principal. Sus fans en la ciudad pueden estar tranquilos: el cambio de escenario no la ha transformado. Como un huracán en medio de la noche, vengan los rayos, las centellas y los puños cayendo impíos sobre el teclado, que a ver qué había hecho el pobre para merecer trato semejante. Épica, atronadora, agotadora... Hiromi no concede un momento de respiro al oyente. El dolor de cabeza, con ella, está asegurado.
Huelga decir que en esto, como en todo, el crítico fue por un lado, y el respetable, o una parte del mismo, por el otro, y esa parte mayoritaria del respetable abandonó el pabellón de Mendizirrotza dando vivas a Hiromi y a su santa madre, mejor para ellos. Uno podría hablarles de sus dificultades para encontrar una farmacia 24 horas en Vitoria donde proveerse de la correspondiente dosis de analgésicos, pero esa es otra crónica.
Babelia
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