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FICCIÓN EN CADENA

‘Wounda’: ‘Círculo 2’

El guionista Manuel Ríos San Martín continúa el relato del inspector jefe Jellineck que investiga en el zoológico de Londres la muerte de un concursante de un programa de televisión comido por un tiburón

Ilustración de Miguel Sánchez Lindo.,
Ilustración de Miguel Sánchez Lindo.,

Jellineck alcanza jadeante la La Isla de los Gorilas justo a tiempo de ver cómo el “espalda plateada” se gira, corre contra la construcción que le sirve de cubil y se lanza de cabeza contra la piedra. Cae al suelo. Sangra mucho; no hay que ser un experto para darse cuenta de que está grave. Fesser lo observa, impresionado, sin guardar el arma. Su jefe no puede impedir respirar de una manera desagradable que termina en tos seca.

—Está como loco…, ha matado a la cría— explica Fesser.

A pesar de estar malherido, el gorila se levanta con esfuerzo y se arroja con violencia contra la valla desde la que le apunta Fesser sin decidirse a intervenir. Se desploma tras golpearse con los barrotes.

—¡Kesho…, nooo!— Kenny Millet permanece impactado.

Uno de los encargados, nervioso, salta las protecciones y se acerca. La hembra observa desde detrás de unas ramas abrazada a su otra cría. Lanza pequeños aullidos de tristeza al ver cómo su hijo ha muerto. El “espalda plateada” está agonizando también, dando sus últimos estertores.

—¡Joder, qué les pasa a todos! ¿Cómo ha empezado?— El jefe habla sin percatarse de la presencia de los policías.

El encargado coge la mano al simio como si se tratase de alguien cercano. Mira a su jefe. No hay nada que hacer.

—Como los demás, llevaba varios días sin comer...

—Joder, Kesho, no... Kesho, tú no...

—Es el tercero que muere este mes. Y la cría… Solo quedan Wounda y Nim.

Fesser contempla la situación: dos hombretones a punto de llorar por dos monos muertos. Nadie reacciona, Kesho sangra abundantemente por la cabeza y le tiemblan las extremidades inferiores de manera violenta.

—Este animal está sufriendo—.Fesser no puede callarse.

El jefe se gira y ve a los dos policías pero no sus pistolas. No sabe quiénes son, unos visitantes tal vez. Tienen razón, está sufriendo.

—No hay nada que hacer. Ve a buscar una inyección— ordena a su ayudante.

Carlos se separa del simio y Jellineck, sin mediar explicación, dispara reventándole la cabeza al “espalda plateada”. Todos se asustan y se quedan desconcertados. El policía guarda su arma muy tranquilo. Kenny Millet podría estar de acuerdo en que ha detenido su sufrimiento de la forma más rápida, pero aun así la dignidad de los gorilas no merece ese trato. Aunque desde hace unos meses ya no sabe qué pensar sobre casi nada. El policía se acerca a él.

—¿Qué está pasando con los animales?

—¿Qué ha hecho? ¿Quién es usted?

—Franz Jellineck, inspector de policía. Me pareció que había que matarlo.

—Sí, joder..., pero los animales también tienen dignidad.

El policía lo observa; le cae bien ese hombre.

-Puede que ellos sí.

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