El legado de Jacobo
Muy pocos periodistas han tenido su fama y su influencia, gracias a que encabezó el telediario con más audiencia del mundo hispano. Y casi nadie, tampoco, ha legado tantos documentos (audiovisuales) a la historia contemporánea del siglo XX.
Durante casi 30 años, un señor de rostro enjuto, gafas grandes (y, al principio, cascos grandes en las orejas) decía las noticias del día, con voz nasal y frases barrocas, en la pantalla de los aparatos de televisión de los hogares mexicanos. Terminaba el bloque de las telenovelas, entraba la sintonía de 24 Horas y aparecía Jacobo a quien, cada tanto, interrumpía Lupita, su secretaria, para decirle, por ejemplo: “licenciado, está en la línea el señor Presidente.” Jacobo —la eterna corbata negra, las camisas bien almidonadas— soltaba un sonoro “¡gracias, Lupita!” y con el auricular en un oído —el teléfono como elemento teatral— saludaba: “Señor Presidente de la República, doctor Ernesto Zedillo Ponce de León, muy buenas noches.” Escuchaba con atención las palabras del Jefe Máximo (eran tiempos de la Presidencia Imperial, Enrique Krauze dixit, no lo olviden), le hacía alguna pregunta “cómoda” y le agradecía hasta la saciedad la “deferencia” de deleitar con sus precisiones al teleauditorio del Canal de las Estrellas, buque insignia de Televisa, “Catedral de la Televisión en Español.”
Tan admirado como criticado, “el güero de las noticias” acompañó a Fidel Castro y al Che en su entrada en La Habana el primero de enero de 1959. “Oiga, ¿por qué lleva el pelo largo?”, le preguntó entonces a Ernesto Guevara.
Pocos periodistas en el mundo habían “genetizado” tan bien la servidumbre al poder como lo hizo Jacobo Zabludovsky, fallecido la madrugada de ayer en la ciudad de México, a los 87 años, debido a un derrame cerebral. Pocos, también, hicieron del “buen decir” y de la elegancia, elementos intrínsecos de la profesión. Muy pocos han tenido, además, su fama y su influencia, gracias a encabezar el telediario con más audiencia del mundo hispano. Y casi nadie, tampoco, ha legado tantos documentos (audiovisuales) a la historia contemporánea del siglo XX.
Jacobo Zabludovsky Kravesky era hijo de David y Raquel, una pareja de inmigrantes polacos judíos llegados a México en 1926, que creció en el populoso barrio de la Merced del Distrito Federal, entre vecindades sobrepobladas y mercados ruidosos y variopintos. Llegó a la Facultad de Derecho la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), “las más grande del mundo y la más importante en español”, como subrayaba en sus últimos años de vida, para graduarse como abogado. Pero no tardó en rendirse a la seducción de la radio. Y luego en ponerse frente a las cámaras de la naciente televisión para hacer un diario hablado al que incorporó, poco a poco, a los reporteros, quienes siempre —siempre— se dirigían a él como “licenciado.” Supo ver el potencial de la tele en un país que tenía entonces un alto índice de analfabetismo y apuntaló el infoentretenimiento. Su poder de credibilidad era tal que, por lo menos dos generaciones de mexicanos, solían decir convencidos y sin reparar en eufemismos: “si lo dijo Jacobo… así ha de ser.”
Tan admirado como criticado, “el güero de las noticias” acompañó a Fidel Castro y al Che en su entrada en La Habana el primero de enero de 1959. “Oiga, ¿por qué lleva el pelo largo?”, le preguntó entonces a Ernesto Guevara. Más tarde narró la llegada del hombre a la Luna. Sus entrevistas con políticos y artistas internacionales se volvieron míticas. Su participación en El Patrullero 777, célebre película de Cantinflas, también lo inmortalizó en el cine. Pero sus narraciones de los grandes acontecimientos nacionales e internacionales, antecedidos por la interrupción de la programación de Televisa, quedarían grabadas en la memoria de los espectadores: el terremoto de 1985, el asesinato de Luis Donaldo Colosio en 1994, la muerte de Lady Di en 1998… Jacobo en la Historia televisada.
Él, que había encabezado la creación de ECO, el primer sistema permanente de noticias en español, más exitoso que CNN en español (canal todo-noticias creado con posterioridad) y que llegó a tener 35 corresponsales en los cinco continentes (algo extraordinario en el mundo de la comunicación hispanoparlante), dirigió la retransmisión del inicio de la Guerra del Golfo en 1991, desde los estudios de ECO, en Televisa Chapultepec. Al teléfono tenía a la corresponsal en Bagdad que le decía, acongojada, que los estadounidenses habían llegado a Irak con armas químicas. ¿Cuál es tu fuente?” le inquirió Jacobo. Y ella se iba por las ramas. ¿Dónde estás en estos momentos?, le preguntó elevando la voz. “Encerrada en el baño de mi habitación de hotel”, respondió ella. Zabludovsky la despidió de la empresa en directo y pidió disculpas a la audiencia. Cuando quería, también podía ser el jefe que le exigía rigor a sus subordinados. Lo hizo de nuevo en marzo de 1994, mientras informaba sobre el atentado al candidato del PRI a la presidencia de la República: “¿no tienes cerca un médico que nos informe con precisión el estado de salud de Colosio? ¿No tienes a mano a su esposa?”
Su noticiario de estilo clásico e información maquillada comenzó a perder audiencia. Varias veces Hechos, el telediario de Televisión Azteca, competencia directa de Televisa, superaba a 24 Horas en calidad y atención del público. En 1997, el grupo de rock Molotov incluyó una canción sobre Zabludovsky en su disco ¿Dónde jugarán las niñas? La letra irreverente de “Que no te haga bobo Jacobo” parecía resumir el hartazgo de la sociedad mexicana y sus ansias de apertura democrática:
De lunes a viernes trasmites al aire,
recibes propinas de Carlos Salinas.
Transmites en vivo, nos dices pamplinas,
que nadie se entere que todo es mentira,
por eso el programa se queda en familia.
Le tiras pedradas a algunos partidos,
enjuicias personas al aire y en vivo.
Olvidas noticias sobre la guerrilla,
a todos los fraudes les cambias las cifras.
Por todo el planeta tienes a tu gente,
porque es tu trabajo que nadie se entere.
Hay un periodista que altera noticias,
en un noticiero que está en Televisa.
Que no te haga bobo Jacobo,
que no te haga bruto ese puto.
Le tiras al de un lado, después al del otro,
les haces la barba, eres un agachón,
le vendes noticias al mejor postor.
Sabemos muy bien que eres un impostor.
Maldito Jacobo, chismoso, traidor,
le guardas secretos a nuestra nación.
Un corte y regresas, en lo que le arreglas.
Te llegan reportes, después los alteras.
A todos nos miente, nos miente Jacobo.
¡Que no se haga tonto, que no te haga bobo Jacobo!
En ese mismo año, 1997, murió Emilio “El Tigre” Azcárraga Milmo, creador del emporio de Televisa, quien siempre se definió sin tapujos como “un soldado del PRI”, y entonces el heredero, su hijo Emilio Azcárraga Jean, decidió renovar los rostros de la empresa. En 1998 le dijo a Jacobo que era necesario que se fuera y éste aceptó cederle la silla a Guillermo Ortega, que hasta entonces presentaba las noticias de la mañana. Pero Ortega sólo permaneció dos años al frente del “renovado” noticiero. Abraham Zabludovsky, hijo de Jacobo, también presentador de noticias de Televisa, pidió tomar la estafeta. Azcárraga Jean dijo no, se decantó por Joaquín López Dóriga (que actualmente continúa en antena), Abraham renunció y Jacobo, quien hacía programas especiales y tenía un informativo en un canal restringido de la empresa, también lo hizo. “En solidaridad con mi hijo”, dijo.
En 2001, ya sin el PRI en el poder, Jacobo Zabludovsky (aficionado a los tangos, a los toros, al cine y a los libros) decidió reinventarse volviendo al medio donde comenzó: la radio. Luego se hizo columnista del diario El Universal. Pero, en el fondo, el estigma de “portavoz del poder” lo acompañaría siempre. De vez en cuando venía a Madrid para trasmitir su programa desde la Gran Vía, comer en Casa Lucio y participar en charlas y conferencias sobre la importancia del uso correcto del español en los medios de información. Ayer, cuando se enteraron de su fallecimiento, muchos de sus colegas españoles (de la vieja guardia) lamentaron la pérdida: “¡cuántos crecimos queriendo ser como Jacobo!” Los mexicanos, mientras tanto, se preguntan por qué no escribió sus memorias: “¡cuántos secretos se habrá llevado a la tumba!”
Babelia
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