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JURASSIC WORLD
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Godzilla vence a los dinosaurios

'Jurassic World' ofrece una pirotecnia de efectos especiales sin el encanto de otras películas que rompieron la taquilla

Guillermo Altares
Los protagonistas de Jurassic World en una escena de la película.
Los protagonistas de Jurassic World en una escena de la película.Universal Pictures/Amblin Entertainment (AP)

Jurassic World, que se ha convertido este fin de semana en el estreno más rentable de la historia, no es una película de dinosaurios, es una película de monstruos y no es exactamente lo mismo. La dinosaurio protagonista del filme es un híbrido de todo tipo de bichos grandes y dentados que acaba por desmadrarse totalmente, como ocurre siempre en el cine cuando un científico juega al aprendiz de brujo con fuerzas que no puede controlar. Y se comporta como el monstruo de todos los monstruos, Godzilla, el turbodinosaurio creado en Japón después de la II Guerra Mundial como consecuencia de las pesadillas nucleares y científicas desatadas tras el estallido de la primera bomba atómica. Godzilla aterroriza, destruye y mata a todo lo que se mueve, más o menos lo mismo que hace su prima en Parque jurásico —el hecho de que sea una hembra es un homenaje de esta cuarta parte a la película original, en la que todos los dinosaurios eran femeninos para evitar que pudiesen reproducirse—.

El éxito del filme sirve para demostrar hasta qué punto los dinosaurios y los efectos especiales nos fascinan —las viñetas de Calvin y Hobbes son el símbolo máximo del enorme espacio que esos animales gigantescos ocupan en nuestra imaginación—, pero Jurassic World también es una muestra de que algo no anda bien en los grandes estudios de Hollywood porque dos de los grandes estrenos de la temporada son remakes que no aportan nada al original, más bien todo lo contrario.

Steven Spielberg y su amigo George Lucas revolucionaron todos los códigos del cine popular con Tiburón (1975) y La guerra de las galaxias (1977). Fueron acusados de infantilizar el cine, porque lograron atraer a las salas a generaciones enteras de espectadores. Jugaron con nuestros sueños y nuestras pesadillas, con nuestros héroes y nuestros temores, apostaron por los efectos especiales pero sobre todo por historias que sólo en la superficie eran sencillas. Spielberg repitió el éxito monumental con En busca del Arca Perdida y ET. En ambos casos, como ocurre con La guerra de las galaxias, se trata de una reinterpretación de viejas historias, una actualización inteligente de mitos que nos acompañan desde Homero.

Parque Jurásico (1993) fue diferente, en este caso las estrellas eran los propios dinosaurios, pero sobre todo los efectos digitales. Sin este filme, que Spielberg rodó mientras tenía en la cabeza La lista de Schindler, no puede concebirse toda la revolución cinematográfica que vendrá, desde el realismo de la escena del desembarco en la playa de Omaha en Salvar al soldado Ryan hasta todas las criaturas de El señor de los anillos. Desde los tiempos del gran artesano y pionero de los efectos especiales Harry Harryhausen, Hollywood se había empeñado en mostrar lo imposible; pero con los ordenadores se cruzó una nueva barrera. Jurassic World no cambia nada, no avanza, mezcla Tiburón y Parque Jurásico —hay un bicho muy grande y muy cruel suelto con muchas ganas de comerse a la gente pero los dueños del parque infantil piensan más en los beneficios que perderían que en la seguridad de sus visitantes o bañistas— y suelta toda la pirotecnia digital posible. Tiene alguna escena espectacular, como el ataque de los pterodáctilos, pero el filme juega siempre en terreno conocido, crea monstruos no dinosaurios que sepan conectar con los sueños de generaciones. 

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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