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FESTIVAL DE CANNES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Brillante y emotivo Paolo Sorrentino

Caine y Keitel son dos actores excelsos al servicio de un director que dona sensaciones hermosas

Carlos Boyero

Hay directores cuyo estilo visual es identificable para cualquier cinéfilo aunque no aparezca su nombre en los títulos de crédito. Alfred Hitchcock fue en el pasado el máximo representante de ese virtuosismo. Lo es actualmente Martin Scorsese. Y también el director italiano Paolo Sorrentino. El lenguaje y la narrativa de este hombre provocan fascinación en la mirada del receptor y dejan huella. Por supuesto esa forma de expresarse, esa cámara deslumbrante, resultaría inútil o superficial si el contenido fuera débil o falso. Pero en el cine de Sorrentino las imágenes y los sonidos están al servicio de un mundo apasionante.

Yo no capté en mi primera visión en Cannes de La gran belleza el arte inmenso que habitaba en ella. Salí desconcertado, con la sensación de que todo era excesivo. Es una película de la que me enamoré en visiones posteriores. Los festivales no son los mejores lugares para disfrutar de la grandeza de determinado cine. La culpa no es de él, sino del cansancio, la saturación o las condiciones anímicas del espectador.

Por ello me dirijo al estreno de Youth, la última película de este director, en estado fresco, relajado, bien dormido, expectante. Y no me decepciona. Pillo su encanto desde el principio hasta el final. Es brillante pero también emotiva. Esta vez el circo de Sorrentino se sitúa en un hotel y balneario precioso de los Alpes suizos, habitado por una fauna tan heterodoxa como sorprendente. Conviven monjes budistas cuyo espíritu flota, una especie de Maradona en lamentable estado físico y mental, una Miss Universo con el cerebro perfectamente amueblado, un matrimonio de ancianos que parecen odiarse pero en el que sobrevive un furioso y mutuo deseo carnal, un actor filosófico harto de que su éxito le haya llegado por interpretar a un robot. Es un universo entre surrealista y pintoresco. Con todos esos personajes te puedes reír o te pueden crear cierta inquietud. Pero el protagonismo, la reflexión fundamental de Youth, es ante todo trágica.

Los fantasmas del pasado

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Habla de la devastación que impone la vejez, cuando ya sólo quedan los recuerdos, las dudas sobre la forma en la que viviste tu existencia, la forzada convivencia con el deterioro del cuerpo y del cerebro, el retorno de los fantasmas del pasado. La protagonizan dos ancianos que han sido íntimos amigos desde su juventud. Ambos son artistas consagrados. Uno de ellos es un legendario director de cine que mantiene el entusiasmo para intentar rodar una película que suponga un testamento a la altura de su obra. El otro, compositor y director de orquesta cuyas creaciones han sido veneradas, sólo siente apatía hacia su arte y se niega tozudamente a regresar a los escenarios para dirigir una de sus antiguas y mas famosas óperas, que va a representarse para la reina de Inglaterra. Juntos repasarán su vida, sus obsesiones, sus amores, los secretos que se guardaron, sus culpabilidades, los momentos de plenitud, los anhelos que se frustraron, el miedo a la inminente nada. Michael Caine y Harvey Keitel dan vida a la complicidad entre estos dos hombres angustiados. Quiero decir: consiguen hacerlos complejos, magnéticos y creíbles. Son dos actores excelsos al servicio de un director que dona sensaciones muy hermosas, imaginativo y profundo, lírico y amante del esperpento, mágico sin tener que hacer demasiados esfuerzos.

Mountains may depart, del prestigioso director chino Jia Zhang-Ke, cambia el formato de la pantalla a mitad de la historia. Ignoro el motivo. Es una película con vocación de melodrama. Describe la existencia de varios personajes, a los que de vez en cuando abandona sin dar explicaciones, desde 1999 a 2025. Son dos amigos enamorados de la misma chica. Acabarán siendo desgraciados tanto los presuntos ganadores como el perdedor. Durante la primera hora me invade el tedio, el tono es plomizo, los actores me parecen malos. Pero en la segunda parte, protagonizada por la relación entre un hijo atormentado y errático de la antigua pareja y una profesora que le dobla la edad, exiliados ambos en Australia e interpretados por un actor y una actriz poderosos, consigue introducirme en una película que parecía destinada al naufragio. Imagino que los sinólogos valorarán más que yo el retrato que pretende hacer el director sobre la vertiginosa transformación de China en los últimos tiempos.

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