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Crítica | Una nueva amiga
Columna
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Lo sublime ridículo

Un prólogo fascinante donde la crónica abreviada de una amistad femenina, con sustrato lésbico, adopta con placer los manierismos cursis de un cuento de hadas

Fotograma de 'Una nueva amiga'.
Fotograma de 'Una nueva amiga'.

En el cine de Almodóvar se suelen manifestar algunas escenas que colocan a la película en situación de extremo riesgo, momentos situados en la fina línea que separa a lo sublime de lo ridículo y que parecen conspirar para que todo el castillo de naipes se venga abajo. Ocurría en Todo sobre mi madre (1999), con esa aparición de Toni Cantó travestido en el cementerio. Y en La piel que habito (2011), con el atigrado Roberto Álamo cruzando plano o el fragilísimo equilibrio de ese final que dejaba a tres personajes en la suspensión de una revelación radical.

Una nueva amiga

Dirección: François Ozon.

Intérpretes: R. Duris, A. Demoustier, R. Personnaz, I. Le Besco, .

Género: comedia. Francia, 2014.

Duración: 108 minutos.

Ahora, François Ozon, cuyo cine no se parece demasiado al de Almodóvar pero que podría compartir con el manchego un mismo interés por la transgresión bajo formas exquisitas, ha construido una película entera sobre una situación —y, sobre todo, una imagen— que abraza con pasión la elocuencia y la polisemia de lo sublime ridículo.

Basada en un relato de Ruth Rendell —quizá no por casualidad autora que inspiró, asimismo, Carne trémula (1997)— funde, en sus primeras imágenes, un retrato de novia y un acicalamiento mortuorio para entregarse a un prólogo fascinante donde la crónica abreviada de una amistad femenina, con sustrato lésbico, adopta con placer los manierismos cursis de un cuento de hadas cruzado con una novela rosa. Más tarde llega el golpe de efecto que sostendrá toda la trama: la protagonista descubrirá en la figura del esposo viudo de su amiga fallecida la posibilidad de sublimar ese amor que, como diría Óscar Wilde, no se atrevió a decir su nombre.

Una nueva amiga radicaliza obsesiones temáticas del Ozon más temprano —basta recordar su corto Une robe d’été (1997)—, mantiene relaciones de parentesco con Traje de etiqueta (1986) de Bertrand Blier y Limpieza en seco (1997) de Anne Fontaine y mezcla necrófilo melodrama de amour fou con zumbona comedia de cuestionamiento de roles mediante la estrategia de no darse demasiada importancia, pero tomarse muy en serio su premisa.

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