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CRÍTICA / 'FRONTERAS AL LÍMITE'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El trapicheo y el teatrillo

'Fronteras al límite' hace un relato descarnado del contrabando y la corrupción en el linde entre Venezuela y Colombia, pese a las cuidadas escenificaciones de los guardias

Ricardo de Querol
La reportera María Ibáñez, en un supermercado desabastecido en el lado venezolano de la frontera con Colombia.
La reportera María Ibáñez, en un supermercado desabastecido en el lado venezolano de la frontera con Colombia.

No se borraba de mi retina la impactante foto de José Palazón, premiada en los Ortega, en la que dos jugadores de golf están a lo suyo junto a la valla de Melilla, coronada por los desesperados. Y quiso el azar que esa misma noche La 1 estrenara Fronteras al límite, una prometedora serie de reportajes (¿por qué lo llaman docureality?) centrada en lo que ocurre en los puntos de tránsito internacional más calientes del globo. Mucho hablar de globalización, pero en las fronteras van poniendo vallas cada vez más altas, y encima con cuchillas (¿por qué las llaman concertinas, que es un tipo de acordeón?).

Al estilo de Callejeros (de la misma productora, Molinos de Papel) o En tierra hostil, tres reporteros se alternarán en la visita a lugares que tienen en común el contrabando y el narcotráfico, la trata de personas y la corrupción. El primer capítulo llevó a María Ibáñez (antes en España directo) al paso entre Venezuela y Colombia. Primera constatación: la intervención de los precios en la república bolivariana ha dejado las estanterías de sus supermercados vacías de productos de primera necesidad y engordado el mercado negro. Los alimentos subvencionados que escasean a un lado se venden abiertamente al otro con el etiquetado que indica su origen; la gasolina casi la regalan en Venezuela y se la llevan en enormes bidones. Miles de buscavidas transitan de un lado a otro, aunque tengan que pasar la noche en su coche, para aprovechar esa circunstancia. El relato fue crudo, descarnado.

Oímos a los buscavidas, pero Ibáñez también se hizo acompañar a menudo de las fuerzas del orden venezolanas o colombianas, y acertó al advertirnos de que su actuación ante las cámaras no era muy espontánea. Aún así logró cazar la escenas de corrupción cotidiana: un miembro del Ejército venezolano señalaba a la Guardia Nacional como cobradora de mordidas por su vista gorda; otros policías colombianos dejaban pasar dos por cada uno que requisaban, y lo negociaban abiertamente, decían que por miedo a emboscadas. Sin embargo, guardias fronterizos venezolanos la tomaban con un pobre señor que llevaba una pequeña cantidad de pasta de dientes, leche y compresas a su familia, y que prefirió derramar los productos al suelo que entregarlos.

La guardia venezolana hizo grabar al equipo español el descubrimiento por su perro de un alijo de cocaína oculto entre ajos en un teatrillo montado para la ocasión. Luego, los militares colombianos se llevaron a la reportera a arrancar hojas de coca sin detener a nadie ni siquiera llevarse las plantas en lo que también tenía mucho de escenificación (¿eso encaja en la definición de docureality?).

En los próximos capítulos, Fronteras al límite anuncia que estará en el tren de la muerte de México a EE UU, en el triángulo que divide Paraguay, Brasil y Argentina y en las aduanas donde actúa la mafia en Italia. No es cierto que esto "no se haya visto antes", como indica su publicidad, pero está bien conocer mejor las situaciones absurdas que generan esos inventos llamados naciones. No sabemos si los reporteros se detendrán por esa valla con campo de golf adosado que nos queda tan cerca, o si irán por Asia, África o Europa oriental después de América. Por cierto, no fue una buena noche para la imagen en España del régimen de Maduro, que, volviendo a los Ortega, había quedado en evidencia prohibiendo al periodista Teodoro Petkoff venir a Madrid a recoger su premio. Entristece ese empeño por poner puertas al campo. O vallas a la selva. O cuchillas al campo de golf.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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