El simbólico retorno de un fusilado junto a unos cuadros de El Greco
El nieto de Julián Zugazagoitia, ministro represaliado de la República, recibe un premio por haber prestado dos cuadros del pintor para su IV centenario
Probablemente, cuando Julián Zugazagoitia pronunció su discurso de agradecimiento en Toledo el pasado 27 de marzo como premiado por haber prestado una pieza clave de El Greco para una de las exposiciones del IV Centenario del pintor, pensó en su abuelo. El nieto de quien fuera socialista y ministro de la Segunda República, es hoy un mexicano convertido en director del Museo Nelson-Atkins, en Kansas City, que normalizaba en un acto presidido por la Reina Sofía viejos traumas de vidas rotas por la guerra.
No hizo mención del caso, pero Zugazagoitia lo llevaba muy adentro. España era la casa de sus antepasados. Toledo, el lugar donde un día convivieron varias razas, tres cultos y un genio que dio forma a la ‘Magdalena’ y al ‘Fraile trinitario’ cedidos por su museo y, en el caso de la primera, recién restaurada para la inmensa celebración de 2014 en torno al artista.
En casa no se hablaba del destino del abuelo. Preferían asentar nuevas raíces en los lugares donde fuimos a parar”
Julián lleva en su sangre el baño de diversas culturas: “Soy una curiosa mezcla de judío, vasco, mexicano, alemán, francés…”. No le tiene miedo a explorar identidades ni a desafiar los silencios de un trauma que presidió durante años la vida familiar. “En casa no se hablaba del destino del abuelo. Preferían asentar nuevas raíces en los lugares donde fuimos a parar”, comenta Zugazagoitía, nacido en la Ciudad de México, hace 50 años.
Tampoco teme a los viajes sin retorno. Como el que un día emprendiera su familia, de Madrid a París, de Francia a América, de México a Estados Unidos, donde aún conserva el reloj que su abuelo, el primer Julián Zugazagoitia, ministro de Gobernación durante la guerra, se quitó de la muñeca para que se lo entregaran a su hijo -padre de Julián y segundo en la línea familiar con el mismo nombre- el día que lo fusilaron junto a las tapias del cementerio de la Almudena. Alguien, después, lo enterró en el cementerio civil de Madrid, bajo una lápida que simula un libro cruzado con su nombre y que es uno de los misterios sin descifrar de la familia. “¿Quién la pagó? No lo sabemos”, comenta el descendiente.
¿Su delito para ser pasado por las armas un gélido 9 de noviembre de 1940? Haber pertenecido a un Gobierno legítimamente constituido. O ser fiel a Juan Negrín, jefe del ejecutivo; como también a Azaña, presidente de la República o a Indalecio Prieto, quien le inspiró para militar en el socialismo cuando era un joven bregado por las huelgas y criado junto a las fundiciones en un Bilbao convulso a principios del siglo XX.
También, quizás, escribir un libro que sabía, “no le va a gustar a nadie”, como él mismo dijo. Se trata de ‘Guerra y vicisitudes de los españoles’, una de tantas obras de este escritor, periodista y político, biógrafo de Pablo Iglesias y pilar de la novela social que se desarrolló décadas después en España. Su crónica de los últimos días fue publicada por entregas en ‘La vanguardia’, de Buenos Aires, y concebida mientras estuvo refugiado en Francia hasta que en julio de 1940, unos oficiales de la Gestapo alemana irrumpieran en su domicilio para llevárselo.
Años después, Tusquets reunió todos aquellos escritos en un volumen editado por otro de sus nietos, José María Villarías Zugazagoitia, según Julián, “el historiador de la familia”. El estudioso Santos Juliá asegura que se trata de una de las memorias más fascinantes y útiles para los expertos de aquella época. Una obra escrita con el peso de la verdad de los hechos, para generaciones futuras, sin cuentas, con la franqueza de quien busca una explicación precisa de cada acontecimiento. “De manera consciente se apartó de todo propósito polémico y cuestión apologética”, comenta Juliá en el prólogo.
“Yo no soy, ni puedo ser, un historiador. Soy un periodista que descubre sus observaciones y sus notas, por si tienen alguna utilidad para quienes hagan, serena y fríamente, la historia”, escribía Julián Zugazagoitia en ‘Guerra y vicisitudes de los españoles’. Dejaba así clara su intención de apartarse de toda pasión cainita, que decía él.
Pero no fue algo que pudiera evitar para sí mismo. Cuando en la Francia ocupada, los alemanes lo secuestraron para entregarlo a las autoridades españolas, intuyó la gravedad de su destino. Los compañeros en el exilio habían comenzado ya su huida, principalmente al México de acogida en el periodo de Lázaro Cárdenas.
También su mujer y sus cinco hijos lo harían después, cuando abandonaron toda esperanza de recuperarlo con vida. De poco serviría que durante su mandato hubiese hecho lo posible –con éxito- por salvar a varios escritores amigos y simpatizantes del otro bando, como Wenceslao Fernández Flórez o Rafael Sánchez Mazas.
Lo acusaron de “ser persona destacadísima de las políticas desarrolladas en España antes y después del glorioso alzamiento nacional”
O que el cuñadísimo de Franco, Serrano Suñer, germanófilo, urdidor y hombre fuerte en la sombra del régimen para limar las asperezas políticas y diplomáticas que tanto estorbaban al dictador, sintiera un sincero respeto y simpatía por él.
Comenta Juliá, que Serrano Suñer lo consideraba “una de las personalidades más respetables del socialismo, buen escritor y hombre de gran inteligencia, con una vida noble, uno de los espíritus más finos del partido al que pertenecía”.
Nada, en suma, pudo evitar que lo presentaran ante un consejo de guerra, lo acusaran de “ser persona destacadísima de las políticas desarrolladas en España antes y después del glorioso alzamiento nacional”, aparte de haber escrito diversos artículos que llamaban, según ellos, a la rebelión.
Condenado a priori, detenido en julio y juzgado en septiembre, el día que le llamaron para ser fusilado, terminaba un cuento marinero para sus hijos. Su nieto Julián cuenta que de los objetos personales que conserva de su abuelo, guarda como un tesoro, aparte del reloj y una plumas Schiffer, un barco que luce hoy en su despacho de Kansas City. El símbolo de que toda su familia no ha dejado de navegar y atracar en distintos puertos hasta hallar la paz necesaria.
Babelia
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