Ni sonrisas ni lágrimas
No fue un espectáculo vomitivo, pero fue soso, inmediatamente olvidable
No fue un espectáculo dormitivo. O al menos, mi cabeza no tuvo que hacer demasiados esfuerzos para mantener el equilibrio ni tuve que suplicar al Altísimo: “Que premien a los que le dé la gana, pero que se acabe de una puñetera vez”. Lo cual es agradecible viendo los Oscar en soledad, en horas pálidas de la madrugada, sin nadie que haga chistes de lo que estamos viendo y escuchando, sin sustancias ni alcoholes que te amenicen la travesía del desierto. Pero sí fue un espectáculo soso, inmediatamente olvidable, aunque llevadero.
Al parecer, había gran mosqueo entre la comunidad negra (perdón, afroamericana) por la alarmante ausencia o carestía en las nominaciones de películas creadas por artistas con ese color de piel. Mosqueo tirando a grotesco si en verdad no ha existido demasiada inspiración ni calidad en lo que han realizado este año. Si en valoración del cine este debe estar medido por estadísticas políticamente correctas, también podrían protestar las etnias latinas, asiáticas y demás porque su trabajo no haya competido este año en esos galardones que otorgan poder, reconocimiento y gloria. Dudo que hayan existido conspiraciones, alentadas por ese espíritu kukluxkanesco que sigue latiendo en el fondo de tantos estadounidenses blancos, para excluir a la raza de Obama. Consecuentemente, para evitar acusaciones de racismo, para compensar, la enrollada Academia decidió invitar a una mayoría de artistas negros para entregar las anheladas estatuillas a los blancos.
Hubo más reivindicaciones. La excelente actriz y muy sensual señora Patricia Arquette (ya sé que su físico ha aumentado notoriamente de volumen como puede verse en su tabernera dura que enloquece la líbido de Nucky Thompson en la impagable serie Boardwalk Empire pero ni la edad ni la gordura han vencido a su atractivo) al recibir su muy merecido Oscar exigió igualdad social y salarial para las actrices en el machista Hollywood. La reina Meryl Streep coreó con brío y con la autoridad que le otorga el éxito permanente la reividicación de su colega. La confesión pública del guionista Graham Moore (The Imitation Game seguirá siento mi favorita, aunque la Academia la haya desdeñado) de que a los 16 años, en época de incertidumbre y de sentirse diferente, se intentó suicidar, y pidiendo solidaridad y ayuda para la autodestrucción adolescente, fue conmovedora. El ganador Iñárritu tampoco se olvidó en su discurso de tantos perdedores mexicanos que luchan por conseguir el permiso de residencia en la tierra de promisión.
Los enfervorizados aplausos, acompañados de algunas melancólicas lágrimas, a la interpretación de esa mujer tan rara y tan moderna llamada Lady Gaga de canciones de Sonrisas y lágrimas y su emotivo encuentro con Julie Andrews, aquel prodigio de cursilería que velaba por la felicidad de la tirolesa familia Trapp, se suponen que subrayaban el momento cumbre de la desvaída ceremonia. Que lo disfrutaran. En cuanto al estilizado y suave presentador, reconozco que le sentaba muy bien el esmoquin, pero tampoco era la encarnación de la gracia. Ay, Billy Cristal...
¿Y los premios? Los ocho oscars que sumaron entre Birdman (mi fascinación por sus actores y las virguerías de la cámara acompañada por el sonido de una batería solo me dura en su primera hora) y esa cosita tan sofisticada y original titulada El gran hotel Budapest me parecen excesivos. Doy gracias porque la tan patriotica como aburrida El francotirador se llevara solo uno. Estaba claro que los premios de interpretación están asegurados si das vida a gente aquejada de desastres físicos o mentales. Pero ya era hora de que premiaran a la admirable Julianne Moore, aunque haya sido una enferma de alzhéimer su pasaporte a la gloria. Y recuperen Ida esa misteriosa, dura e hipnótica película polaca en blanco y negro, que ha ganado el Oscar al mejor filme de habla no inglesa. Su atmósfera, su frío, su nieve, lo que muestra, lo que sugiere, lo que calla me siguen envolviendo desde la primera y cautivadora vez que la disfruté, me desasosegó, la sentí.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.