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Crítica | No confíes en nadie
Columna
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Una identidad reseteada

El filme despliega, a partir de la novela homónima de S. J. Watson, un ingenioso mecanismo narrativo

Nicole Kidman y Colin Firth en un fotograma de 'No confies en nadie'.
Nicole Kidman y Colin Firth en un fotograma de 'No confies en nadie'.

Con un pie en esos thrillers psicoanalíticos que hicieron fortuna en el Hollywood de los años cuarenta —dando dos obras tan remarcables como Recuerda (1945), de Alfred Hitchcock y Secreto tras la puerta (1947), de Fritz Lang— y otro en esas contemporáneas modulaciones del género que han convertido la identidad y la memoria en campo de batalla —con el Memento (2000), de Christopher Nolan, y la inagotable Mulholland Drive (2001), de David Lynch, como difíciles marcas a batir—, No confíes en nadie despliega, a partir de la novela homónima de S. J. Watson, un ingenioso mecanismo narrativo.

NO CONFÍES EN NADIE

Dirección: Rowan Joffe.

Intérpretes: Nicole Kidman, Colin Firth, Mark Strong, Anne-Marie Duff, Ben Crompton, Adam Levy, Dean-Charles Chapman, Flynn McArthur, Chris Cowlin.

Género: thriller.

Gran Bretaña-Francia-Suecia, 2014.

Duración: 92 minutos.

Su protagonista, Christine —una Nicole Kidman a la que este papel sienta como guante de seda—, se despierta cada mañana con la memoria reseteada: sus únicos asideros para reconstruir su identidad durante las próximas veinticuatro horas son un marido atento, comprensivo y afectuoso (Colin Firth) y el psiquiatra (Mark Strong) que la llama todas las mañanas, en ausencia del primero, para recordarle que, desde hace tiempo, ella misma está registrando en vídeo un diario personal como instrumento para acelerar ese cotidiano proceso de reconstrucción. Dos presencias masculinas que no están en contacto entre sí y, en medio, una mujer vulnerable a las posibles manipulaciones que pueden venir por ambas partes.

 La premisa es impecable y, en su segundo largometraje como director tras esa adaptación de Graham Greene no estrenada en España —Brighton Rock (2010)—, el guionista Rowan Joffe consigue, durante la mayor parte de la película, explotarla con buena mano y sentido del estilo. La fluidez con que la percepción de Christine modula sospechas, miedos y culpabilidades se convierte en buena forma cinematográfica. Lamentablemente, la resolución de la trama deja unos agujeros de lógica por los que podría discurrir un tren de alta velocidad. Quizá esas inconsistencias estén ya en la novela original.

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