Simon Hanselmann: el cómic de la transgresión
El autor australiano ha convertido su travestismo en una seña de identidad Triunfa con las aventuras de la bruja Megg, una serie autobiográfica sobre inadaptados
Megg es una bruja nihilista, depresiva, politoxicómana y amante de las series. Comparte “el colchón de la tristeza” con el gato Mogg y casa con el pusilánime Búho. Juntos protagonizan una serie de cómics creada por Simon Hanselmann (Launceston, Tasmania; Australia, 1981), que está cruzando a marchas forzadas el limbo que aísla el territorio underground del éxito comercial. Si todo va bien, pronto Megg, Mogg y Búho tendrán su propia serie televisiva de animación en Estados Unidos, adonde se mudará en breve el padre de las criaturas, que acaba de pasar por Madrid para presentar Bahía de San Búho (editorial Fulgencio Pimentel), el nuevo álbum de la saga publicado en España después de Hechizo total.
Las historietas son salvajes, una burla a los corsés de lo políticamente correcto en materia de sexo, alcohol o drogas. Pueden hacer reír, e inducen a pensar con su franco retrato sociológico de los seres más desfavorecidos en las sociedades actuales. Sus protagonistas, sin oportunidades ni energías para encontrarlas, son polizones de los programas sociales, amigos de la evasión química, náufragos que se intercambian algo de ternura y mucho de emociones fuertes. El vivo retrato del autor y su entorno, que ha volcado en la serie buena parte de su biografía. “Mis raíces están ahí. Tengo una madre drogadicta y muchos amigos que sufren alcoholismo, pobreza y desempleo. Es muy difícil la vida en Launceston, tiene el mayor índice de criminalidad de Australia, allí solo hay deportes y paro. La gente acaba perdiendo la cabeza”, cuenta en una azotea madrileña, tomada por el crepúsculo y el frío, que no ha disuadido a Hanselmann de lucir sus mejores galas: medias de red, botines de tacón, falda corta, peluca roja, pecas ficticias y carmín rosa. Un autor tomado por su personaje. En más de un aspecto, Simon es Megg.
Hanselmann no conoce a su padre, un motero que les abandonó cuando él tenía dos años. Se crio con una abuela, rehén de la esquizofrenia y de la ludopatía, y una madre heroinómana a la que adora, que aún hoy sufre recaídas. Sobrevivían gracias a las ayudas sociales y a los pequeños hurtos de su progenitora. A los cinco años se aferró al dibujo como a un salvavidas. A los ocho ya producía sus fanzines. Durante años debió de ser lo más estable que lo rodeaba. “Era mi vía de escape”. Al niño, además, le gustaba vestirse de niña. Otro cisma en un lugar donde la homosexualidad ha sido un delito hasta 1992. Más combustible para alimentar sus trastornos de depresión y ansiedad.
En junio de 2013, en The Comics Journal, habló por vez primera de su travestismo. A continuación, recibió dos amenazas de muerte de homófobos y 300 correos de apoyo, incluidos cinco dibujantes que compartían y ocultaban la misma necesidad. “El travestismo me causaba mucha ansiedad en una sociedad muy patriarcal. Salir del armario fue una liberación para mí”, expone. Desde entonces, los planetas parecen alineados en el universo Hanselmann: ha resuelto su dilema sobre su identidad sexual (heterosexual aficionado al travestismo, recién casado con su editora estadounidense), ha comenzado a tantear el éxito con sus dibujos (de autoediciones pasó a ser candidato en los premios estadounidenses Ignatz en 2013 y 2014) y han desaparecido sus depresiones. El pasado, de momento, parece estar bajo control entre las viñetas de Megg, la bruja que nació en 2008 para una exposición y que ya supera las 600 páginas de excesos.
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