La entrevista como reportaje (I)
Los medios en español prefieren el tipo pregunta- respuesta por la ilusión de ser más 'objetivos'
La entrevista se puede considerar como un género en sí mismo, pero yo tiendo a entenderla como sub-género del reportaje; como un reportaje que se hace a una persona en un ambiente determinado; una excursión del periodista a la realidad, pero con características propias. De ahí lo de sub-género.
Hay tres clases, básicas, de entrevistas: pregunta-respuesta; la que yo llamo y explicaré romanceada; y temática; amén de todas las combinaciones o híbridos que se quiera entre todas ellas, de lo que prescindo porque me gusta la geometría del pensamiento. Empecemos por esta última, que es la menos común. Se emplea casi exclusivamente en la prensa norteamericana y consiste en una entradilla de presentación del personaje y una selección de temas, de ahí lo de temática, bajo cuyo epígrafe se agrupa todo lo que el entrevistado/a haya dicho de interés sobre los mismos. Sirve para encuentros en los que lo que más importe sea dejar constancia de unos puntos de vista normalmente muy técnicos sobre asuntos de alguna complejidad política, científica, cultural. Casi no se practica actualmente.
En la pregunta-respuesta, su nombre ya nos dice de qué formato se trata, y es probablemente la más difícil de hacer. Evidentemente, no se trata de transcribir una conversación, lo que resultaría impublicable por extensión, sentido y respeto al lector, sino de una selección de respuestas, que normalmente se producirán en forma dispersa, sin relación forzosamente directa con la pregunta que hayamos formulado, con lo que hay que hacer mucho corte y confección. Si todavía ponemos en limpio lo grabado —yo tomo notas a mano y con eso construyo la conversación, aunque grabe como testimonio— buscaremos la entrevista en el interior de los 40 o 50 minutos de diálogo, entendiendo que hay siempre varias entrevistas a elegir, parecidas pero no idénticas, porque de que arranquemos con una u otra pregunta se deducirá una secuencia distinta de las mismas, y hasta habrá preguntas que entren o no entren, según la que ponga en circulación el texto. Hay que apiezar la entrevista de una forma que prácticamente nunca coincidirá con la conversación tal cual se desarrolló. Por esa razón es una ficción veraz, porque no ocurrió como se lee, pero sí que ha de responder a la intención genuina del personaje. E igualmente, no hay razón para que las preguntas sean exactamente las que se espetaron en la conversación, sino que al agrupar fragmentos por sentido no por cronología de cuándo se dijeron, escribo la pregunta una vez que he decidido cuáles son las respuestas que me interesan, y esos interrogantes han de ser lo más breves y concretos posible, lo justo para que se sepa de qué hablamos.
Abomino, casi no hace falta decirlo, de las entrevistas en las que hay un presunto duelo entre periodista y personaje, a ver quién es más listo; el periodista en mi concepción es apenas un médium que elige y decide, pero no un rival de aquel a quien vamos a ver. No diré que la fórmula magistral no pueda existir, pero es excepcional, y solo vale cuando son dos potencias las que se encuentran, y es más un diálogo para la posteridad que una entrevista de periódico: Gabo y Fidel, por ejemplo.
La romanceada es aquella en que el autor cuenta, sitúa al personaje, recrea un ambiente, entra y sale de los contextos necesarios para intercalar cuando lo considera oportuno los entrecomillados de aquellas declaraciones que deben llegar textuales al lector. En esta fórmula, que es la que yo prefiero, ni siquiera hace falta consignar preguntas, sino que se va directamente a las respuestas escalonadas dentro de una lógica narrativa, o sea que agotamos los temas de una vez, sin esparcirlos por el texto donde buenamente caigan o en el orden de su presunta importancia, lo que sería más factible en el formato anterior. La entrevista romanceada vale para todo, pero seguramente en el dominio de la cultura es donde mejor funciona, aunque la prensa británica, por ejemplo, casi no usa otra fórmula, porque es la que mejor expresa la realidad.
Romancear es desentrañar, poner en contexto, hacer tanto un perfil y un análisis como una entrevista, que es el cascarón que encierra las respuestas a un sinnúmero de interrogantes, mientras que la pregunta-respuesta es solo una fantasía con apariencias de realidad, con la que es cierto que también hay que aspirar al análisis y perfil, pero la tarea es mil veces más ímproba, aunque también más cómoda si nos conformamos con solo salir del paso. Y, sin embargo, los periódicos en español se inclinan muy mayoritariamente por la anterior, pienso que por la ilusión de ser más objetivos; lo que es solo eso, una ilusión.
Quedan muchas cosas por decir como preparación de la entrevista; formas de arrancar la conversación; diferencias entre entrevistas hechas en la lengua de la publicación o que exijan traducción; los secretos de la tribu, en definitiva, como dice mi admirado Daniel Samper. Y tantas cosas más que dejo para la próxima entrega. Pero no me cabe duda de que la entrevista es una apasionante culminación de nuestro trabajo.
Babelia
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