El pasado sube a escena
'Granos de uva en el paladar' es memoria, lucha y presente. Zaida Rico y Susana Hornos son dramaturgas y directoras de esta obra que llega desde Buenos Aires
Las reunió la casualidad a más de 10.000 kilómetros de casa. España, Argentina. Nada las unía, pero llegó el teatro, las ganas de beberse algún otro mundo y se cruzaron un día. Se encontraron. Sus acentos son diferentes, sus manos, sus recuerdos, sus risas. A cada uno de sus rasgos los entrelazó un proyecto que acaricia el pasado con una mezcla de mimo y temperamento, sin olvido. Granos de uva en el paladar es la obra de teatro que reunió al elenco actual —ha tenido algunos cambios— en una madrugada de 2013 en Buenos Aires: Lorena Carrizo, Susana Hornos, Maday Méndez, Ana Noguera y Zaida Rico.
'Granos de uva en el paladar'
Dramaturgia y dirección: Zaida Rico y Susana Hornos.
La obra estará desde este jueves 18 y hasta el domingo 21 en la Sala Mirador (Calle del Doctor Fourquet, 31, Madrid). El última día de representación Baltasar Garzón y Juan Diego Botto acompañarán a las actrices para despedir su paso en Madrid.
“Hagamos un poco de historia”, espeta Rico en un bar de Lavapiés frente a un café que arde. Han vuelto a España, durante unos meses y con su obra. Su origen se remonta a 2008, cuando se creó una asociación de actores españoles en Buenos Aires y donde se conocieron Rico y Susana Hornos. “Un día Susana me pasó unos cuentos que había escrito, y yo la llamé a la una de la madrugada llorando a moco tendido. 'Hay que hacer una obra de teatro', le dije”. 2010 estaba acabando y empezaba a nacer Granos de uva en el paladar, una versión libre de los cuentos Chusa, Adelina y La uva en el paladar. Hornos le preguntó quién iba a dirigir y montar la obra, quién iba a representarla. “Nosotras”, fue la respuesta común. Y ellas lograron estrenar en febrero de 2012 en una sala bonaerense.
La pieza, desnuda de maquillajes escénicos, habla de un pasado sin cierre que arrastra preguntas hasta el presente. La dictadura franquista, los muertos nunca encontrados, los nombres que aún se buscan. “Poder hablar de la historia de tu país a miles de kilómetros de tu tierra nos atrajo como un imán. En Argentina la memoria tiene un espacio importante y el público de allí nos abrió los brazos”, rememora Susana Hornos con las pupilas encendidas. La obra las selló como grupo, “a fuerza y fuego”, según Rico. “Y ahora volvemos a nuestro país con nuestro trabajo. No solo desde la perspectiva teatral, sino desde la humana”.
Mientras la madrileña Sol hervía, se creaban las mareas, la corrupción salía a la luz, los desahucios parecían no tener fin y la política se ensombrecía, ellas se inquietaban pensando que también deberían estar ahí. Y la obra se convirtió en su trinchera, en su Sol. “Trabajando a pulmón, como dicen allá”, sonríe Ana Noguera mientras recuerda que la primera vez que se reunieron fue frente a un mate en un bar rioplatense. “La memoria es vital, para todo”, sentencia Lorena Carrizo, chilena de nacimiento y barcelonesa de elección. “La significación de la obra es muy intensa: trabajar desde el teatro por la memoria”.
En Argentina no solo presenciaron parte del juicio al dictador Videla, miraron a los ojos a las abuelas y madres de Plaza de Mayo. “Ellas nos apoyaron en cuanto supieron del proyecto, han venido a varias representaciones y estar con ellas es siempre tremendamente emotivo”, narra Carrizo. “Estuvieron en la primera función y hubo un instante en el que vimos que no era teatro, estábamos contando la historia de esas mujeres. Y hacerlo en la sala La Mirador también es un símbolo”, apunta Susana Hornos. Y Ana Noguera se lanza a hablar: “Yo me crie allí, entre esas paredes. Hace 15 años entré por aquella puerta. Estar de nuevo ahí es cerrar el círculo en algún punto”.
Y ampliarlo. Juan Diego Botto es hijo de Cristina Rota y del actor Diego Fernando Botto, uno de los 30.000 desaparecidos de la dictadura argentina de Videla, y desde septiembre de 2013 dirige la programación de la sala madrileña, que pertenece al Centro de Nuevos Creadores, escuela fundada por su madre. “El teatro es su ideología y la ideología es teatro”, versiona Carrizo a Botto y a Rota, “es poder hablar del compromiso personal desde un escenario”.
Hablar de la historia de nuestro país a miles de kilómetros de aquí nos atrajo como un imán Susana Hornos
Ese compromiso personal se ha convertido con el tiempo en no dejar el escenario una vez que la ronda de aplausos —normalmente con un bis— acaba. “Llegó un momento en el que no nos podíamos ir. Nos ha pasado de todo, desde un cabeceo a lo lejos hasta un abrazo en silencio, o aquellos que se acercan porque se ven reflejados en la historia”, recuerda con voz casi inaudible Zaida Rico. Una narración que es solo la primera parte de una trilogía. “Esta primera es la roja, la memoria. La segunda, Pinedas tejen lirios es la amarilla, la lucha. La tercera, la morada, se está gestando y está centrada en el exilio”. Poner el pie en España con la primera es para ellas plantar una semilla. “Una que, ojalá, genere un público lo suficientemente amplio como para poder volver con el resto”, chasquea la lengua Rico.
Por ahora les quedan cuatro días para erizar la piel del que abra bien los ojos, para entonar el Cara al sol y Jaleo, para dar voz a los que normalmente no la tienen, para impregnar en la piel de los que miran desde la butaca eso de lo que ellas ya no se pueden deshacer: la convicción de que los nombres no deben ser borrados de la historia.
Zaida Rico (Madrid, 1983)
Estudió arte dramático en la ESAD de Valencia. Cuando terminó, consiguió una beca de dramaturgia y dirección con la que, durante dos meses, vivió rodeada de latinoamericanos. “Empezó a tirarme y supe que tenía que irme. A México o a Buenos Aires, no lo tenía muy claro”. Buenos Aires fue el destino final: “Pensé que era para dos años, tenía decidido volver”. Los cinco están a punto de cumplirse.
Maday Méndez (Tenerife, 1980)
Siempre tuvo un ojo puesto en Argentina. Su maestro de referencia es Juan Carlos Corazza, director argentino afincado en Madrid; y acabó enlazada a la historia de la compañía bonaerense Timbre 4, “hubo una conexión instantánea”. Pequeñas condiciones que consiguieron que hiciese la maleta. “Pensé en pasar allí tres meses, y allí sigo todavía”.
Ana Noguera (Madrid, 1985)
Lleva Argentina pegada a su vida desde que escuchó y vio a Cristina Rota trabajar. Empezó con 15 años y el país latinoamericano se fue haciendo un hueco dentro de ella. En 2009 vio La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tolcachir: “Fue un clic que aumentó el runrún de Buenos Aires en mi cabeza”. Aterrizó el pasado 9 de abril.
Susana Hornos (Logroño, 1972)
Trabajaba en el Teatro de la Estación, en Zaragoza, cuando se dio cuenta de que tenía que dedicar su vida al teatro. “Fue la época de Martín Hache y las películas de Adolfo Aristarain. Supe que tenía que ir al lugar de dónde venía esas ideas”. Y se marchó, sin nada ni nadie. Desde entonces su vida oscila entre ambos lados del océano Atlántico.
Lorena Carrizo (Santiago de Chile, 1973)
Hacía teatro en Chile, pero la necesidad de salir de su capital la llevó a Cádiz, donde trabajó durante un tiempo y donde supo que algún día viviría en Barcelona. “Al cabo de un tiempo conocí a alguien y acabé instalada allí”. De eso hace ya 12 años en los que empezó a echar de menos Latinoamérica, y regresó, esta vez a buenos aires. “El triángulo Atlántico, Mediterráneo, Pacífico, es perfecto”.
Babelia
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