El éxito de la FIL tiene que ver con un lema de Shakespeare
Viendo lo que pasa aquí, y cómo pasa, se me ocurrió que eso es lo que pasa con la FIL, que aquí viene todo el mundo
Ayer por la noche me tocó hablar a mí mismo en la FIL; era mi última intervención porque ahora emprendo viaje de regreso a Madrid, vía México, donde quiero ver a dos personajes que ya son imprescindibles en la vida de muchos de los periodistas de EL PAÍS que pasan por México o que aquí residen: el escritor colombiano Fernando Vallejo y el escenógrafo mexicano David Antón, una pareja fantástica. Últimamente entró la tristeza en sus casas, pues se murió su perra Quina, y Quina era mucho más que una compañera: hasta el final, ya hociqueando por las calles con la tristeza atroz de los perros, les daba vida y alegría. Un día, caminando el mismo Fernando por las calles en las que ya no contaba con esa compañía, se encontró con una perra abandonada, y es tan rebelde, y tan simpática, que ya tiene el nombre adecuado para su actitud ante la vida. Fernando la puso Brusca.
Así pues, allá voy y dejo la FIL, y por tanto este cuaderno se cierra. Ayer tarde, decía, me tocó hablar a mí, en lugar de escuchar, que es lo que he hecho con sumo gusto todos estos días. He escuchado a escritores viejos y a escritores jóvenes, he soportado algunos egos revueltos y he comprendido a otros, he estado en saraos comprensibles e incomprensibles, y he comprobado, otra vez, la razón de la magia de este encuentro singular, gloria verdadera de la actividad literaria en el mundo hispano. Ayer, por ejemplo, me tocó dialogar con una escritora eslovena y una escritora polaca, con el cometido de hacerlas hablar de la situación de los escritores en Europa. Y cuando acabó este interesante intercambio entre estas dos mujeres de lugares distintos, de obras también disímiles, de edades asimismo variadas, entré a escuchar a Martín Caparrós, el escritor argentino que acaba de publicar (Planeta) su monumental libro El Hambre, que conversaba sobre esa obra escalofriante y tan actual como la historia de la humanidad con su colega, el también periodista y escritor Jorge Zepeda Patterson, que acaba de ganar el premio Planeta con una novela en la que periodismo y barbarie y sexo y corrupción se juntan para hacer un fresco en el que se ven los oficios peores de la actualidad (o de la historia).
Fue escuchándoles a ellos cuando pensé en ese hecho cierto que ha convertido en milagro la FIL: gentes de todos lados, de todas las latitudes y de todos los pensamientos o estilos intercambian, a veces en los bares, a veces en las salas, de pie, sentados, supongo también que acostados, sobre el oficio viejo de escribir y de leer. Eso hicieron, por ejemplo, las mujeres que ganaron a lo largo de estos años el muy importante premio Sor Juana Inés de la Cruz. Las Juanas, así las llaman, se rieron de la definición de la escritura femenina como escritura femenina, y hablaron de lo bueno y de lo malo de la vida. Estaban (lo leerán en este mismo periódico) gente como la impar mexicana Margo Glantz y la muy reflexiva, y veloz, argentina Claudia Piñeiro.
Hace años publicó Anthony Burgess una muy insólita biografía de William Shakespeare que en ese momento (los años 70 del último siglo) me recomendó Guillermo Cabrera Infante. Se titulaba Here comes everybody, aquí viene todo el mundo. Lo extrajo de uno de los lemas de Shakespeare. Y viendo lo que pasa aquí, y cómo pasa, con qué sentimiento y con qué ligereza, se me ocurrió anoche que eso es lo que pasa con la FIL, que aquí viene todo el mundo y que ya esa tradición del diálogo, viejo como el mundo, tiene aquí tal arraigo que este lugar de encuentro de las literaturas latinoamericanas e internacionales se ha convertido, y espero que para siempre, en algo de lo mejor que le ha ocurrido nunca a este continente ( y a esta lengua) y a las lenguas y universos adyacentes.
Me voy de la FIL, pero de la FIL ya no se puede ir nadie, porque irse ya es siempre para volver.
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