En compañía de Pradera
Tres años después de su muerte, varios libros conservan intacta la actualidad de sus análisis y lúcidas reflexiones sobre la política, el poder y la Transición
Cuentan que las opiniones de Javier Pradera eran tan fulminantes que dejaban a sus adversarios malheridos. Trabajaba con mucho rigor y tenía toneladas de sentido del humor, así que la mezcla resultaba explosiva: sus argumentos, meticulosamente armados con datos contrastados y tras numerosas lecturas de amigos y enemigos, se combinaban con la distancia del que no se toma demasiado en serio y sabe ser irónico. Si hacía falta nadar a contracorriente, nadaba; si lo que tocaba era patinar, Pradera sabía disfrutar mientras se deslizaba de un lado a otro. No tenía que estar enfadado las 24 horas para lanzar los dardos más venenosos contra cualquier tipo de abuso, y si hacía falta arremangarse y estudiar, pues no paraba hasta consultar hasta la nota más minúscula a pie de página.
La imagen que se asocia con él es la de editor (en Fondo de Cultura Económica, en Alianza...), alguien que pone su talento al servicio de un catálogo y de la viabilidad de un proyecto, y la de editorialista, el que dispone su inteligencia para que el trabajo de un colectivo (un periódico: EL PAÍS) consiga influir en una sociedad concreta. Aunque firmó una enorme cantidad de columnas, de críticas de libros, de artículos sobre cuestiones muy diversas, se lo tuvo siempre por ágrafo. No se sabía que hubiera llegado a terminar ni un solo libro, y cuando se lo disculpaba por tamaño descuido se hablaba de falta de tiempo y se le echaba la culpa a la voracidad del periódico y a su dedicación a Claves de razón práctica,la revista que fundó con Fernando Savater.
Como conocía las cloacas de la política, supo ir calibrando cada paso de la hoy tan denostada Transición
Ayer, para acordarse de que se cumplían tres años de su muerte, el Fondo de Cultura Económica organizó un pequeño acto privado. Era también una manera de celebrar que Javier Pradera no nos había dejado solos, y que desde que desapareció de los papeles de la prensa se fue a los papeles de los libros. Primero apareció Camarada Javier Pradera (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), con un estudio de Santos Juliá, que recuperaba su larga época como militante del Partido Comunista, un militante díscolo que se atrevió a cuestionar las irrebatibles consignas de la organización. Hace poco llegó Corrupción y política, en la misma editorial y con una introducción de Fernando Vallespín: un lúcido y brillante ensayo que analiza la transformación de los partidos en máquinas de gestionar dinero, el primer acto de la desoladora función que sigue hoy adelante. El Centro de Estudios Políticos y Constitucionales ha recuperado La mitología falangista. Historia de la Falange desde 1933 y 1936, que empezó a escribir hacia 1956-57 y que terminó en 1963. La introducción es de José Álvarez Junco y ahí escribe que Pradera tenía “gran confianza en su capacidad analítica, lo cual le animó a dedicarse a la lectura directa de los textos fundamentales de los principales dirigentes e ideólogos de Falange Española de las JONS y sacar sus propias conclusiones”.
Esa confianza, su lucidez para analizar las laberínticas estancias del poder y su enorme capacidad de trabajo lo terminarían convirtiendo en una suerte de singular vigía: como conocía las cloacas de la política y sabía de los excesos de la dictadura, supo ir calibrando cada paso de la hoy tan denostada Transición.
En el acto de ayer, se presentó otro libro más: Transición y democracia (FCE). Lleva un estudio introductorio de Joaquín Estefanía y reúne dos piezas hoy inencontrables sobre aquel periodo. Fue Felipe González, uno de los protagonistas de aquella historia, el que recordó ayer Pradera. Su viuda, Natalia Rodríguez-Salmones, quiso desvelar el misterio: “sólo los que estábamos más cerca o compartíamos su cotidianidad en el trabajo y en la casa sabíamos la cantidad de horas y el tiempo que dedicaba también a la escritura”. Sin ese trabajo secreto y escondido, en el marasmo de hoy nos encontraríamos todavía más solos.
Babelia
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