Cruzvillegas: “Hemos desarrollado una relación cruel con las cosas”
El autor mexicano, exponente del arte con objetos, llega al museo Jumex del DF 'Autoconstrucción' remite a los procesos populares de edificación con pocos recursos
Abraham Cruzvillegas (México DF, 1968) es un producto de la ola de migración campesina que en los sesenta llenó los suburbios de la capital de viviendas hechas con techo de lámina y otros parches. Hijo de un ama de casa que devino activista de barrio y de un pintor comercial de etnia purépecha –“hacía paisajes, bodegones y retratos por encargo”–, es un creador clave en su país y de reputación internacional. El jueves se inauguró en el museo Jumex del DF su exposición Autoconstrucción, una selección de piezas ligadas con esa tradición popular de irse montando un espacio habitable con lo que se tiene a mano.
Pregunta. ¿Cómo era su barrio?
Respuesta. La colonia Ajusco fue una invasión de gente en la que muchos eran del pueblo de mi papá. El sitio a donde llegaron no era nada. Construían con lo que había: piedras, materiales reciclados… Eran casas precarias, siempre a medias: a medio construir y a medio habitar. Se hacían sesiones colectivas de trabajo, en las que lo mismo se ponían a hacer mezcla de cemento que a tomar cervezas o a jugar futbol. A eso se añadía la organización de los colonos para reclamar la propiedad de la tierra, que se asfaltase la calle, que hubiese drenaje… Fue todo un proceso orgánico donde realmente cabía usar la palabra comunidad.
P. ¿Qué relación tiene aquello con su obra?
R. Fue un proceso de asociación largo. Yo siempre trabajé con objetos, desde mi primera exposición, en 1987, pero empecé mirando más a la historia del arte, a cómo los artistas habían trabajado con los objetos. El proceso en que eso se vincula con mi propia experiencia fue más azaroso. Cuando iba a visitar a mis papás tomaba fotos de la casa y me fui dando cuenta de que eran interesantes los cambios, las modificaciones, las destrucciones. E igual pasaba con las casas de mis vecinos. Eso me llevó a preguntarme por esa dinámica de autoconstrucción. Todo caótico, orgánico, un apilamiento sin coherencia y sin estilo, una pura precariedad. Pensé que era una metáfora de mi manera de trabajar como artista, e incluso de mi manera de ser.
P. ¿Qué importancia tienen para usted los objetos?
R. A mí me gusta pensar que tienen vida propia. Trato de generar una perspectiva de la realidad en la que todo tiene la misma dignidad que yo, al menos como idea. No soy fetichista, no acumulo objetos por que sean bonitos o feos sino porque me puedan ser útiles para una obra. Y trato de relacionarlos de manera que entre ellos se cree una especie de diálogo, como un animismo.
P. ¿Puede contar lo que descubrió en Japón hace unos meses?
R. Allá tienen el tsukumogami, una mitología que trata de objetos que cobran vida cuando cumplen 100 años. Es una antigua tradición de la que también viene el anime, las animaciones para niños. Hay unas caricaturas increíbles: de un hombre pan, de un hombre sombrero, de un hombre mochila. Creo que ninguna cultura está lejos de pensar la naturaleza de esa manera, pero nos hemos distanciado de ella, hemos desarrollado una relación cruel con las cosas y con nosotros mismos.
P. Usted entiende su identidad como un proceso de construcción, destrucción y reconstrucción. ¿Cómo ve la identidad de México?
R. Diría que es una identidad inestable, contradictoria y a veces idealizada. Me interesa la manera en que la gestación de una identidad nacional se convirtió en estrategia de Estado después de la Revolución, a través de la educación y con recursos como el muralismo. Se creó una idea de cultura monolítica y de identidad única en un país que estaba compuesto por unas 100 culturas y lenguas distintas. Yo no creo en eso, aunque eso también forma parte de mi identidad. Hay un relato de Jorge Cuesta que habla de un cantante de opereta que quiere alcanzar falsetes muy altos, y cuando llega a un nivel en el que ya no da más, se interrumpe y grita: ¡¡Viva México!!
P. ¿En qué estado está la casa donde creció?
R. Sigue cambiando. Pasan cosas como que de repente aparece una fuga en el garrafón del agua, las gotas caen sobre el cajón de los cubiertos y lo empiezan a pudrir, y mi madre, en vez de reponer el cajón, lo remienda con resina epóxica, que es como chicle. Mi padre, que falleció hace tres años, moviéndose en su silla de ruedas rozaba en un borde de una pared por donde no cabía bien y fue haciéndole una muesca cada vez más profunda. ¿Eso hace un escultor, no? La silla de ruedas era la herramienta y la pared la materia. Claro que eso es un gesto involuntario, y por eso no es arte.
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