La geografía de una lengua
Modiano nunca se “desmelena”, tiene una lengua limpia, concisa, escueta, casi pudorosa, podríamos decir. Lo justo y necesario
Estuvo de moda hace años, a raíz de una película, una frase que decía es Amar es… no me acuerdo ya bien de cómo seguía, no tener que pedir nunca perdón o algo así… Bueno, pues traducir a Modiano es… (bueno, en primer lugar es una suerte… ser traductor es siempre una suerte, en mi opinión, pero ser el viento en las velas castellanas de un barco con un timonel así, ser de su tripulación para que el barco llegue a más orillas lo es en forma superlativa. Fin del inciso), traducir a Modiano es… ante todo llevar las riendas muy tirantes.
Modiano nunca se “desmelena”, tiene una lengua limpia, concisa, escueta, casi pudorosa, podríamos decir. Lo justo y necesario. Y el traductor tiene que tener todos los sentidos alerta para que no le rezume nunca ni una sílaba fuera de ese molde. Es también saber que Modiano no inventa ni un ladrillo, ni una piedra, ni una ventana, ni un rótulo de sus escenarios. Y convertirse en geógrafo, en cartógrafo de sus paisajes para no alterarlos en absoluto. Tener el plano de París abierto mientras traduces. Traducir a Modiano es aprender a encerrar un dolor antiguo e inconcreto, pero no por eso menos agudo, y la angustia de una amenaza que nunca se define del todo, y unos personajes turbios, que son para el protagonista de cada libro como minas personales enterradas, en esa economía de recursos que lo caracteriza; es encerrar el miedo, la emoción, la sensibilidad, la incertidumbre, la soledad en un envoltorio mínimo sin que salten las costuras. Es ser capaz, como lo es él, de transmitir ese contraste, esa incompatibilidad casi, entre el fondo y la forma, entre el contenido y el continente. Es ir pisando por una franja estrecha, pendiente de no poner nunca el pie fuera de ella y, al mismo tiempo, mantener abierto un horizonte brumoso sin que ver muy bien por dónde se pisa, pero sin extraviarse. O sea, es conseguir “ser él” en otra lengua. Y convertir todas sus connotaciones, tan francesas, en algo que no se le escape al lector de otro país, pero sin explicárselo, sin “exégesis”, sin que se vea el hilo, pero que no se desbarate la costura.
En realidad, traducir es siempre eso. Con Modiano hay que estar pendiente de esto; con otro escritor, de aquello. Con Modiano hay que estar pendiente de que no te desborde la emoción, porque entonces alterarías su estilo, tan voluntariamente construido para que a él no se le desborde la emoción. Traducir a Modiano es que se te salten las lágrimas a veces, porque Modiano respira siempre por la herida (a mí me paso con Un pedigrí) y pensar: ¡Qué hombre! Es capaz de emocionarnos hasta lo más hondo con la guía de teléfonos.
Traducir a Modiano es algo que hay que agradecer que le haya tocado a una en suerte. Yo se lo agradezco a la vida… y también a la editorial Anagrama, que rescató a Modiano a principios de este siglo, y lo puso en mis manos para que yo lo pusiera en otras muchas manos.
María Teresa Gallego Urrutia, premio Nacional de Traducción en 2008, ha traducido 12 novelas de Patrick Modiano
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