El lado cómico de dos escritores trágicos
Dos de los narradores franceses más relevantes del momento, rastrean la literatura desde la esquina del Festival de la Risa de Bilbao
A primera vista, ni Emmanuel Carrère ni Jean Echenoz cabrían en una programación que tuviera el humor como punto de encuentro. El primero heló la sangre con El adversario y el otro recorre las heridas de la Gran Guerra sin que le hagan falta más que 98 páginas en 14, su última novela corta (ambas en Anagrama). Además, Echenoz recela de los humoristas y Carrère opta más por lo tragicómico en obras como Limónov. Pero ahí anduvieron, bordeando sus preferencias y aportando sugerencias en el festival dedicado a la literatura humorística que se celebra en Bilbao.
La situación sí que era como de vodevil. Dos estrellas de las letras francesas dejados de la mano de Dios en un escenario, sin guión aparente ni moderador, las notas olvidadas —según confesó Carrère— en la habitación del hotel, y con el mero mandato de conversar sobre la gracia que le ven a la historia de la literatura.
Aceptaban sugerencias. Deseaban que la hora de diálogo a la que se comprometieron pasara rápido y quedaran liberados para escapar de allí y tomarse una merluza. Animaban a que el público preguntara e incluso discutiera con ellos, aunque luego prefirieran mostrarse esquivos.
Carrére se entregó a fondo. Echenoz, llegado a un punto, pasó de lo lindo. Ambos fieles a su estilo. El autor de De vidas ajenas más torrencial; el fino estilista que nos hizo acompañar en maratón a Emil Zátopek con su magistral Correr, demostrando su genio para la precisión y sus malabares para el escaqueo.
Ambos, con permiso de Michel Houellebecq, reinan en la literatura de su lengua, abriendo caminos y llegando a amplios públicos. Carrère es la sensación de la rentrée otoñal este año con su libro Le Royaume, sobre los orígenes del cristianismo; Echenoz disfruta del éxito de su último artefacto de precisión en el centenario de la Gran Guerra.
Bilbao les esperaba atento, en pleno centro cultural de la BBK, en la Gran Vía. Abrió fuego Carrère, un tanto molesto por esa convención posmoderna que observa en su país hacía la crueldad del sarcasmo: “El humor se ha convertido últimamente en pura burla. Si te juntas con algún desconocido, existe cierta tendencia a tener que demostrar que eres malo, quedas un tanto en evidencia si no ridiculizas algo, corres riesgos si no criticas cualquier aspecto, la decoración de una casa, cosas así”.
Lo cotidiano es un tema más común entre los escritores que sus autores de referencia. Echenoz trató de desmitificar la bohemia y los cafés, la entrega al circunloquio y esa fachada de altivez intelectual que a veces nos llega de París: “Lo escritores, cuando quedamos entre nosotros —poco en su caso, que lleva una vida más bien ermitaña—, apenas hablamos de literatura, en cuanto al humor en los libros, prefiero hablar de la risa que me producen. Lo encuentro en los clásicos que me gustan, aquellos como Proust, Flaubert o Dickens, a quienes, en muchas ocasiones encuentro atravesados por el placer de provocarnos la risa, como veo en Nabokov, un autor extremadamente trágico, que muchas veces me provoca carcajadas”.
El humor que aprecian en los libros tiene que ver con cierto olor, una sombra que sobreviene. “Atravesada por una ironía constante, o en la utilización, como Flaubert hacía del pasado imperfecto, con subidas y bajadas de tono frecuentes”, aseguró Carrère. Pero hay que andarse con cuidado: “La risa puede torturar la literatura”, añadió, “aunque donde encuentro placer cuando lo exploro, es en esa sonrisa previa, antecedente, que me causa tanta satisfacción anterior a la broma en sí”.
Echenoz no ríe cuando trabaja. “Mientras estoy en el escritorio, jamás. No recuerdo haber soltado nunca una carcajada por una ocurrencia”, dice el autor de Ravel.
“Lo más logrado en nuestro trabajo son los juegos de palabras. Pero, ¿es posible el humor en el arte más allá de las disciplinas de la representación, como el teatro? ¿Se puede dar de igual manera en la música, en la pintura…?”, volvía a inquirir Carrére. Poco después, alguien les avisó de que se había cumplido el tiempo y, aliviados, sacudiéndose el sofoco, salieron de allí.
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