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el hombre que fue jueves
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Se precisan relámpagos

Marcos Ordóñez

Miossec diagnosticaba, en frase breve y certera, uno de los males de nuestro tiempo: “Todo brilla y nada arde”. Juan Bufill alza, en un verso aún más fulminante, su plan de ataque: “Se precisan relámpagos”, relámpagos con luz radiográfica y fuego incorporado, desde luego. El retorno de un poeta siempre es una estupenda noticia. Bufill hace más de veinte años que no publicaba (Subespecies humanas es del 92) pero no ha dejado de escribir, y fruto de ese anhelo es Antinaufragios, que acaba de editar Vaso Roto. Derek Walcott levanta el telón con una frase meridiana: “El sentido último de la poesía es enamorarse del mundo a pesar de la Historia”. Antinaufragios (estupendo título) es una biografía espiritual, un manual para cruzar desiertos, y un grito (o varios) de guerra: “Para aquello que aún no tiene nombre / para eso no sabido hemos nacido”, canta Bufill, y no cuesta sumarse a un coro entusiasta.

Es la suya una poesía que escapa, felizmente, de la dictadura de los “tonos unitarios” que tanto gustan a ciertos críticos; una poesía con muchos rostros y muchos quiebros, como los giros de un caleidoscopio, que hace pensar en las incursiones submarinas del Rock Bottom de Wyatt, o, en versos como este, en aquella “música para caravanas” propugnada por Handke: “Como el mundo hacia su noche nuestros pasos / como el mundo hacia su aurora nuestro viaje”. A ratos puede percibirse, en lo hondo, el serpenteo de las ragas indias, esas cintas de colores que alternan alegría y tristeza como haz y envés, en un solo movimiento; centellean aforismos inesperados (“Pregunta por su noche el color nuevo”) o certeros avisos para navegantes: “Perdían paraísos por falta de atención”.

Conscientemente o no, Juan Bufill parece haber seguido, desde el comienzo mismo del libro, aquella singular propuesta de Auden, en la que pedía que todo artista debía darnos a conocer su idea del paraíso “de la manera más aproximada posible”, y así, rastreado por varias voces narradoras, el edén soñado acaba siendo “Un modo de ser / canción y vuelo / con los otros”. Antinaufragios tiene también una parte de manifiesto generacional (sobre todo en poemas como Las alas de la duda), y de manifiesto político, con ecos, como puñetazos en la mesa, de la voz lúcida, combativa y cívica de Brecht. A las puertas de El mundo mal organizado nos recibe Leonard Cohen para susurrarnos, con una sonrisa helada, “Everybody knows the captain lied”: escuchamos la voz de los amos del mundo (“Conviértete en esclavo de los deseos que no tenías / que son nuestros deseos”) y la respuesta del poeta: “Porque tu ser es carencia / todo para ti es insuficiente”. Pero relumbra y resuena, a lo largo del libro, una jubilosa voluntad de resurrección como tarea del presente: “Hay un oleaje que nos salva / que atraviesa nuestros rasgos y nos une / a la tierra de las frutas que se ofrecen / al espacio donde siembran las estrellas”.

Me gusta la poesía que puede serme útil para la vida, de modo que cierro con las dos consignas que más repito estos días, casi a modo de jaculatorias. Primera: “Actuar como invitados a una fiesta / sin haber sido invitados / y sin que haya una fiesta”. Segunda y, quizás, definitiva culminación paradisíaca: “Sólo se vive en la unión / sólo se renace en la reunión”.

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